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Día de la Madre: ¿Qué es ser una buena madre?

Cuestionarse sobre si se está ejerciendo bien o mal la función materna es inevitable. ¿Pero qué es, en realidad, ser una buena madre?

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Isabel Menéndez
ISABEL MENÉNDEZ

La maternidad siempre evoca los modelos aprendidos y la relación que tuvimos con nuestra propia progenitora. Donald Winnicott, psicoanalista inglés, acuñó el termino "madre suficientemente buena", a la que describió como aquella que vive con su bebé "la preocupación maternal primaria", que es la capacidad de la madre para plegarse a las necesidades de su bebé y convertirse en garantía de su salud. Es un replegamiento hacia el interior, que se da en un intento de proteger al niño. Después de estos primeros e intensos meses, viene la capacidad de la madre para separarse gradualmente del bebé, alentándole para que vaya ampliando su mundo. Para ello, el niño tiene que estar seguro de que, cuando vuelva a necesitarla, la va a encontrar.

Una mujer, cuando ejerce el papel de madre, lejos de culparse cuando se equivoca, tendría que aprender de sus errores y saber que estos no producen inseguridad en el niño. No son las inseguridades de la madre las que perjudican al hijo, sino su angustia por sentirse culpable de no ser perfecta. La imperfección de la madre cumple un papel. Solo reconociendo sus limitaciones le será posible transmitir a su hijo las señales para que se separe de ella. Debe dejar al niño el espacio necesario para que se construya como ser humano que desea otras cosas más allá de ella.

Para que esto suceda, es importante contar con un padre que cumpla la función que le corresponde: dar el apoyo que el hijo necesita para poder separarse de la madre. La madre "suficientemente buena" que Winnicott describe nunca es "totalmente" buena, por eso él subraya ese adverbio que deja un margen para señalar sus límites. La perfección no existe y la madre no es infalible, todo ello pese a que en la fantasía del niño existió en un primer momento una madre que todo lo podía y de la que ha de empezar a desprenderse cuando empieza a construir su "yo", a los dos años.

La perfección no existe y la madre no puede ser infalible: solo suficientemente buena.

Valeria miraba la cara de su bebé, que esbozaba una sonrisa. Se sentía feliz, aunque no había sido nada fácil llegar a ser madre. Lo había retrasado, primero porque quería asegurar su profesión, después porque no encontraba el hombre que ella buscaba para que fuera el padre de sus hijos. Al fin lo encontró y hacía poco, a los 37 años, se había convertido en madre. Probablemente todos los impedimentos anteriores también ocultaban su miedo a hacerse cargo de un bebé, miedo que se había disuelto en el proceso psicoterapéutico. En él pudo elaborar la relación con su madre, a la que no quería parecerse, y con su padre, al que siempre sintió ausente. A Valeria le encantaba su trabajo y tuvo que elaborar algunos conflictos inconscientes para tener un hijo sin sentirse culpable.

La elección de pareja que había hecho también le posibilitaba ocupar su lugar de madre con menos miedo, ya que él era un hombre que se implicaría mucho en la labor de responsabilizarse emocionalmente de un hijo. Además, la imagen que tenía de su madre se había transformado bastante. Valeria acabó aceptando las limitaciones de su progenitora, cuyo marido no le había ayudado, por lo que con frecuencia se había sentido sobrepasada. Ya no dependía tanto de la imagen idealizada que tenía de ella, pues la quería como era: imperfecta.

El verdadero cariño

La maternidad lleva a cabo una transmisión genética, psicológica y cultural. Culturalmente y durante muchos siglos, se ha identificado y reducido a la mujer a su papel de madre, algo que la culpabilizaba sobre todo aquello que se saliera de esa función. Esa culpa sigue funcionando hoy en muchas mujeres, lo que aumenta los problemas que sufren al no tener interiorizado un modelo de madre con el que puedan identificarse. Por si fuera poco, siguen encontrándose con dificultades para compatibilizar maternidad y trabajo. Cuando sucede esto, la mujer tiene que analizar lo que familiar y culturalmente le influye y arriesgarse a enfrentarse a ello para construir una maternidad sin dificultades.

Françoise Dolto afirma que por más atento y cariñoso que sea el sentimiento materno solo es verdaderamente bueno para el niño si coexiste en la madre con otro tipo de intereses, ya sean culturales, sociales o laborales, que la lleven más allá de lo que se refiere a sus hijos.

Las claves

  • La maternidad no es incompatible con realizar otras tareas, si bien en los primeros meses sería muy conveniente dedicarle al niño todo el tiempo. Más adelante, la vida se amplía tanto para la madre como para su bebé.

  • Más adelante, la vida se amplía tanto para la madre como para su bebé. La madre que defiende sus deseos sabe disfrutar de la vida y le enseña a su hijo a hacerlo.

  • Maternar es un proceso creativo a lo largo del cual se crean las condiciones que permiten después al nuevo ser tener recursos para manejar su vida de forma autónoma, sin necesidad ya de esa madre que le cuidó.

La función materna

  • Se trata de la capacidad de la madre de entender al bebé en lo que expresa a través de su cuerpo, algo posible por el amor que siente hacia él. Esta función posibilita la evolución somatopsíquica, al suministrarle los elementos necesarios para su desarrollo.

  • La madre funciona como un continente efectivo de sensaciones del bebé. Con su madurez, logra transformar el hambre del pequeño en satisfacción, el dolor en placer, la soledad en compañía y el miedo en tranquilidad.

21 de marzo-19 de abril

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