celebrities

Dalida, la diva trágica

Triunfó en los escenarios, pero su vida fue tan azarosa como triste. La ciudad que tanto la quiso acoge un rodaje sobre la vida de la italiana que conquistó París.

La cantante Dalida en una instantánea tomada en 1970. / Agencias

LUIS NEMOLATO

Dicen que no hay nada más sexi que una italiana hablando en francés. Sin embargo, las últimas palabras que pronunció Dalida las escribió en un papel. Estaba sola. Esperó toda la vida para estarlo, si es que en algún momento vivió acompañada. Pudo mentirse a si misma y creer que nadie la había querido acompañar en el transcurrir de los días, acostarse con Dalida pero despertarse con Iolanda. Los años, el amor y la muerte le habían hecho descubrir que ningún hombre la había querido más que a su propia vida.

Había vendido 125 millones de copias, el primer disco de diamante de la historia llevaba su nombre, era la mujer más famosa de Francia, pero no era suficiente. La llamaban la diva trágica. También ‘la bambina’. Aquella mañana decidió no cumplir con sus compromisos. Levantó el teléfono y dijo que tenía frío. Tenía los dedos ateridos y ninguna gana de recomponer los pedazos de su corazón que, como un cubito de hielo, se deshacía en una acera de su querido El Cairo. «La vie m’est insupportable. Pardonnez-moi», anotó en una tarjeta de visita. No hay necesidad de traducir sus últimas palabras. Era el 3 de mayo de 1987, y con 54 años, se tomó una dosis letal de barbitúricos.

Su vida llevada al cine

Ahora la modelo transalpina Sveva Alviti ha sido la elegida para convertirse en la protagonista de la que podría ser la película definitiva sobre Dalida. La realizadora francesa Lisa Azuelos comenzó a rodar hace unas semanas en el barrio parisino de Montmartre, donde vivía esta mujer que pedía más a la vida que lo que la vida podía darle. En el número 11 bis de la rue d’Orchampt. Cada detalle del filme es noticia en el país vecino. No en vano, solo hay tres monumentos dedicados a mujeres en París y uno es el suyo. Está cerca. Apenas a cien metros de su palacete, allí donde Miterrand le llevaba flores cada mañana antes de que los periódicos se hicieran eco de aquel amor secreto y él decidiera relegarla porque no estaba bien visto en las esferas del partido.

Cuando apareció una biografía no autorizada sobre el expresidente galo, aquello fue todo un escándalo. Dalida era la mujer más deseada por los franceses, a los que volvía locos aquel acento italiano que agravaba aun más. Sin embargo, su corazón nunca perteneció a Mitterrand. Ni a Delon ni a tantos otros… Llevaba más de 20 años roto. Luigi Tenco fue el culpable.

Solo cuatro meses antes de quitarse la vida, Dalida declaraba a Oggi en la que fue su última entrevista: «Ninguna historia de amor se puede comparar a la que viví yo con Luigi. Es el compañero del que siempre me he sentido viuda. Que Dios me perdone si no tuve tiempo para entenderlo, para protegerlo hasta el final. Él era mi instinto, mi vocación musical. Me sentía presa de aquel revolucionario que en 1964 había abandonado el partido comunista porque decía que los rojos se habían decolorado. O que había interrumpido sus estudios de ingeniería porque sostenía: «Yo no construiré jamás ni puentes ni casas solo por darles millones a los poderosos. Mejor que casas, prefiero las canciones». Como todas las personas románticas que se niegan a crecer, él era mi hombre ideal. El hombre de mi vida. ¿Cómo no me voy a quedar tocada psicológicamente? Él era un río turbulento en el que yo pretendía ahogarme a perpetuidad . Pero me di cuenta demasiado tarde de que tendría que haberlo ayudado».

