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Waffaa Almaala, refugiada: "Teníamos todo el derecho a huir de Siria para salvar la vida"

Waffaa llegó a nuestro país junto a su familia hace ya cuatro años, escapando de la guerra civil siria. Hoy estudia Enfermería y mira hacia delante con esperanza, pero con ella arrastra el miedo, la incertidumbre y, a veces, la incomprensión de quienes no entienden el precio tan alto que ha de pagar quien lo deja todo atrás para sobrevivir.

nani gutiérrez

ELENA CASTELLÓ

Decidimos irnos cuando la violencia se hizo insoportable -Waffaa Almala empieza a contar su historia con voz queda-. Los aviones no dejaban de pasar y de soltar bombas cada día". La joven recuerda el momento en que su vida cambió de arriba a abajo. Era 2013 y, en Damasco, su ciudad, había controles del ejército cada 100 metros. Las frases de Waffaa comienzan a hacerse más largas. "Se volvió imposible hacer una vida normal y libre. No había tanta violencia como en Alepo o en Homs, pero las bombas caían igual, desde las montañas que rodean la ciudad. Alcanzaban a los coches y a los edificios del centro. ¿Eran de la resistencia? ¿Eran del ejército regular? Imposible saberlo. Mis amigas decían que era gente del Daesh, que se llamaban a sí mismos rebeldes, pero eran terroristas en realidad. Al final, dejé de creer en las noticias".

Hasta que empezó la guerra, Waffaa vivía una vida "como la de cualquier joven que ha terminado sus estudios universitarios". En su caso, Ingeniería Civil en la Universidad de Damasco. Tenía 22 años. "No podíamos salir, a veces teníamos que permanecer encerrados dos o tres días seguidos. Todo lo que había estudiado fue para nada".

Waffaa es la tercera de cuatro hermanos -dos chicos y dos chicas- y es la única de los cuatro que fue a la universidad. "Mi hermana se casó pronto y a mis hermanos no les gustaba estudiar", explica. Su padre trabajaba como encargado de una tienda de electrodomésticos y su madre siempre ha sido ama de casa. "En mi familia nunca nos metimos en política, llevábamos una vida cómoda y tranquila. Mi padre no era rico, pero teníamos una casa, un coche y estábamos bien -relata Waffaa-".

"Antes, siria era como españa. teníamos de todo, pero lo destruyó la guerra".

"Mi hermano mayor fue obligado a incorporarse a filas. No teníamos ni idea de qué iba a ser de él, cuándo iba a volver o ni siquiera si iba a volver vivo. Así que mis padres decidieron que nos marcháramos todos juntos, mi hermano incluido, para ponernos a salvo. Pagamos una tasa para que él pudiera tomarse un permiso y aprovechamos ese descanso para marcharnos. Mi hermano pequeño es el único que no está con nosotros. Se fue a Abu Dhabi, porque no quiso hacer el servicio militar". Su hermana mayor, con un niño que entonces tenía tres años, también huyó con la familia. "O salíamos todos juntos o nada". Escogieron viajar a España.

"Mi madre es ama de casa. Para ella lo más importante es que estemos todos juntos, pero también le preocupa que yo pierda mis valores. Vivimos con mi hermana mayor y sus hijos, y con la mujer de mi hermano y sus hijos. Los niños son los que más sufren, porque a menudo pagan los platos rotos de la tensión de los adultos". / nani gutiérrez

Burocracia y explotación

"En Siria tenemos buena imagen de España, sentimos que son muy similares a nosotros, la gente es amable y acogedora -dice-. Al llegar, pedimos asilo con ayuda de unos amigos españoles". Tardaron un año y siete meses en conseguir el permiso de residencia y, durante el primer año, vivieron en el Centro de Acogida al Refugiado (CAR) de Getafe. Luego consiguieron una pequeña ayuda -poco menos de 600 ¬ y el alojamiento- durante seis meses, gracias al CAR y a una ONG, ACCEM.

"Cuando se terminó la ayuda, mi hermano y yo nos pusimos a trabajar. Él, en restaurantes árabes, como camarero, unos días a la semana -explica Waffaa-, y otro días en una fábrica de dulces, donde a mí también me contrataron, primero en producción y luego en la tienda. Los dos teníamos permiso de trabajo, pero nos pagaban muy poco. Se aprovechaban de la situación. Yo trabajaba 12 horas por 700 ¬, aunque tenía un contrato de dos horas. Éramos casi todos inmigrantes. Me daban de baja durante el mes de agosto y luego me volvían a dar de alta dos o tres meses. Al final trabajaba unas 14 horas al día. Era lo único que hacía: dormir, comer y trabajar". Al cabo de unos meses, trasladaron la tienda y Waffaa y su hermano se quedaron sin empleo.

