vivir

¿Por qué lloramos en las redes?

Desnudar el alma en redes sociales es tendencia. Influencers y anónimos exponen –sin filtros– su tristeza y desesperación. ¿Es llorar a moco tendido el último grito de la sociedad del exhibicionismo?

Haz click en la imagen para descubrir los youtuber más famosos que han roto sus relaciones o han salido del armario en público./pixabay

Haz click en la imagen para descubrir los youtuber más famosos que han roto sus relaciones o han salido del armario en público. / pixabay

NEREA PÉREZ DE LAS HERAS

Once años después de su publicación el vídeo sigue provocando una extraña fascinación. Se trata de una grabación de mala calidad del rostro de un adolescente, Chris Crocker, en primer plano. Su angustia va creciendo hasta el llanto histérico a medida que defiende a su admirada Britney Spears tras la debacle nerviosa que le hizo raparse la cabeza en público en 2007. “Leave Britney alone, leave Britney alone” (“dejad a Britney en paz”), repite el chico en un gemido lastimero y bañado en lágrimas.

En el décimo aniversario del vídeo, Crocker dijo a través de su cuenta de Instagram que no pasaba un día sin que alguien se lo recordase y aconsejaba a todo el mundo que tuviera mucho cuidado con lo colgaba en Internet. Pero de poco sirven las razonables advertencias: la pérdida de intimidad es el precio de los 43 millones de visitas que llegó a acumular el vídeo. ¿Un precio demasiado alto?

Sufro, luego, existo; sufro luego soy, aunque resulte totalmente patético.

Lo de Crocker es ya historia de Internet, parte de la cultura pop del siglo XXI, y puede que la primera pieza de porno emocional realmente relevante de la red. La exhibición de las emociones –antes reservadas para ser descargadas en soledad sobre la almohada o mojando las páginas de un diario– se ha convertido casi en categoría. Instagramers y youtubers como Aimee Song (casi cinco millones de seguidores) o Essena O´Neill (alrededor de un millón) han ocupado titulares por publicar vídeos lamentándose, mocosas y devastadas, del vacío existencial que se esconde detrás de sus fotos sosteniendo cócteles en piscinas. En España, Paula Gonu, Laura Escanes, Marta Riumbau, Isasaweis o Marina Yers, entre otras influencers, han publicado historias abriéndose en canal, hablando de sus rupturas ante una audiencia planetaria.

Los vídeos que exhiben emociones negativas, como la pena, la sensación de aislamiento, la ansiedad o incluso la rabia representan el lado oscuro del oversharing (compartir demasiado). Sufro, luego vivo. Sufro, luego soy... Aunque resulte totalmente patético.

Los vídeos llorando son los nuevos desayunos con tostadas de aguacate. Una seña de identidad millennial. Pero ¿cómo darnos cuenta de cuándo estamos compartiendo demasiado? ¿Es mostrar las emociones negativas una manera de contrarrestrar la perfección falsa de las redes sociales o ambos extremos son igualmente impostados? ¿La pornografía emocional está cambiando la manera de relacionarse de los nativos digitales? ¿Por qué resulta tan adictivo observar la miseria ajena y compartir la propia?

Hay ansiedad por el like y una búsqueda desesperada por llamar la atención.

La psicóloga Jara Pérez opina que esta es una deriva lógica de la manera de comportarnos en una sociedad que cultiva una vida paralela en internet: “La tendencia es mostrarte –explica–. Y el reverso natural de la felicidad por decreto, estilo Mr. Wonderful, es darle visibilidad también al dolor y el mal humor”. Pero ¿se trata siempre de emociones sinceras o estamos ante llamadas de atención? ¿O son solo estrategias de marketing, en el caso de quienes viven de internet?

Vivir en la miseria de los demás

“Los vídeos de influencers llorando me parecen tan pornográficos como aquellos en los que se maltratan animales”, dice la youtuber Estíbaliz Quesada, más conocida como Soy una pringada. Quienes estén familiarizados con su estilo pensarán que esta afirmación es una de sus exageraciones, pero solo hay que ver el vídeo de 29 minutos de los youtubers Roenlared y J Pelirrojo, titulado Algo de paracaidismo, anunciando su ruptura para comprobar que no exagera nada: “Ese vídeo es directamente una snuff movie”, añade. Y lo es. En sus vídeos y en los diversos programas en los que colabora, Estíbaliz Quesada actúa como azote tanto del optimismo forzado como del drama gratuito. Soy una pringada es sincera, brutal, ácida, inteligente e incómoda para todo el mundo. También es una voz experta en lo que tiene que ver con el sentimentalismo en redes sociales. Su deporte favorito es revolcarse en los contenidos de internet que más vergüenza ajena puedan despertarle. Tiene varios vídeos poniendo a caldo a los influencers nacionales e internacionales que lloran. “Es una manera de conseguir seguidores a toda costa. Cuando subes un vídeo en el que dices “mi vida es una mierda” resulta muy evidente si es sincero o una llamada de atención”.

Ella misma, tanto en sus vídeos como en su libro Freak, ha compartido situaciones duras como el bullying que sufrió de adolescente o la muerte de su padre, pero jamás hemos visto una lágrima suya en redes. “Grabarte llorando, seas conocida o anónima, me parece un circo. Es cierto que puedes ayudar a la gente compartiendo situaciones duras, pero yo jamás he tenido la tentación de hacerlo llorando, lo hago desde el humor. Percebes y grelos –se refiere a la youtuber, guionista y presentadora Carolina Iglesias– ha hablado, por ejemplo, de ansiedad, sin resultar exhibicionista. Ella es un buen ejemplo de cómo compartir sin caer en la sobreexposición”.

