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Quiero un móvil

A los 13 años, casi todos los niños ya tienen uno. Es un símbolo de independencia, pero estas pantallas conectadas al mundo pueden ser un riesgo que los padres deben controlar.

Adolescentes utilizando un teléfono móvil. / d.r.

Isabel Menéndez
ISABEL MENÉNDEZ

El deseo de tener un móvil es cada vez más temprano. Este aparato constituye para los menores un medio de contacto y también de independencia con respecto a los padres.

¿A qué edad se les debe facilitar un móvil? Pues depende, por supuesto, de la madurez del niño, pero no antes del comienzo de la adolescencia, hacia los 12 años. Estos deben sentir que su hijo está preparado para utilizarlo bien y que pedirá ayuda, por ejemplo, si es objeto de bullying o accede a contenidos que no debería ver.

Ahora bien, aunque hasta los 12 no acceda a un móvil propio, la realidad es que los niños ya entran en estos dispositivos mucho antes, sobre los tres años. Los más pequeños también corren riesgos si los padres no controlan el uso que hacen de su móvil. ¿Por qué le dejamos este aparato a un pequeño de tres años? En los dibujos que ven en el móvil, todo se consigue con facilidad e inmediatez, justo lo contrario de lo que les sucede a ellos, dependientes de los adultos y con pocos recursos.

Los niños pequeños tienen que aprender a esperar, a pensar, a sortear dificultades, a prestar atención a la palabra del profesor y de los padres. Si les damos el teléfono para que jueguen cuando lloran por algo, no quieren comer o nos están molestando, aprenderán con mayor dificultad a aceptar algunos límites que tienen que ir aprendiendo para madurar. Se distraerán inmediatamente con algo que les gusta, para no prestar atención a eso que tiene que hacer y que les cuesta esfuerzo porque no quieren realizarlo. Esto puede hacer que les resulte más difícil aceptar todo aquello de lo que más adelante tendrán que hacerse cargo.

Hay que enseñarles y controlar el uso que nuestros hijos hacen de los móviles, en función de la edad que tienen, y estar junto a los más pequeños para ver qué hacen.

Cuestión de límites

Es domingo y Marta, que tiene 15 años, está comiendo con sus padres cuando suena su teléfono móvil. Tiene un mensaje que lee enseguida: " Tq. Cntsta". Traducción: " Te quiero, contesta". Marta comienza a escribir. Roberto, su padre, protesta y le pregunta si no puede esperar a que terminen de comer para responder. Ella dice que no. El padre suspira y pone un gesto de paciencia. Se había resistido a comprar un móvil a su hija, aunque era la única de su grupo de amigas que no lo tenía. Finalmente, cedió porque se quedaba más tranquilo si la podía localizar cuando salía por la noche. El problema es que, desde que lo tiene, ya no lo suelta y se pasa el día pegada a la pantalla, enviando o recibiendo mensajes. Mientras su padre se plantea si ha hecho bien o no al comprarle el teléfono, Marta se siente feliz.

Ahora Roberto está intranquilo, pero por su hijo pequeño, Luis, que tiene siete años y se pasa mucho tiempo jugando con el móvil. Se lo coge a su madre, quien descubrió que tenía en su cuenta del banco cargos en cantidades pequeñas, que no sabía a qué se debían. Para su sorpresa, provenían de lo que el pequeño Luis hacía cuando le cogía el teléfono: en los juegos que usaba, tenía que comprar para seguir jugando.

Los teléfonos que utilizan los más pequeños tienen que estar protegidos y controlados por los adultos. El móvil es una pasión para nuestros hijos, pero presenta una doble cara: ser una herramienta para comunicarse o convertirse en un refugio ante las dificultades, sustituyendo relaciones personales por digitales.

Jean Twenge, de la Universidad de California, realizó un estudio con una muestra de más de un millón de jóvenes de entre 15 y 18 años, y encontró que los que pasaban mucho tiempo con teléfonos, tablets y ordenadores eran más infelices. Se trata, en fin, de medir el uso que tienen del móvil para que sea en una herramienta que les haga más fácil la vida y prevenir posibles daños.

Evitar errores:

  • No podemos suponer que, porque sepan manejar el móvil con sus manos, también saben elaborar mentalmente lo que pueden llegar a ver.

  • No conviene dejar a un niño pequeño con un móvil. No se trata de un juguete, por más que les guste y se esté quieto cuando lo tiene en sus manos.

  • Es un error no señalarles que cuesta dinero. Conviene que sean conscientes de lo que hay que pagar.

¿Qué podemos hacer?

  • Educar en el uso correcto del teléfono. Y hay que predicar con el ejemplo: de nada sirve sermonearles si los mayores no apagamos el móvil cuando deberíamos o lo usamos en la mesa.

  • Reflexionar si el tiempo que les dejamos el móvil a los más pequeños tiene mucho que ver con que nos deje descansar porque estamos estresados. Podemos hacerlo siempre que controlemos lo que ve.

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