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Una de vampiros, por Caitlin Moran

Uno de los fenómenos más alentadores de este siglo es el rollito que se traen las chicas jóvenes con las historias de vampiros...

Caitlin Moran / D.R.

Caitlin Moran
CAITLIN MORAN

Uno de los fenómenos más alentadores de este siglo es el rollito que se traen las chicas jóvenes con las historias de vampiros, ese arquetipo. Vale, ya sé que de entrada no parece algo positivo, especialmente cuando te enganchas a las inverosímiles historias de amor –poniéndote del lado de Drácula, porque el anhelante Gary Oldman se 'merece' a Winona Ryder; o comiéndote con patatas todo el culebrón Edward/Bella en Crepúsculo–. Cuando piensas que los vampiros son esencialmente hombres desafortunados y bien vestidos que tuvieron la mala suerte de nacer con una enfermedad, que solo podrá aliviar el amor de una mujer, siempre que se entregue lo suficiente. Sí, ya sabemos que esos son los años peligrosos, cuando en las fiestas te atraen los tíos guapos, cabreados e incomprendidos que nunca bailan. Esos que no verás jamás contando anécdotas alegres alrededor de una mesa, o en la pista de baile, sino agazapados cerca de las puertas o las ventanas, como si estuvieran a punto de volar.

'Pobre, ha tenido mala suerte –le dices a tus amigos, cubierta de amor vampírico–. Sus padres no le entienden; es demasiado bueno para el trabajo que tiene; todas sus novias estaban locas y por eso lo dejaron. ¡Pero dice que le parezco genial!'.

Y claro, tal vez salgas con uno de esos chicos y te des cuenta de qué significa para él que seas tan 'genial'. Significa, para empezar, no ir a más fiestas porque a él no le gustan y quiere que te quedes en casa escuchando sus largos y oscuros discursos sobre lo injusto que ha sido el mundo (con él). O tener que retroceder, sorprendida, la primera vez que en mitad de una pelea se ponga a romper cosas para luego lloriquear: 'Lo siento, se me ha ido la olla'. Intentando cubrir primero sus mordiscos, después los moretones. Y volverte cada vez más callada, más pálida, más triste, mientras él te chupa la energía y se va volviendo más oscuro, más duro, más feroz. Porque no es sangre lo que quiere, sino tu energía. Tu energía y tu miedo. Tu 'genialidad'.

Y es solo cuando por fin le dejas, que te das cuenta de qué iban en realidad las historias de vampiros. De cómo la angustia de las mujeres siempre ha sido un recurso para los hombres que están huecos por dentro. Solo entonces tú y tus amigas dejáis de encontrar esas historias atractivas o románticas, y comenzáis a verlas como lo que son: un aviso. Una advertencia sobre cierto tipo de hombre que actúa como si tuviera una enfermedad que 'no puede evitar' y que lo condena a lastimarte. Hombres que, en realidad, han elegido maltratar y consumir a las mujeres porque el miedo y el dolor de ellas les coloca más que la cocaína.

Pensaba en todo esto mientras veía en las noticias el escándalo de Harvey Weinstein. Acusación tras acusación. Una tras otra. Mientras conocíamos las décadas de terror que el todopoderoso productor del Hollywood 'independiente' había sembrado en cientos de mujeres a las que usó para alimentar el aullante agujero negro de su interior. Succionando la energía de varias generaciones de mujeres jóvenes para mantenerse arriba a costa de su paulatino debilitamiento.

La historia de Weinstein estalló solo una semana después del tiroteo en Las Vegas, cuyo asesino, Stephen Paddock, había abusado de su novia y pagado para representar violentas fantasías de violación. Después también del tiroteo del club nocturno Pulse, perpetrado por un hombre que había golpeado y torturado a su ex esposa. Después del acto terrorista en la maratón de Boston, cuyo autor había sido arrestado por asalto doméstico. Y tras el ataque del Puente de Londres, llevado a cabo por un hombre que había sido acusado de abusar de su esposa. Y es que, si buscas en Google las palabras ' abuso doméstico ataque terrorista', hay casi un 100% de coincidencia en todos los casos.

Porque se activan las alertas del terror y del miedo si comprobamos qué tipo de personas se embarcan en estas guerras 'de un solo hombre' para convertir las ciudades en campos de batalla. Una se pregunta cómo llega alguien a transformarse en algo tan inhumanamente seguro de sí mismo, en alguien capaz de romper todos los códigos morales y de reescribir el mundo para satisfacer su propio y atronador sentido de la injusticia. ¿Alguna vez lo has tenido tan claro como para destruir las vidas miles de personas sin que te tiemble el pulso? ¿Qué tipo de colocón debes de experimentar para creer que tienes los poderes de un dios? ¿Cómo hacen estos hombres —porque casi siempre son hombres— para obtener esa fuerza terrible y destructiva?

Si algo nos ha enseñado la historia es que el terror de las mujeres y la adrenalina le han dado a este tipo de hombre un subidón mayor que el de cualquier droga. Se vuelven inmunes a su propio temor al provocar el de los demás. En habitaciones de hotel, en burdeles, en sus casas. En secreto. Para estos seres retorcidos y oscuros, una mujer es una gran bolsa de sangre. No, las historias de vampiros no son mitología. Son hechos concretos disfrazados de ficción. Son una advertencia.

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