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Tan diferentes, tan iguales, por Edurne Uriarte

Recuerdo la primera vez que viajé a Marruecos hace algunos años, cuando sentí miedo en mi paseo nocturno por las callejuelas de la Medina de Marrakech...

¿Sabes cómo vistió Michelle Obama en su viaje a Liberia y Marruecos? Haz clic en la imagen./getty

¿Sabes cómo vistió Michelle Obama en su viaje a Liberia y Marruecos? Haz clic en la imagen. / getty

Edurne Uriarte
EDURNE URIARTE

Recuerdo la primera vez que viajé a Marruecos hace algunos años, cuando sentí miedo en mi paseo nocturno por las callejuelas de la Medina de Marrakech. Yo que jamás temo a la noche, estaba intranquila en aquel entorno tan diferente, entre mujeres cubiertas con velos y hombres con chilabas. Bastaron unas horas para apreciar que Marrakech es tan seguro o más que cualquier ciudad europea y que sus gentes son amables y encantadoras. Unos cuantos viajes después, hace pocas semanas, disfruté inmediatamente de Tánger con aquel viejo temor a la diferencia transformado en atracción y curiosidad.

Atracción por la simpatía, los colores, la luz; curiosidad por esos cafés llenos de hombres donde cuesta tanto encontrar una mujer sola; interés por el contraste entre las mujeres con velo y las de estética occidental. Y preguntas sobre el papel de las mujeres en una sociedad musulmana, sobre el velo, el feminismo y la igualdad. Y volví a la misma conclusión de otros viajes y de muchas lecturas: aún hay distancias culturales entre las ciudades españolas, donde los cafés se llenan de mujeres como de hombres, pero esas distancias desaparecen entre las chicas con las que me cruzo en el Zara de Tánger y en el de Madrid.

Compré revistas femeninas marroquíes para ir más allá de la superficial observación de la calle. Y leyendo Femmes de Maroc y el editorial de su directora, Zineb Taïmouri, las diferencias se convirtieron en coincidencias. Ninguna distancia entre sus planteamientos igualitarios y feministas, en el fondo y en la forma, y los de las revistas españolas. La publicación de Taïmouri me pareció incluso más feminista que muchos medios españoles, y, además, dotada de mayor sofisticación intelectual. Esa revista, como algunas más que leí, me desmentían la imagen tergiversada que aún se mantiene en Europa sobre las sociedades musulmanas. En una demostración de que la diferencia en la calle desaparecerá con el avance de la modernización social.

Pero, casualmente, la propia revista dedicaba un artículo a las dificultades de las mujeres marroquíes en las calles y lo ilustraba con la fotografía de la terraza de una cafetería de Casablanca donde se sentaban tres mujeres, una de ellas con velo, justamente la imagen que tanto me ha costado encontrar en mis viajes a Marruecos. Y de la que me acordé cuando leí en estas páginas la entrevista a la escritora de origen marroquí, Najat El Hachmi. Deseé inmediatamente leer sus libros, me admiró su capacidad de denunciar la discriminación, pero también su crítica a quienes olvidan la importancia del machismo en su cultura de origen en nombre de una denuncia de la islamofobia. Y volví a rememorar la bellísima estampa de mis amigas y yo en un mural de colores vibrantes con la que recordaré Tánger. Y con la que volveré.

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