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Mayo del 68: La protesta continúa

Medio siglo después de aquel mayo del 68, las mujeres han vuelto a las calles de todo el mundo reclamando sus derechos. Viajemos en el tiempo para averiguar cuánto hemos avanzado. ¿O acaso no tanto?

Haz click en la imagen y descubre todas las voces que hicieron posible el feminismo de hoy.(Manifestación 8M en Bilbao)/d.r.

Haz click en la imagen y descubre todas las voces que hicieron posible el feminismo de hoy.(Manifestación 8M en Bilbao) / d.r.

Lola Fernández
LOLA FERNÁNDEZ

Las historiadoras están de acuerdo: la de mayo del 68 fue una revolución machista. Los hombres monopolizaron el debate político e invisibilizaron a las estudiantes y las obreras. La lectura de aquella protesta global se lee hoy en clave generacional: el baby boom cumplía la mayoría de edad y estallaba su deseo revolucionario de vivir en una sociedad más libre, pacífica (se libraba la guerra de Vietnam) y anticonsumista. A 50 años de aquellas semanas de protestas obreras y estudiantiles que sacudieron París, Londres, Nueva York, Berlín o Tokio, no podemos decir que los "revolucionarios" lograran instaurar ese "otro mundo posible"; más bien al contrario.

Sin embargo, la postergación de las mujeres, relegadas políticamente a repartir panfletos y azuzadas a "liberarse" sexualmente dentro de los márgenes del deseo masculino, propulsó su inmediata organización en el Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLF), el más radical de los creados en Europa. Hoy no es arriesgado decir que la casi única herencia política que dejó el 68 fue el feminismo, quizá porque en su seno no había una explosiva revolución, sino una constante rebeldía.

Sexismo laboral

La huelga general paralizó Francia en mayo del 68 gracias al pacto de la clase trabajadora (11 millones de personas) y los estudiantes. Los operarios de las fábricas trabajaban en condiciones terribles y demandaron subidas salariales y sueldos mensuales en vez de por hora, además de posibilidades de formación. Se lograron, pero las mejoras siguieron beneficiando más a los trabajadores cualificados que a las mujeres y los inmigrantes, que ocupaban puestos no cualificados.

En Estados Unidos, donde solo trabajaba el 38% de las mujeres, la situación era similar para las mujeres de raza no blanca y sin formación. Las de clase media y alta apenas podían acceder a puestos de secretarias, enfermeras o profesoras. Solo un 6% eran médicas, un 3% abogadas y un 1% ingenieras. En agosto de 1970, 150.000 marcharon en la Huelga de las Mujeres por la Igualdad para exigir acceso digno al mercado laboral. Hoy, el paro sigue afectando más a las mujeres y los jóvenes, sobre todo en los países del sur de Europa.

Brecha salarial

El problema de la desigualdad de los sueldos se convirtió muy pronto en uno de los objetivos primordiales de los movimientos de mujeres. Las estadounidenses, con la escritora feminista Betty Friedan a la cabeza, ya hacían lobby en el Congreso en 1966 para obtener igual salario. En 1968, 850 trabajadoras de la factoría Ford en Dagenham (Reino Unido) fueron a la huelga para protestar porque su salario era un 15% menor que el de sus colegas masculinos.

El Movimiento Nacional de las Mujeres británico pedía la igualdad salarial, la lucha contra el acoso sexual y la discriminación, y guarderías gratuitas las 24 horas. En las revueltas de París, la reivindicación salarial no tuvo lectura de género, pero las feministas organizadas después en el MLF lo convirtieron en una de sus demandas. Han tenido que pasar 50 años para que un país prohíba por ley la brecha salarial: fue Islandia, el pasado enero.

Precarización

En 1968, las mujeres ya pedían la igualdad salarial; en 2018, solo un país la ha implantando".

La lucha de las trabajadoras precarias, lideradas en España por las kellys (las camareras de piso de los hoteles), tampoco es desgraciadamente nueva. A principios de los 70, se creó en Reino Unido el movimiento Night Cleaners Campaign [Campaña de las limpiadoras nocturnas], para defender de los salarios miserables y los recortes de las subcontratas a las limpiadoras nocturnas de oficinas. En Estados Unidos, la activista afroamericana Angela Davis exigió que las feministas blancas no invisibilizaran la explotación de las trabajadoras de otras razas, oprimidas doblemente por el racismo y el machismo, e incluso obligadas a cumplir programas de esterilización.

