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Hijas, quiero una disculpa, por Caitlin Moran

En el Día de la Madre mis hijas me preguntan, como siempre, qué es lo que quiero...

Caitlin Moran. / D.R.

Caitlin Moran
CAITLIN MORAN

En el Día de la Madre mis hijas me preguntan, como siempre, qué es lo que quiero. '¿Te traemos el desayuno en la cama? ¿Quieres salir a comer fuera? ¿Te hacemos una tarta?', preguntan, porque son unas niñas encantadoras (y porque la publicidad las viene machacando desde hace unos días con el temita). '¿Qué quieres para el Día de la Madre, mamá?'. Les digo cualquier tontería y, mientras ellas se disponen alegremente a poner la casa patas arriba para usar todos los objetos que hay en ella, me vuelvo hacia mi marido y le digo: '¿Que qué quiero para el Día de la Madre? ¿De verdad? Quiero lo mismo que todas las madres quieren un día como hoy: UNA MALDITA DISCULPA. Eso es lo que esperamos en secreto las madres en todo el mundo. Una sincera y absoluta disculpa. O mejor aún, una lista completa de todas las tonterías, todo el malestar, todo el maltrato y toda la locura a la que hemos sido sometidas desde que nos quedamos embarazadas. Una lista leída en voz alta, y en la que cada infracción venga acompañada de un sincero mea culpa. ¡No quiero una maldita tarta! ¡Quiero reparaciones y justicia transicional!

Mi marido se levanta del sofá y me quita el teléfono de las manos –'No, no puedes llamar a tu abogado, para empezar porque no tienes abogado', dice– y yo aprovecho un instante de silencio para desarrollar mi planteamiento: 'La mayor roba todas mis medias; la pequeña me llama 'la diminuta y arrugada mujer-pasa'. La mayor ha perdido 17 veces el abono del metro; la pequeña no para de traer 'mascotas' a casa. La mayor me toma fotos mientras hago yoga; la pequeña me suelta en la cena cosas como: ' Entonces, mamá, ¿cómo están las relaciones con papá? ¿Todavía mantienes viva la 'magia' o vais de colegueo?'. La mayor tardó TRES DÍAS EN NACER; la pequeña prefirió el pecho izquierdo al derecho y me los dejó desequilibrados. La mayor me tiene sometida a un constante niñatasplaning contándome, por ejemplo, quiénes son los Smiths. La pequeña me dice sarcásticamente: ' ¿Esto también es culpa del patriarcado, mamá?', cuando tengo una terrible y dolorosa resaca… Ah, y las dos consideran que es perfectamente razonable despertarme a la una de la madrugada, gritando: '¡Socorro! ¡Se ha caído la señal del wifi'. '¿Tienes una remota idea de lo que han sido estos últimos 17 años? –le suelto a él–. ¡Han sido más de tres lustros trabajando en un ambiente hostil, y las demandaré por cada penique que posean que, por otro lado, son cada uno de los peniques que yo les he dado! ¡Sí! ¡Me voy a demandar a mí misma! ¡Así de loca me tienen!'.

Bien, tal vez ha llegado el momento de añadir que soy una persona racional y siempre he tenido muy claro lo dura que iba a ser la maternidad. Sabía que criarlas requeriría paciencia, sacrificio, tiempo, devoción y el fin de mi mundo tal como lo conocía. No pasa nada. Las cosas irracionales que hicieron cuando eran pequeñas, las hicieron porque eran pequeñas. Todo bien, en serio. Se supone que eso es lo que hacen las niñas pequeñas. Lo acepto completamente. Las amo. El tema es que han crecido –una tiene 17 años y la otra casi 15– y ya no son tan pequeñas ni tan irracionales. Son virtualmente adultas. Y ya que hacen uso de sus recién descubiertas madurez y sabiduría, me parece que es el momento adecuado para que reflexionen un poco sobre su desempeño general como niñas y acto seguido vengan a buscarme para decir: 'Mamá, acabo de recordar cuando, en 2005, estaba en mi carrito del súper y tuve una rabieta en la que arquee mi espalda tan violentamente que la mujer de la caja pensó que me había picado una abeja, cuando, de hecho, solo estaba enojada porque no me quisiste comprar una revista de tres páginas de Peppa Pig que valía 20 pavos… Pues, ahora que lo pienso, eso fue completamente irracional. Lo siento'. O, 'mamá, esos cuatro años que tuve miedo a las mariposas y tú tenías que caminar delante de mí agitando un palo y diciéndome: 'Tranquila hija, ya he espantado a todas las mariposas con mi Palo de las Mariposas…'. Uf, vaya trabajo. Lo siento'.

Es decir, que están en ese momento de sus vidas en el que, si no les alcanza una visión repentina pero nítida de lo increíblemente tolerante y brillante que he sido como madre desde el año 2000, es que seguramente he fallado. Creo que esa es la razón por la que yo, igual que cualquier madre de hijas adolescentes que conozco, he empezado a desear tener nietos. Podemos fingir que es porque somos melancólicas o queremos continuar nuestro legado genético pero, en realidad, es porque anhelamos esa llamada telefónica, tres meses después de que hayan dado a luz, en la que finalmente nos dicen: 'Ahora lo entiendo. Ahora entiendo por qué solías sentarte en la mesa con esa expresión extraña en tu rostro, susurrando: 'No puedo creer que no me paguen por esto'. Ahora lo entiendo. Y lo siento. Ahora... ¿podrías ayudarme a enseñar al bebé a pedirme perdón?'.

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