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¿Qué vio la reina Margarita de Dinamarca en el príncipe Enrique?

Muchos daneses se han hecho esta pregunta. Imprudente, escandaloso… La opinión publica nunca le trató bien, pero su mujer le quería. Por eso, no tiene consuelo tras su muerte.

Margarita y Enrique de Dinamarca el día de su boda, en 1967. / getty images.

HUGO DE LUCAS

Margarita estaba loca por él. Lo estaba desde que le conoció en Londres, donde el joven conde francés iniciaba una corta carrera diplomática. Apuesto, culto, poeta aficionado, de una jovialidad casi extravagante... En 1967 Henri de Laborde, conde de Monpezat, se convirtió en Enrique de Dinamarca, consorte real, tan amado en palacio como cuestionado fuera de él. Carne de tertulia maledicente desde su llegada a Copenhague, cuando ya empezaron a circular comentarios sobre su orientación sexual, que luego la periodista Liv Merit Tessem confirmó con escabrosos detalles en el libro Reportera de la corte.

No gustaba su marcado acento, su irrelevancia en las tareas de estado. Molestaba verle viajar durante semanas a sus viñedos en Francia, también esa socarronería tan disonante con la sobriedad que los daneses esperan de la corona. Incluso, se cuestionó la atención que prestaba a sus hijos, Federico y Joaquín. ¿Qué había visto Margarita en él?

" La felicidad matrimonial consiste en que dos personas se entiendan bien y puedan sorprenderse mutuamente de vez en cuando", explicó ella en una entrevista. Y no mentía. Así fue su vida en la intimidad. Enrique era quien más le hacía reír, quien lograba despojarla de la púrpura para descubrir a la soñadora que imaginaba ser artista, actriz de teatro o bailarina.

Segu frustación

El carácter de su relación quedó patente en 'Cantabile', uno de los varios poemarios publicados por Enrique, este dedicado al amor e ilustrado por su mujer. Por entonces (2002) celebraban 35 años casados y comenzaba la etapa más abrupta de su unión. La personalidad del consorte, siempre pintoresca, se volvió, cuanto menos, imprudente.

La cena de Año Nuevo de 2002, en la que el príncipe Federico fue el anfitrión, en vez de él, por la ausencia de la reina, descubrió una profunda frustración debido a su papel secundario en la corte. Despechado, se refugió durante semanas en el castillo de su familia paterna, en el sur de Francia. Aquella primera crisis matrimonial, tal vez, fue el síntoma precoz de un desequilibrio psíquico que Margarita quiso mantener en secreto hasta que fue evidente. La reina sintió mucho miedo de perderle.

Margarita se sometió a sus capricjos y justificó siempre sus salidas de tono

Intentó que asumiera más responsabilidades. Le cedió, como nunca, el protagonismo en el seno familiar. Se sometió a sus caprichos y justificó siempre sus salidas de tono. Un comportamiento irreflexivo le llevó a no ocultarse durante una visita con amigos a la comuna anarquista de Christiania, paraíso del cannabis en Copenhague. También a disfrazarse de panda en una celebración oficial.

El final del príncipe

Perdió por completo la mesura propia de su rango. Se mostraba obsesionado por elevar su consideración pública por encima de la humillante figura de consorte. Quería ser rey y morir como tal: "Durante años, he sido el número dos en Dinamarca y, ahora, no quiero verme relegado al tercer puesto. Yo soy el primer hombre, no mi hijo", declaró en otra sonada entrevista. Margarita empezó a entender que ya no podría controlarle.

En septiembre un comunicado real reconocía su demencia. Se emitió pocos días después de la última declaración pública del príncipe: "Si la reina quiere que me entierren con ella, debe hacerme rey consorte. Punto".

Su mujer sabe que eso no lo hubiera dicho el hombre que conoció años atrás, el verdadero Enrique, al que lloró cuando el martes 13 fallecía de neumonía en la cama que habían compartido durante 51 años. Enrique reposará en la tumba que Margarita ha preparado para ellos en la catedral de Roskilde, junto a otros soberanos. Junto a su gran amor.

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