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Penélope Cruz, herida de por vida

Su trabajo como directora en ‘Soy uno entre cien mil’, que trata sobre la leucemia infantil, ha marcado un antes y un después en su vida. Así es la nueva Penélope.

A Penélope Cruz le ha cambiado la vida el documental sobre niños con leucemia. / agencias

CORAZÓN TVE

Cuenta que, cada noche, cuando llegaba a su casa, abrazaba muy fuerte a sus hijos. Y respiraba profundamente sintiéndose afortunada porque ellos estaban allí, al calor de su padre, jugando ajenos al dolor, a la enfermedad, a la muerte. Penélope Cruz se ha hecho mayor. Dice que siempre ha hablado como una vieja, que cuando tenía 13 años y le preguntaban un deseo, ella siempre respondía: "Salud". Y se ríe cuando lo recuerda. Sin embargo, su mirada se ha vuelto grave.

Es madre y el miedo a que a sus hijos les ocurra algo es algo casi animal, instintivo. Ahora, lo sabe más que nunca. Con ojos llenos de amor, confiesa, ha escrito y dirigido un documental: 'Soy uno entre cien mil', en el que habla de un tema tan doloroso como la leucemia infantil, una enfermedad que arrebata la vida de un niño cada día en España.

Penélope ya no es la chica del grito Wilma –su "Pedroooooo" en los Oscar, ¿recuerdan?–. Es madre, su padre falleció hace poco... La vida, más allá de los oropeles de Hollywood, le reporta grandes alegrías y también tristezas.

Su granito de arena

Por eso y porque tenía ganas de ponerse al otro lado de la cámara, dijo sí cuando Viceroy, la firma de la que es imagen, le ofreció colaborar con su parte social: la de apoyo a la investigación para la cura de la leucemia infantil, una patología que recibe poquísimos fondos y en donde ella sintió que podía agregar un granito de arena.

"Es el trabajo que más me ha marcado. Llevo a todos los niños en mi corazón. Es algo que llevaré de por vida", confesó la actriz, quien cuenta cómo durante varios meses vivió con padres, hermanos y niños que viven la enfermedad y que le han dado una lección tan vital que jamás podrá olvidar.

"Son niños que podrán tener cuatro años, ocho... pero que, en realidad, son tan sabios como ancianos de 80". El relato encoge el corazón, hace un nudo en el estómago y no lo suelta. Dice Penélope que se iba a casa llorando todos los días. Pero que ella, de ningún modo es una víctima o sufridora.

Todo lo contrario, se sentía, se siente "una afortunada" de poder acercarse a esas vidas que de tan fuertes, le hacían sentirse más viva y agradecida. Eso sí, "herida de por vida" y esperando que la enfermedad, por mucha información y conciencia que posea, "no nos toque a ninguno de la familia".

No podía permitirme la duda de ¿me afectará demasiado?

"Cada día aprendía algo nuevo de ellos y, aunque soy madre y sabía que me iba a dañar, no me podía permitir la duda de ¿me afectará demasiado? Pero me ha compensado tanto... Aunque no tengas hijos te desgarra ver algo así, pero si los tienes... Imagínate. Hasta te puedes emparanoiar un poquito cuando los padres comparten contigo los síntomas por los que descubrieron la enfermedad de sus hijos, o los temas que hay que vigilar".

Durante meses, Penélope aprendió a convivir con palabras como muerte, enfermedad... "y había que mirar a la cara a esas palabras porque están ahí y yo soy de mirar de frente, y de sentirlo todo... Creo que nunca me he sentido más viva que estando al lado de estos chavales".

Solo cinco minutos

Dice que sigue boquiabierta con la capacidad de esos padres para darle la vuelta al drama y valorar el presente, cada segundo que pasan con sus hijos, "y los malabares para mantener una sonrisa". Porque a ella, la sonrisa casi se le rompe recordando a esos niños que hoy ya no están o no podrán ver la película terminada.

"Nunca miré el reloj cuando nos pusimos a rodar esta historia. Quise que fuera con la misma luz, en los lugares donde vivían. Y hoy, algunos de ellos... –bebe agua– no están". Por eso, para ella este trabajo ha sido liberador. Dice que se ha llenado de lo que ellos le hacían sentir y que su único propósito es darles lo mismo. Recordar el ímpetu de quien falta y devolver la energía a los que siguen luchando. "Solo con la fuerza de sus palabras y sus miradas".

Con esa misma con la que abrazaba a sus hijos después del día de trabajo en el que no se permitía romperse: "Lo hacía en el baño. Cinco minutos. No podía tirar la toalla. Había días que pensaba que no podía. Me desahogaba y volvía con esos niños que me lo estaban dando todo y no podía fallarles. Era una montaña rusa que me iba a doler, pero bendita sea".

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