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La Malala de Yemen

Ahmatullah Hassan Saad es una chica menuda de 17 años que se dirige con aplomo al presidente para exponer sus demandas, reprochar que haya niños soldado o pedir que prohíba los matrimonios de niñas.

Sana'a, la capital de Yemen./getty

Sana'a, la capital de Yemen. / getty

Elena Castelló
ELENA CASTELLÓ

Existe un país, entre África y oriente Medio, donde la guerra no cesa desde hace tres años; y el hambre y el cólera, como las balas y las bombas, diezman a su población. la mitad son niños y adolescentes. Ese país se llama Yemen. Allí estuvo enclavado el reino de saba y era conocido por sus especias y sus sedas, y más tarde por su café, que salía hacia europa por el puerto de Moka. Hoy es el país más pobre de África pero también el único del mundo en el que existe un consejo infantil, que funciona en paralelo al Gobierno oficial, pero que está reconocido desde 2013 por el propio congreso yemení.

¿Quién es?

  • Su padre un profesor de ingeniería civil en la Universidad de Sanaa, dice que se ha resignado a no decirle que no a nada, porque así ella no tiene que desobecerle.

  • De niña escríbía poemas en sus cuadernos escolares.

  • Con seis años, recibió un premio en los Emiratos Árabes.

  • El Consejo de los niños, que preside, se creó en 2013, tiene 35 miembros y quiere ser una “voz oficial” de la juventud yemení.

Suena a ingenua utopía, quizá lo sea. Pero ese consejo tiene una presidenta: Ahmatullah Hassan Saad, una chica menuda de 17 años, que se cubre con un hijab de colores y se sienta en el Parlamento de Sanaa, al norte del país. Rodeada por sus ministros, que no llegan a la mayoría de edad, se dirige con aplomo al presidente para exponer sus demandas, reprochar que haya niños soldado o pedir que prohíba los matrimonios de niñas.

Batallas entre las tribus del norte y del sur, coaliciones dirigidas por Arabia Saudí y los Emiratos Árabes, chiís, suníes y la guerrilla islamista de los hutis: el horror no termina. En mitad de los disparos y los bombardeos, Ahmat se alza con mirada desafiante y gesto insolente. Lleva uniforme oscuro, las uñas pintadas y gafas de sol en la solapa. Su móvil, en el que teclea sin cesar, es su arma de combate. Recibe amenazas de muerte y escapó a un ataque con ácido. Su “objetivo” son los islamistas, “que encierran a las mujeres, las esconden con un grueso velo e impiden que las niñas vayan a la escuela”.

¿De dónde ha salido esa chica que maneja las palabras como kalahsnikovs y habla de tú a los patriarcas? Poco se sabe, parece una extraña floración en mitad del caos y la muerte. Es difícil creer que Ahmat dure más que un suspiro, que no sea solo una fugaz llama en un mundo de mujeres acalladadas. Quiere ser primera ministra. ¿Sobrevivirá siquiera? Hay algunas como ella luchando contra los talibanes, como Malala Yousafzai, que consiguió el Nobel de la Paz, o las milicianas kurdas que pusieron en fuga al daesh, en siria. Mujeres que nos provocan una mezcla de orgullo y angustia. Y de ganas de rezar por ellas.

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