Destrozos

Cada vez nos encontramos con más barbaridades arquitectónicas cometidas en pueblos y ciudades.

Julia Navarro
JULIA NAVARRO

Es lo que tiene promocionar un libro, que te recorres España de punta a punta, lo que en mi caso se convierte en una experiencia enriquecedora. Vas tomando el "pulso" a la realidad del país y, sobre todo, descubres cómo es, en qué se ha convertido o, mejor dicho, en qué han convertido a esta vieja piel de toro que es España. Y en esta ocasión les diré que, viaje tras viaje, me escandalizan más las barbaridades arquitectónicas cometidas en pueblos y ciudades.

Si en la época oscura del franquismo los alcaldes hacían y deshacían a su antojo y muchos arrasaron el patrimonio artístico y paisajístico para construir, por ejemplo, un muro en forma de apartamentos y hoteles a lo largo de la costa, en los últimos años también se han cometido barrabasadas. Me resultan irreconocibles pueblos y ciudades que conocí en la infancia o en la adolescencia y que se han convertido en la quintaesencia de la vulgaridad. Como si el progreso estuviera reñido con el buen gusto.

Los pueblos han crecido mal

Hace unos días, pasé por Caravaca de la Cruz, un bellísimo pueblo medieval. Ahora, desde la carretera, solo se alcanza a ver la fortaleza y, a sus pies, edificios supuestamente "modernos", a cual más feo, que se cargan la estética del lugar. Los pueblos han crecido mal y, en vez de restaurar las viejas casas, muchos alcaldes o concejales de urbanismo realmente brutos han preferido alzar edificios de unas cuantas alturas, que terminan ocultando el pueblo.

Me pasó lo mismo al llegar a Córdoba. Cruzas los dedos, esperando que la vieja ciudad continúe donde estaba, porque a primera vista lo que encuentras son moles de cemento envolviéndola. Y no les digo la desilusión que me he llevado al pasar por La Manga. Recordaba el paraje de un veraneo cuando tenía 13 o 14 años. Demasiado tiempo, sí, pero no podía imaginar que iban a convertir aquel lugar privilegiado en un monumento a la horterez.

En realidad, no ha habido un plan general de conservación del patrimonio, y si lo ha habido, no se ha aplicado como debería. Hay excepciones, claro, y hay que reconocer que algunas ciudades se están esforzando por "recuperarse" de los destrozos del pasado, como Málaga o Cartagena.

Cuando viajas por otros países europeos, da envidia ver cómo conservan su patrimonio, cómo miman pueblos y ciudades que, a pesar del paso del tiempo, siguen siendo reconocibles. El progreso consiste en adaptarlos a las necesidades de los ciudadanos, porque es compatible conservar y dar paso a nuevas formas arquitectónicas vanguardistas. Se puede fusionar pasado y presente con buen gusto.

A mí, por ejemplo, me encanta la pirámide de cristal que se construyó hace años a la entrada del Louvre, en París. Es una cuestión de sensibilidad, de amor al arte, de buen gusto y respeto al patrimonio artístico. La verdad es que los españoles no hemos tenido mucha suerte con nuestros concejales de urbanismo. A la vista está.

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