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Río 2016: Juegos fuera de juego

Las hazañas deportivas han copado los espacios informativos durante las dos últimas semanas. Pero hay otra realidad olímpica, más humana, que no aparece en las pantallas de televisión, y en la que las lágrimas se alternan con el tedio.

Cientos de cariocas siguieron la ceremonia de inauguración desde las favelas./Getty

Cientos de cariocas siguieron la ceremonia de inauguración desde las favelas. / Getty

Isabel Navarro
ISABEL NAVARRO

Río de Janeiro. 10 de la mañana. Hotel Royal Tulip. Faltan apenas 30 horas para que comiencen los Juegos Olímpicos y un grupo de madres de deportistas está a punto de recibir un homenaje. La noche anterior se oían los taladros, pero hoy todo son sonrisas nerviosas, camareros que no hablan en inglés, banderas, discursos, expectación y aroma a cola de carpintero. En el grupo está Paqui García, la madre de la nadadora Mireia Belmonte; Marie Pierre Riner, madre del mejor yudoca de todos los tiempos, el francés Teddy Riner, cuyos padres emigraron de Guadalupe; o la rusa Irina Ischenko, la madre de Natalia Ischenko, 16 veces campeona del mundo de natación sincronizada, que se retiró tras los Juegos de Londres para tener un hijo, pero ha vuelto ganando.

Todas ellas son embajadoras de la campaña Gracias mamá, con la que Procter & Gamble patrocina los Juegos, y se las ve un poco abrumadas por una atención que no están seguras de merecer. "Yo no estoy en la piscina, solo la animo", dice Paqui, la madre de Mireia, con más sencillez que falsa modestia. La mayoría lleva años sin convivir con sus hijos o les dejaron partir a centros de alto rendimiento cuando tenían 12, 13 o 14 años. La infancia de un deportista acaba pronto y ellas les apoyan, pero de lejos. "Si quiero hablar con mi hijo tengo que mandar un whatsapp a su entrenador", dice una, e inmediatamente se arrepiente y pide que omita su nombre.

La nueva estrella de la gimnasia, la americana Simone Biles. Otra mujer pequeña y extraordinaria.

De repente, aparece en el escenario Nadia Comaneci, y madres y periodistas aplaudimos como si llegara Beyoncé. De hecho, en Occidente, Comaneci es un icono pop de la era del telón de acero, como Gorbachov, el osito Misha o Mijhail Barishnikov. Pero ¿es ella? Esta mujer de cincuenta y tantos años, media melena rubia y traje blanco, con aspecto de ejecutiva californiana, no se parece a la niña comunista de los siete dieces. Hay una búsqueda colectiva en los móviles para comprobar su evolución y el veredicto es unánime: "Sí, es ella" y "sí, está operada".

Este año se cumple el 40 aniversario de su gesta en los Juegos de Montreal y está aquí como embajadora de P&G. Verla de cerca complace al mitómano, pero para el spot han usado las imágenes del 76 (las de la niña que ya no existe), junto a los ejercicios explosivos de la nueva estrella de la gimnasia, la americana Simone Biles. Otra mujer pequeña y extraordinaria. De Simone, que ha ganado tres mundiales seguidos, se espera todo. Los comentaristas americanos dicen que menos de cinco medallas sería decepcionante. ¿Cómo se puede vivir con el peso de tantas expectativas? ¿Podrá alguna vez fallar en paz?

La guinda de la presentación es el vídeo de la campaña Gracias mamá. Un anuncio que no anuncia nada, creado para emocionarnos. El auditorio rompe a llorar con las escenas de madres capaces de transmitir serenidad en contextos hostiles. "Hace falta alguien fuerte para hacer a alguien fuerte", dice la campaña. Y en las mesas del brunch se comparten pañuelos. En las otras pantallas ya han comenzado los partidos de fútbol. Y entre tanto estímulo visual es difícil saber donde acaba la ficción y dónde empieza la realidad, o donde acaba el deporte y empieza la publicidad. ¿A qué estamos jugando? ¿Quién es Nadia Comaneci? ¿La mujer rubia o la niña cuya imagen vemos una y otra vez, como si Montreal 76 no acabara nunca?

Lo que la cámara no ve

Y es que los Juegos son, sobre todo, la televisión. Lo que vemos. Lo que nos cuentan. Los relatos que se construyen para la posteridad. Pero de cerca, la explosión de la épica se desvanece. El récord siempre fue hace un segundo. En la tele una carrera es espectáculo y repetición. La cámara subacuática, la araña cenital, el dron; pero, sobre todo, las cámaras que se mueven nerviosas y nos informan del primer plano de los atletas, de su gesto, de su miedo, de su orgullo.

Sin embargo, más allá de las pantallas, todavía hay territorios exclusivos de la experiencia. Momentos y sensaciones que la cámara no puede, no quiere o no sabe ver. Por ejemplo, el olor a cloro de una piscina y el chapoteo del agua, su sonido, el calor pegajoso del Estadio Acuático de Río. La multitud rugiendo cuando se bate un récord. Todo ese estruendo, casi animal. La temperatura emocional del público cuando elige a su héroe. Lo que se siente pero no se ve.