"Los adolescentes son nativos de esta atmósfera narcisista".

Jara pérez - Psicóloga.

Sara tiene 18 años, prefiere no dar su nombre real. Va al instituto, saca buenas notas, apenas ve televisión, solo vídeos de Youtube y stories de Instagram. En estas piezas audiovisuales de 15 segundos, que solo permanecen 24 horas en el aire, se mezclan las vivencias de sus amigas, familiares o compañeros de instituto con las de algunas de las celebridades de internet de las que ya hemos hablado. Me permite revisar las últimas actualizaciones de las cuentas que sigue. Alguien ajeno a los ídolos millenials del momento no sabría decir quién es famoso y quién no en este collage de pedacitos de vida. Sus amigas hablan a la cámara del agobio de los exámenes, pero también desempaquetan sus compras como hacen las influencers que reciben toneladas de regalos.

Sara dice que es tímida y que no le gusta exponerse demasiado. En su Instagram hay fotos de sus amigas posando en Madrid Río y jugando al voley, de su familia de vacaciones y de su gato, nada demasiado comprometido, pero admite cierto enganche a los dramas ajenos. “Hace poco una chica del instituto rompió con su novio y nos íbamos enterando de todo por los stories de los dos”. Estas pequeñas piezas de vídeo se pueden enviar a otros usuarios, así que, según Sara, el asunto alcanzó niveles de cotilleo dignos de un reality televisivo. “Creo que a ella le ayudaba que la gente le diera ánimos en los comentarios, pero estoy segura de que se ha arrepentido de haber dicho algunas cosas”, me cuenta.

Hijas de la lágrima

La psicóloga Jara Pérez considera que situaciones como las que describe Sara son muy naturales entre los adolescentes “Hoy, cualquier chaval de instituto tiene miles de seguidores –dice–, los adolescentes son nativos de esta atmósfera narcisista y de este sacarlo todo sin filtro, están acostumbrados. Para ellos hay poca diferencia entre lo que comparten en la realidad y en Internet”. Pérez observa que no hay que perder de vista que lo que podríamos llamar porno emocional tiene que ver con el hecho de que estos sentimientos se exponen ante una audiencia casi televisiva pero que se trata de las mismas emociones que los chicos y chicas comparten comiendo pipas en el parque en un momento de sus vidas en el que todo es muy intenso.

¿Compartir lo que sentimos nos hace más humanos o más impúdicos?

Pero no son solo los adolescentes quienes generan y consumen este tipo de contenidos. “Es una moda que no toca unicamente a los millennials. Hemos visto padres en Youtube haciendo vídeos de sus hijos llorando por haber perdido al perro. Para ilustrarlo ponen una miniatura de un primer plano de su hija llorando. Es patético y la única lectura que le encontramos es la búsqueda de fama”, dicen Natalia Flores y Borja Prieto. Ellos son pareja, youtubers y padres de adolescentes. Además por su canal, Los Prietoflores, han desfilado como invitados muchas estrellas de Youtube y ambos son voraces consumidores de contenidos en internet. Ambos consideran que el porno emocional es tendencia, que tiene que ver con la búsqueda desesperada de atención y que es alarmante. “Existe una ansiedad clarísima por el like y por mantenerse vivo en redes. El otro día vimos un reportaje en un instituto de Madrid y los estudiantes decían que si una de sus fotos no llegaba a determinado número de likes se deprimían, afectaba a su estado de ánimo y muchos las borraban”.

Para Jara Pérez no está tan claro si esta tendencia cambiará nuestra manera de entender y compartir las emociones para bien o para mal, considera que hay que juzgarlo en el largo plazo. “Por un lado, normalizar la tristeza hace que seamos más realistas. El perseguir el bienestar absoluto genera frustración –explica–. Recibir una respuesta automática a tus estados de ánimo puede ser un parche útil: de repente alguien que ni siquiera conoces te está echando un brazo por encima del hombro… Pero indudablemente también tiene una parte adictiva, cuanto más inmediata sea la recompensa, mayor es el poder de adicción. Todo depende de los recursos emocionales que tenga cada persona, pero existe el riesgo de ir a buscar este parche una y otra vez”.

Sea para conseguir seguidores o para recibir un frío abrazo virtual, lo cierto es que desnudarse emocionalmente ante millones de personas es tendencia. Y tristeza, desesperación y vacío existencial forman ahora parte de lo que compartimos, quizá en exceso. ¿Nos estaremos volviendo más humanos o solo más impúdicos?

Y además...

-Drama friends: ¿Me puedes querer menos?

-Autoestima a prueba de depredadores emocionales

-¿Sexy o rídicula? Ten cuidado con las fotos que mandas

19 de febrero-20 de marzo

Piscis

Como elemento de Agua, los Piscis son soñadores, sensibles y muy empáticos. La amistad con ellos es siempre una conexión profunda que dura toda la vida... Si puedes soportar su carácter pesimista y su tendencia a guardar secretos y a ver siempre el lado negativo de las cosas. Ver más

¿Qué me deparan los astros?