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Por qué Michelle Obama usó la moda como nadie

La Primera Dama ha sabido estar a la altura en cada ocasión y sorprender con cada uno de sus looks

Elena de los Ríos
ELENA DE LOS RÍOS

Vestirse ha sido y es una de las principales preocupaciones de las mujeres en el poder, sabedoras de que todo lo que cubra sus cuerpos será analizado, interpretado y asumido como una proyección fidedigna de la personalidad y mensaje que cada poderosa desea trasladar al público. Las mujeres con poder se pueden dividir en dos grupos: las que posan para las revistas de moda (la última, Theresa May, pero también Michelle Obama) y las que no. Son las primeras las que nos interesan. Las segundas optan por vestirse para no comunicar. Aunque, ¿acaso hay comunicación más potente que la que no quiere ser comunicada?

Las Primeras Damas no pueden escapar de la moda. Ese recurso al uniforme masculinizado de muchas políticas está fuera de su alcance, ya que su primera misión es acompañar, decorar como consortes al Presidente o Primer Ministro. Luego viene todo lo demás: campañas de beneficencia, discursos solidarios y entrevistas en 'prime time'. Pero lo fundamental, lo realmente importante, es que funcionen como la cara y el cuerpo de la institución a la que representan. De ahí la importancia de la moda y el escrutinio a cada uno de sus 'looks': han de estar a la altura de lo que se espera de un país.

Michelle Obama ha logrado lo que ninguna otra mujer en el poder consiguió: sobreponerse al poder vampírico de la moda para que su mensaje se escuchara tan fuerte como su elección indumentaria. La primera vez que le preguntaron sobre su armario, sobre el presupuesto que dedicaría a vestirse, contestó que recurriría a “J.Crew”, una tienda online de precio medio. Contestaba así una reciente información que cifraba en 150.000 dólares el monto que Sara Palin había usado para comprar ropa durante la campaña electoral. La moda al servicio de la mujer, y no al revés.

Desde aquel primer tanto a favor, la ropa se convirtió en un aliado estratégico y un lenguaje más para Michelle Obama. Muchas veces su elección buscaba un impacto visual potente: que el contraste de colores o la naturaleza de los tejidos dejara huella en la retina de la red social y se viralizara. Otras portaban mensajes subliminales, como cuando elegía un color políticamente cargado o elegía un diseñador del país que visitaba. Su única constante fue el cambio: nadie podía avanzar cómo se vestiría la Primera Dama en cada acontecimiento oficial. La expectación jugaba a su favor. El juego funcionó durante ambos mandatos de Barack Obama.

Los analistas de la moda han decretado que el secreto del triunfo de Michelle Obama a la hora de relacionarse con la moda fue el de abrazar la diversidad y su propia feminidad. Abandonar las estrechas fronteras y la seguridad del uniforme en la que cayeron dos primeras damas ciertamente a la moda, Nancy Reagan y Jacqueline Kennedy, y dejarse llevar por el placer de ponerse bellos vestidos de mil colores y texturas y de otros tantos diseñadores. Hubo sitio para todos, y el empujón económico que produjo la visibilidad de sus diseños ha llegado a estudiarse en Harvard.

Lo cierto es que, a partir de Michelle Obama, la consideración de la moda por parte de las mujeres con poder ha cambiado. La Primera Dama estadounidense ha añadido un escalón superior al objetivo máximo de estar impecable: estar impecable y que tenga un sentido. Y, para tal misión, no solo es necesario renunciar un poco a una misma para ponerse al servicio de una idea, sino precisamente haber llegado a concluir dicha idea. La pregunta es: ¿tendrán algo interesante que decir las mujeres en el poder que la sucedan?

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