La tele tampoco sabe nada de lo que le pasa a Paqui (que, como es tímida, no sería ella misma si hubiera una cámara delante). Y se pierde a la madre de Belmonte repitiendo en voz muy baja, como si estuviera en trance: "Vamos Mireia. Muy bien Mireia. Venga Mireia". Y su acabar llorando, rota por la alegría y la tensión, porque su hija ha ganado una medalla. "Solo me falta una cuerda para tirar de ella. ¿Dónde está la cuerda?".

Y si en la tele no está la excitación, mucho menos el tedio. El agotamiento de caminar cuatro kilómetros para llegar a un estadio o esperar a un autobús que dicen que para ahí, pero que puede que no exista. (Los cariocas son tan amables que no dicen la verdad, sino lo que quieres oír). O los momentos de espera en los que no pasa nada y un espectador se aburre en la grada hasta el sopor y no puede cambiar de cadena ni huir, porque si sale no puede volver a entrar.

Las colas infinitas para comprar una botella de agua. La comida que se acaba. Las entradas para las finales de la noche cuestan entre 400 y 800€ (más en la reventa), pero las condiciones son un poco carcelarias. Y no, eso ni sale en televisión ni nadie lo cuenta en Facebook.

Tampoco ninguna cámara fue testigo de uno de los momentos más surrealistas: una procesión de patrocinadores y sus invitados caminando detrás de estandartes, como si fueran legiones romanas. El de Coca Cola y cientos de empleados con sus familias; detrás, el de Visa, y sus señores canosos; luego Cisco y sus cuarentones con gafas de pasta y camisetas negras...

El día de la inauguración, los autobuses fueron obligados a aparcar lejísimos de Maracaná por seguridad, y todos esos ejecutivos atravesaron seis kilómetros a pie. Luego las máquinas para detectar metales del estadio no funcionaban y entraron sin más control que el código de barras. Unos tickets que costaban 1.000€ y no eran los más caros ni los más baratos de la ceremonia.

Las prtagonistas:

Intimidad en la villa

Otros que protegen su intimidad, y mucho, son los atletas, que en su villa prohíben a los periodistas hacer fotos. Ellos, sin embargo, son adictos al selfie. Le pregunto a un voluntario que trabaja en la villa qué hay de cierto de las historias de sexo entre deportistas. Este año, el COI ha repartido 450.000 preservativos para los atletas (42 por cabeza). Y Hugo, estudiante de Derecho, de Sao Paulo y gay, me cuenta que tras los triunfos deportivos las hormonas suelen estar disparatadas.

"Mezclarse unos con otros es parte del espíritu de esta pequeña ciudad en la que todos son jóvenes, se dedican a lo mismo y tienen un cuerpo perfecto. El sexo es un deporte muy brasilero y yo tengo la sana intención de explorar todos los continentes", dice entre risas.

Un año más la Federación de Baloncesto norteamericana ha decidido que sus deportistas se hospeden en un crucero de lujo. ¿La versión oficial? Seguridad, comodidad y privacidad. ¿La real? Controlar a los jugadores.

Porque si de multimillonarios se trata, Rafa Nadal, Michael Phelps, Pau Gasol y Usain Bolt se hospedan en la villa con los demás, porque les apetece vivir esa especie de Erasmus vibrante y aparentemente homogéneo (hasta que las medallas y los patrocinadores pongan a cada uno en su lugar). Por ejemplo, nuestra maratoniana Azucena Díaz dice que ha subido cinco veces en el ascensor con Gasol.

"Pero no soy como él o Nadal. Estoy haciendo los mejores resultados de mi vida, pero gano menos ahora, con 33 años, que con 20". Le pregunto si se ha hecho una selfie con Bolt y dice que le ha visto de lejos, pero que admira más a cualquier amateur capaz de terminar un maratón. "La velocidad está sobrevalorada. Nuestra prueba es durísima. Nos salen ampollas durante la carrera o se nos caen las uñas... Sé que no es sano, pero lo amo".

¿Y qué otras realidades no aparecen en televisión? Ni más ni menos que la de este país. ¿Qué pasa en Brasil que no vemos? Dilma Rousseff habita el palacio presidencial, pero no es presidenta. Tras un esperpéntico debate, espera un juicio político que decidirá su futuro. Todos saben que está fuera, pero ella se resiste a aceptarlo y prepara su defensa como una boxeadora antes del combate, mientras Michel Temer, el presidente interino (también manchado por la corrupción) estrecha manos a los mandatarios internacionales y recibe abucheos. De hecho, se ha prohibido cualquier cartel de "Fora [fuera] Temer" en los recintos deportivos, pero los críticos aprovechan los encuentros con turistas o periodistas para hacerse oír. Lástima que en la tele no los vas a ver...

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

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