Empezar de cero

Sin trabajo, hablando apenas el español que le habían enseñado en el centro de acogida y sin conocer a nadie en un barrio que no le gustaba, los días se le hacían interminables. No podía evitar dejarse invadir por la tristeza. " Me di cuenta de que, para mejorar, necesitaba más formación -recuerda hoy. Tenía mucho miedo a las entrevistas de trabajo por el idioma y por el hijab, porque no todo el mundo lo acepta. Así que busqué universidades donde formarme".

Pero Waffaa no contaba con la burocracia. En el Ministerio de Educación le explicaron que tenía que estudiar al menos tres años para convalidar su titulación. "Así que escogí estudiar Enfermería", explica. Se matriculó en la Universidad Camilo José Cela, en Madrid, tras ser aceptada en el programa Integra, que acoge a una decena de jóvenes refugiados de entre 19 y 28 años procedentes de zonas de guerra como Siria (siete estudiantes), Afganistán, Irak y Ucrania.

Empezó los estudios hace ahora un año y todavía tiene por delante otros cuatro, hasta completar su grado. "Y trabajaré en un hospital o en una residencia de mayores", asegura. El programa, en el que colabora ACNUR, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados, y ACCEM, les financia las tasas académicas y la manutención. "Al principio, mis padres no aceptaban que durmiera en la residencia de la Universidad cuenta Waffaa-. Tuvieron que pasar tres meses hasta que pude convencerlos".

Poco a poco, Waffaa va teniendo la sensación de que recupera su vida. "El primer año fue muy duro confiesa. De repente estás sin casa, todo es incertidumbre. Ahora, al menos, tengo un proyecto con esta beca". Se detiene por un momento y añade: "Antes, Siria era como España. Teníamos de todo, pero lo destruyó la guerra". Una idea que repetirá varias veces a lo largo de la conversación. Sabe, por experiencia, que hay mucha gente que necesita oírlo una y otra vez para entender quién es ella y qué hace en nuestro país. " A veces tengo la sensación de que algunos piensan que nos estamos aprovechando de este país".

Regresar de visita

Waffaa recuerda el día en que una chica les espetó a ella y a otra compañera siria del programa: "¿Por qué habéis dejado vuestro país y no os habéis quedado para luchar, si tanto lo defendéis?". "Respondí que mis padres estaban muy preocupados por las mujeres de la familia, porque las calles estaban llenas de soldados y no sabíamos de qué bando eran y nos podían raptar. Y añadí que teníamos todo el derecho a salvar nuestra vida. Lo bueno es que también hay personas muy amables. En el fondo, nuestras costumbres no son tan diferentes, aunque aquí todo el mundo actúa de forma muy libre, nadie se mete en la vida de nadie, mientras que en Siria sí lo hacen, especialmente con las mujeres, que están muy controladas. Muchos compañeros tienen curiosidad por la vida en Siria, nos preguntan si tenemos internet o Skype".

¿Y el futuro? ¿ Se ve viviendo en España y teniendo una familia? "Debería estar casada a mi edad. Pero mis padres saben que es difícil encontrar un buen chico para mí aquí. Me dan consejos para que no olvide nuestros valores. Me veo terminando mi carrera, ejerciendo mi profesión, con familia en España, quizá con un marido español. A Siria volveré cuando no haya violencia, de visita".

¿Cuántos refugiados han llegado?

  • El 26 de septiembre se cumplió el plazo de dos años al que se comprometió la UE para acoger a los miles de refugiados que llegaron a Europa en 2015, la mayoría de ellos procedentes de Siria. Pero de los 160.000 refugiados que iban a acoger los países europeos, solo han encontrado cobijo 27.695, es decir, el 17,5% de lo comprometido. Y España también tiene los deberes por hacer: a nuestro país han llegado apenas 1.980 de los 17.337 previstos, un 11,4% del total.

  • De todos modos, es difícil conocer con exactitud cuántos ciudadanos sirios hay en estos momentos en nuestro territorio, ya que muchos lo utilizan como puente hacia otros destinos. Por eso, las ONGs solo consideran fiable la cifra de solicitudes de asilo. El momento de mayor volumen de solicitudes en nuestro país fue 2015, con 5.724 peticiones. En 2016 fueron 2.975, de las cuales todavía quedan unas 1.600 solicitudes por resolver. Venezuela, Siria y Ucrania fueron los países de donde procedía un mayor número de ciudadanos que solicitaron protección en España. Una de las cuestiones más criticadas es que el sistema confeccionado por la Comisión Europea no penaliza a los países que incumplen sus promesas de asilo. Y a partir de ahora, además, este sistema dejará de tener base legal, por lo que los países ya no estarán obligados a cumplir esas cuotas.

*Artículo originalmente publicado en el número 967 de mujerhoy.

21 de marzo-19 de abril

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