En casa

Tímidamente durante la década de los 60, y decididamente en los 70, las mujeres occidentales rechazaron masivamente el papel único de esposa, madre y ama de casa, cuidadora y organizadora básica de la vida familiar. La escritora Gloria Steinem resumía la cuestión así: "Una mujer necesita a un hombre como un pez necesita una bicicleta". ¿Se rompió la "mística de la feminidad" por los deseos de trabajar y poseer autonomía en todas las facetas de la vida? No tanto. Las mujeres negaron la tutela de sus maridos (que fue legal hasta 1970 en Francia y hasta la llegada de la democracia en nuestro país), pero poco a poco volvieron a sujetarse a otra tutela menos visible: la de las reglas de lo femenino que empujan a cultivar belleza, juventud y cierta carga erótica.

Además, la situación económica actual hace que la familia no simbolice tanto la opresión como el refugio, y el feminismo ha pasado de romper los nidos a reivindicar protección y salarios para madres y cuidadoras. Sin embargo, sigue sin afrontarse la situación del trabajo doméstico, que ha pasado a ser realizado por migrantes y trabajadoras precarias, sin que se plantee el peliagudo debate sobre el reparto de las tareas de casa.

La vida sexual

La liberación sexual fue uno de los argumentos principales del discurso de mayo del 68, como parte del deseo de las mujeres de liberarse del viejo orden encarnado por la generación de sus padres. La píldora anticonceptiva comenzó a comercializarse en Francia en 1967 (en 1978 en España) y significó una revolución de las costumbres sexuales. Algunas feministas, como la escritora Laura Freixas, reconocen hoy que aquella utopía tuvo su cara amarga: "Aquellos años de experimentación necesaria siguieron el modelo de lo masculino, el de la promiscuidad y lo intercambiable". Los relatos femeninos que narraron después aquella época de sexo libre y comunas muestran cómo, después de los conciertos, las fiestas y los encuentros sexuales, las que seguían limpiando y cocinando eran las mujeres. Hoy, el feminismo trata de resituar el debate sobre el sexo no en el consentimiento puro y duro, sino en la centralidad del deseo femenino. No se trata de consentir, sino de desear.

Violencia machista

Hoy, el principal aglutinador de la lucha feminista es el freno a las violencias sexuales".

Hoy, es el principal aglutinador de la lucha de las mujeres, el factor transversal que explica la potencia de las manifestaciones. La denuncia de las violencias sexuales (desde el acoso a la violación), también centró la agenda del feminismo de los 60 y 70 en Francia, Reino Unido y EE.UU. De hecho, la segunda ola del feminismo logró sacar la violencia del terreno de lo privado y llevarla al ámbito público, demandando leyes que protegieran a las mujeres. En el 68, el movimiento NOW, liderado por Betty Friedan, logró que el Congreso estadounidense aprobara una ley para que las trabajadoras pudieran denunciar a sus jefes por acoso o asalto sexual. Fue un primer paso que supo a salto de gigante, pues en todo Occidente el maltrato físico y la violación no suscitaban censura social; se consideraba prerrogativa de los maridos, propietarios de sus esposas.

Lecturas revolucionarias:

El segundo sexo (Cátedra, 1949), de Simone de Beauvoir (en la foto) y La mística de la feminidad (Cátedra, 1963), de Betty Friedan, pueden considerarse los textos-disparadero del movimiento de las mujeres de los 70 a ambos lados del Atlántico: fraguaron la segunda ola del feminismo. El primero expuso el incontestable "no se nace mujer, se llega a serlo", germen de la explosión de géneros que vivimos hoy. El segundo rompió la burbuja perversa en la que vivía la infeliz ama de casa de clase media estadounidense. Luego vinieron el trascendental "lo personal es político" de Kate Millet, en Política sexual (Cátedra, 1971), y la teorización radical de la desigualdad sexual de Shulamith Firestone, en Dialéctica del sexo (Kairós, 1970).

El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. / d.r.

Al final de su tercera ola, el feminismo occidental pierde su tono político y entra en los terrenos de la diferencia. Judith Butler elabora su teoría queer, con el género como la categoría que desplaza a la de mujer, en El género en disputa (Paidós, 1990). Virginie Despentes (en la foto) escribe Teoría King Kong (Random House, 2018) para defender un feminismo que abraza "a todas las excluidas del gran mercado de la buena chica". Rebecca Solnit inmortaliza el mansplaining en Los hombres me explican cosas (Capitán Swing, 2014). La potencia de cambio político se encuentra ahora en los feminismos negros (Angela Davis, Bell Hooks), decoloniales (Ochy Curiel, María Lugones), autónomos (María Galindo) y musulmanes (Sirin Ablbi Sibai).

King Kong de Virginie Despentes. / d.r.

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