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El disfraz de la seguridad

El prepotente ignora todo sobre sí mismo y muestra una imagen fuerte cuando en realidad no lo es. ¿Por qué esconde su auténtica fragilidad?

Meryl Streep en 'El diablo se viste de Prada' / d. r.

Isabel Menéndez
ISABEL MENÉNDEZ

Sofía había logrado parecer una mujer dura, pero ahora, a los 44 años, acababa de descubrir que la primera condición para ser fuerte era aceptar las carencias personales. Lo había descubierto en el transcurso de una psicoterapia a la que llegó después de haber acudido a varios médicos, que al final le dijeron que todo lo que le ocurría en su estómago y su piel era una cuestión de “nervios”. Lo que no podía digerir mentalmente era lo frágil y sola que se sentía a veces.

Trabajaba en una empresa de publicidad, tenía una niña de dos años y su pareja era un hombre que en principio le gustó por su seguridad en sí mismo, una característica que se convirtió más adelante en intolerancia y prepotencia. Sofía se preguntaba cómo había podido enamorarse de él por unos rasgos que ahora había llegado a detestar.

Sofía había desarrollado una máscara de fortaleza, especialmente en su trabajo, porque trataba de compensar las carencias de sus relaciones. Había intentado demostrarse a sí misma que, laboralmente, era mejor que cualquier hombre, sin darse cuenta de que, desde su fantasía, competía con sus hermanos. Su madre siempre había tenido una clara preferencia por ellos; habían sido, según ella misma decía, su debilidad. De Sofía, en cambio, afirmaba que no necesitaba tantos cuidados, lo que era una forma de dejarla sola. Su lucha por conseguir la aceptación de su madre, que nunca se produjo, la condujo a rechazar su feminidad, pues organizó en su cabeza la idea de que la rechazaba por ser una chica.

Sofía dejó de ser prepotente cuando se reconcilió con su feminidad y pudo aceptar que su madre, más que rechazarla como mujer, no había podido acogerla porque tenía dificultades para aceptar su propia feminidad. Apegada a sus hijos varones, parecía depender más de ellos de lo que sus hijos dependían de ella. Una madre infantil e inmadura y un padre arrogante, que se creía infalible y poderoso, promovieron en ella una mujer insegura en su lado femenino y prepotente en el que se identificaba con su padre. Así, se había identificado con un hombre que no aceptaba límites y que, como su marido, escapaba de las responsabilidades y la dejaba sola en la educación de su hija.

Las claves

  • El prepotente no tiene capacidad para la autocrítica, porque se ha quedado en un momento primitivo de su desarrollo psíquico. Necesita quedar por encima y demostrar su poder. Es exigente y se cree infalible.

  • No acepta la responsabilidad de sus errores porque se siente culpable de no llegar a ser tan perfecto como se creen. Todo sentimiento de culpa hace que descienda su autoestima. Se asusta de la diferencia y tiene rasgos misóginos, racistas y dictatoriales.

Falta de apoyo

La prepotencia deriva de negar las limitaciones personales porque se las teme. Se intenta mostrar a los otros una fuerza que trata de ocultar aquello que no se puede soportar. Es un rasgo basado en la ignorancia de los miedos personales que se mueven inconscientemente. Para huir de ellos, su víctima coloca las debilidades internas en los demás. Mostrar a los demás la potencia es un excelente método para acallar la impotencia personal. Esta actitud se produce cuando la personalidad no ha podido elaborar un narcisismo primario y, por ello, surge un complejo de superioridad que busca sentirse más importante que los demás.

La autoestima de estas personas es muy frágil y vulnerable, por lo que no resisten la más pequeña crítica, se ofenden con facilidad y suelen responder de forma agresiva. Cuando uno se conoce bien, es imposible ser prepotente, porque todo estamos marcados por carencias que tuvimos que sufrir, por debilidades que tene, porque todo estamos que aceptar, por límites que debemos respetar, tanto en nosotros com en los demás. Huir del reconocimiento de nuestras equivocaciones y fracasos es ir contra nosotros mismos. Solo se desea ser demasiado fuerte cuando uno se siente demasiado débil.

El narcisismo

  • Según la teoría psicoanalítica, el narcisismo primario se contruye porque el niño dirige todas sus energías sobre sí mismo. Alrededor de los 18 meses, el niño atraviesa la “fase del espejo”. En este punto, empieza a diferenciarse de su madre y dirige hacia ella parte de su afecto.

  • El narcisismo secundario le haría dirigir su interés solamente sobre el “yo”, retirándolo de otras personas en las que lo había puesto, porque algo en ellas le resultó decepcionante.

El origen de la seguridad en uno mismo (que no de la prepotencia) se halla en las personas y el ambiente afectivo que rodean al niño en los primeros años. El psicoterapeuta inglés John Bowlby dice en su libro Una base segura (Ed. Paidós) que una plataforma apropiada desde la que construir la personalidad es aquella que proporcionan los padres cuando el niño y el adolescente tienen la certeza de que puede hacer salidas al mundo exterior y después regresar sabiendo que serán bien recibidos, alimentados física y emocionalmente reconfortados si se sienten afligidos y tranquilizados si están asustados. El papel de la familia consiste en ser accesible, responder cuando se le pide aliento y tal vez ayudar, pero intervenir activamente solo si es necesario. Así, los hijos aprenden a confiar en sí mismos. No necesitan ser prepotentes para ocultar una fragilidad que no soportan.

21 de marzo-19 de abril

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