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Si los Beatles hubieran sido ellas, por Caitlin Moran

Hace un par de meses, las redes ardieron con aplicaciones del tipo Gender Flip, que cambiaban a la gente de género...

Caitlin Moran / D.R.

Caitlin Moran
CAITLIN MORAN

Hace un par de meses, las redes ardieron con aplicaciones del tipo Gender Flip, que cambiaban a la gente de género. Muchos aprovecharon para reinventar a los hombres más famosos del mundo como mujeres. Algunos resultados fueron virales, y lo más interesante fue ver cómo el efecto 'visual' podía cambiar la percepción de sus personalidades. Es decir, todos sabemos que la mayoría de los líderes mundiales han sido hombres pero, de alguna manera, solo cuando vemos a esas mujeres-líderes-que-nunca existieron despertamos a la realidad: no hubo ninguna Georgina Washington ni una Johanna F. Kennedy ni una Winifred Churchill. Dicho esto, yo he leído mucha Historia, así que tengo que admitir que las presidentas y primeras ministras de fantasía me dejan fría. Me he cruzado con suficientes emperatrices, reinas y faraonas como para haber imaginado innumerables veces cómo sería un mundo liderado por mujeres. Sí, lo admito, ya he soñado ese sueño. Quizás por eso la foto que me dejó alucinada fue la de… los Beatles. He aquí una imagen distinta de la historia: la idea de cuatro mujeres veneradas como lo más cercano a Dios sobre la tierra. Mujeres jóvenes de clase trabajadora, formando el mejor grupo de todos los tiempos, chicas súper inteligentes, ingeniosas, elegantes e inseparables. Tan carismáticas y geniales que crean una nueva idea de lo que signifi ca ser talentoso, inquieto, joven. Estar vivo.

Imaginad - como diría Johanna Lennon– a cuatro adolescentes dándolo todo, brillantes, asombrosamente talentosas y duras, en Alemania; vestidas de cuero negro, hasta arriba de anfetaminas, tocando hasta las cuatro de la madrugada, mientras los gamberros de la barra se rompen botellas en la cabeza. Delineador en los ojos, pista de baile, cigarillos. Y las tías pateando a los marineros borrachos fuera del escenario con sus botas moteras, mientras gritan Twist & Shout. Imaginad a esas cuatro mujeres volviendo a Liverpool, con una misión en la vida, graduándose con honores en el mundo, vestidas con trajes elegantes y fl equillo, mientras todos se enamoran de su encanto. Imaginad a las cuatro en el estudio de Abbey Road. Tazas de té, mangas de camisa enrolladas, cigarrillos. La McCartney, con los auriculares puestos, componiendo con la zurda la línea de bajo de Taxman.

Ya, ya, es difícil imaginar a unas Beatles. Pero no te rindas. Visualiza. Piensa en lo que habría sido ver a estas cuatro mujeres en la tele; haber escuchado sus canciones brotar de todas las casas de la tierra, su Please Please Me –un himno a la frustración sexual femenina que haría saltar los diodos todas las radios con su '¡Ni siquiera lo estás intentando / tío!'–, llegando al número uno en todo el mundo.

Piensa en una Tierra rendida a esas cuatro mujeres agudas, locuaces y fascinantes, llenas de esa confianza que solo te da el saber que estás en la cima y que has dejado fuera de juego a todos los demás artistas del mundo. Imagina a Johanna Lennon, gamberra, brillante e intrépida, con ese sentido del humor inteligente y mordaz, fumándose un piti mientras la sección de cuerdas de Tomorrow Never Knows se vuelve loca a su alrededor y ella sonríe con sonrisa socarrona. Paula McCartney, fresca después haber alucinado con Philip Glass y comprado algunos Magrittes. Míralas a las dos terminando los chistes de la otra, las canciones de la otra, los cigarrillos de la otra. Piensa en toda la gente importante del mundo, del Palacio de Buckingham o la Casa Blanca, llamando a su puerta, porque ellas son las mujeres que a las que adoran los hijos (hombres) de todos los líderes mundiales.

¿Y no es justo suponer –ya que en realidad los niños no son tan diferentes de las niñas– que los años 60 habrían visto los estadios, los aeropuertos y las puertas de los hoteles llenos de adolescentes gritando a todo pulmón (o por lo menos agarrándose unos a otros llorando)? Chavales entregados a cuatro chicas a las que habrían amado feroz y obsesivamente, y a las que habrían reverenciado como maestras de su oficio. Chicas que, tal vez, representaran todo lo que esos niños querrían ser. Porque ser una de ellas parecería la aventura más increíble que puedas vivir. En fin, estamos en 2018 y, como se debate sobre masculinidades tóxicas, no puedo evitar preguntarme si nuestra idea de lo que es ser un hombre podría ser completamente diferente si los niños hubieran pasado, en los años 60, por el renacimiento emocional colectivo de volverse locos por cuatro genios… femeninos. Y si las mujeres, a su vez, se hubieran visto completamente transformadas al señalar a sus cuatro hermanas musicales en el techo de los estudios Apple, con el pelo largo ondeando al viento, mientras armonizaban sus voces en Don’t Let Me Down. Sonriendo y rompiendo corazones. La idea de que alguna vez podamos amar y venerar a cuatro mujeres como el mundo amaba a los Beatles me alucina. Porque todavía, y es doloroso, no amamos a nuestras exitosas, talentosas, brillantes, difíciles y cambiantes mujeres. No como amamos a un Beatle. No como hubiéramos amado a una Beatle.

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