Puede que la Navidad vaya de preservar las tradiciones pero, en lo que a regalos se refiere, la innovación le va ganando terreno a lo de siempre. Junto a los libros y colonias de siempre los Reyes Magos cada vez vienen más cargados de wearables. La palabreja procede del vocablo inglés wear (llevar puesto) y se refiere a aquellos dispositivos que podemos llevar incorporados en prendas de vestir o complementos y que le añaden funciones "extra", como la medición de algunas variables biológicas de salud.
El uso de estas tecnologÃas va en aumento y se estima que cuando acabe el año se habrán vendido 318 millones de wearables, lo que supone un incremento del 16% respecto a 2015. Los más populares son los relojes inteligentes y las pulseras que miden las pulsaciones, calculan calorÃas y cuentan los logros deportivos, pero hay muchos más: un sujetador que evalúa el riesgo de cáncer de mama, bandas que registran ondas cerebrales y nos indican los momentos más idóneos para estudiar, lentillas que miden la presión ocular y los niveles de glucosa a través de las lágrimas, pijamas que controlan la temperatura y la respiración del bebé... Todos estos dispositivos (aparentemente) de ciencia ficción son un tentáculo más de la llamada eSalud, y permiten realizar una labor de prevención más eficaz, anticipar el diagnóstico, evaluar el tratamiento o facilitar el seguimiento de las enfermedades. "La asistencia sanitaria pasará de ser un acto puntual a un continuo asistencial", afirma Carlos Mateos, vicepresidente de la Asociación de Investigadores en eSalud. Pero, ¿no se nos irá de las manos la obsesión por el autochequeo?
Hoy por hoy, el uso más habitual que hacemos de estas tecnologÃas es el de la monitorización en el ámbito deportivo. A través de pulseras, auriculares y sensores incorporados en la ropa o el calzado, podemos cuantificar numerosas variables, como la distancia recorrida, las calorÃas quemadas, la frecuencia cardiaca... "Más allá de esto, se espera un amplio crecimiento en el sector de los wearables en la salud, ya que nos van a permitir hacer cosas muy interesantes como poder monitorizar de forma remota a determinados pacientes y ser capaces de detectar de forma anticipada una complicación", explica José Mª Cepeda, director del Máster de Salud Digital de la Universidad Europea Miguel de Cervantes y autor del Manual de inmersión 2.0 para profesionales de la salud.
Para enfermos crónicos
Aunque actualmente la mayorÃa de quienes usan estos dispositivos son personas sanas, donde están demostrando más beneficios los wearables es con personas dependientes, en pacientes que viven alejados de servicios médicos adecuados y en quienes sufren enfermedades crónicas, como diabetes, cardiopatÃas, EPOC o hipertensión, cuyos procesos de descompensación terminan con frecuencia en un ingreso hospitalario.
Son muy útiles para pacientes con enfermedades crónicas o que están lejos de los médicos.
A través del wearable adecuado, es posible para estos enfermos llevar un control de su enfermedad en todo momento, lo que ayuda a anticipar y evitar crisis. En el futuro, afirman los expertos, se generalizará su uso tanto que prácticamente todo llevará incorporada tecnologÃa wearable, acabarán por integrarse en el sistema sanitario y esto supondrá una revolución en el terreno de la salud, que evolucionará de un modelo basado en el tratamiento a otro centrado en la prevención: "En el horizonte, empezamos a ver que, gracias a la agregación de millones de datos recogidos por estos dispositivos, su combinación con otros y su análisis, a través de herramientas de computación (el llamado big data) y de inteligencia artificial, seremos capaces de descubrir patrones de salud y podremos actuar a nivel poblacional", añade José Mª Cepeda.
En el otro lado de la balanza están los inconvenientes. Hace unos años fue muy comentada la decisión de los cardiólogos de Dick Cheney –el que fuera vicepresidente de EE.UU. durante el mandato de George W. Bush–, que desactivaron la función wifi de su marcapasos por miedo a que fuera hackeado en un hipotético intento de asesinato por paro cardÃaco. La amenaza era posible, aunque parezca tan de pelÃcula que, de hecho, inspiró un capÃtulo de la serie Homeland.
Protección de datos
Sin llegar a esos extremos, los expertos señalan que, precisamente, uno de sus riesgos es el de la seguridad, ya que la mayorÃa de los dispositivos no tienen resuelto el problema de la protección de los datos. Además, los que están destinados a pacientes crónicos sà deben obtener un certificado CE que demuestre su eficacia diagnóstica; pero los orientados a la población general fallan en precisión. "La recomendación es no fiarse demasiado de los datos que proporcionan, tomarlos como una orientación y, sobre todo, comprobar dónde y cómo se almacenan nuestros datos", afirma Carlos Mateos.
Los datos son inútiles si no se extraen conclusiones y nos pueden causar una preocupación enfermiza.
Otro problema al que se enfrentan es que los datos no sirven para nada si no se extraen conclusiones de ellos. "Eso es lo que sucede en la mayorÃa de los dispositivos dirigidos a la población sana: no están integrados en el sistema sanitario ni se sacan conclusiones para prevenir crisis", señala Carlos Mateos
HipocondrÃacos 2.0
Pero existe un último riesgo: el exceso de celo que nos lleve a una preocupación enfermiza que nos lleve a ser dependientes de esta tecnologÃa. En EE.UU., después de los artilugios destinados al uso deportivo, los que más se venden son los destinados a los bebés. Para el mercado tecnológico, los padres primerizos son un filón. Sin embargo, el uso indisc riminado de brazaletes y pijamas con sensores que miden la temperatura y las alteraciones del sueño del bebé está siendo cuestionado por los pediatras por innecesarios.
Lejos de quedarse tranquilos, a los "adictos" a las preocupaciones, la posibilidad de tener bajo control sus constantes vitales, podrÃa conducirles a la ansiedad: "En las personas que tienen predisposición a la hipocondrÃa se agudiza la obsesión por controlar la salud, es la llamada cibercondrÃa", advierte Carlos Mateos. Pero para el resto de los mortales parece que la fi ebre del autochequeo suele remitir en el plazo de seis meses a un año. Ese es el tiempo que, según un estudio realizado por Gartner, una empresa de estudios de mercado, nos dura la ilusión por nuestro nuevo juguetito y lo que tardamos en dejarlo olvidado en el cajón.