Tenco se suicidó en el hotel Savoy de San Remo, después de que ambos actuaran en el festival más famoso del país y su fracaso fuera legendario. Ella fue quien lo encontró. Quien intentó taponar la herida del disparo. Quien acusó al mundo de aquella muerte. Él solo tenía 28 años y le recordaba a su padre, que murió cuando era niña. También era comunista. Músico. Salió de su Calabria natal para buscarse la vida y se convirtió en el primer violín de la Ópera de El Cairo. Ella lo amaba. Tampoco le dio tiempo a decírselo.

A su muerte, su madre, ella y sus hermanas se vieron condenadas a coser día y noche para poder salir de Egipto y volver a Italia. Paradójicamente, ella sería la Cleopatra rubia cuando por sus venas no corría sangre árabe. Era italiana pero cantaba en francés y había surcado el Nilo para llegar al Sena sin pasar por el Tíber.

La verdadera Dalida

Nació un 17 de enero de 1933 con el nombre de Iolanda Gigliotti, en un Egipto que ya no existe, cosmopolita y libre. En aquel bullicio Iolanda sobresalía por su belleza. Una belleza morena. Y diferente. Alta. De ojos ligeramente bizqueantes y un encanto arrebatador. Sus hermanas la inscribieron en un concurso de belleza, Miss Ondine. Y ganó. Comenzó entonces a trabajar como modelo de Donna, una casa de haute couture italiana con sede en la capital egipcia. Un año después, en 1954, con 19 años, se presentó a Miss Egipto y también ganó. Eran tiempos en que aquellos certámenes eran un vivero de estrellas.

Viéndola desfilar estaba un compositor de renombre y hacedor de starlettes, Lucien Morisse, quien enloqueció nada más verla. Él la llevó al Olympia de París pese a las reticencias de su madre. Era la primera vez que salía del desierto. Era la primer vez que su nombre brillaba sobre una marquesina. Ya nunca dejó de hacerlo. Se enamoraron. En 1961, Dalida se casaba con su descubridor. Cinco años de relación pasional. O de paternalismo. O de gratitud. Y sobre todo, de escándalo.

Dos meses después del ‘sí quiero’, volvió a ser pasto de la maledicencia: Morisse la engañaba. El matrimonio no llegó al año. Y mientras su vida volvía a desmoronarse, su triunfo en los escenarios era antológico. Era amiga de Charles Aznavour, Johnny Hallyday y Brigitte Bardot. Sus fotos sonriente empapelaban el país. ¿Qué había detrás de aquella sonrisa? Soledad. Porque sí, Alain Delon pasó por sus sábanas después de Lucien. Parole parole… Todo el mundo pensó que cuando cantaban esa canción estaban juntos. Y así fue. En la cama. Pero no había llegado aun el amor que la destrozara.

Ocurrió como suelen ocurrir esas cosas. Por casualidad. En Roma. En la Casina Valadier. Bebía una copa. Ya era una estrella mundial, elegante, refinada, única. Pero sola. Era la Nochevieja de 1966. De pronto, sobre la escalinata, un joven genovés comenzó a cantar: «Io vorrei essere là sulla/ mia verde isola ad inventare/ un mondo fatto di soli amici». Dalida sintió que se lo cantaba a ella. Danilo Degipo, amigo de la adolescencia del trágico y misterioso cantautor italiano, cuenta que ella preguntó quien era aquel chico y que él, nada más enterarse, pidió que le dieran la dirección de su hotel.

Un amor para la eternidad

«Fue una historia de amor muy bonita. Yo a él lo veía convencido. No recuerdo si hablaron o no alguna vez de matrimonio. Sobre el tapete, eran dos seres totalmente distintos. Luigi pensaba en el matrimonio como un contrato que a nadie le importaba. Pero Dalida era diferente. Le importaba muchísimo», recuerda Degipo. Luigi Tenco encarnaba entonces los ideales de la juventud que estallaría en el 68. Apenas con un centenar de canciones, Tenco retrató para la posteridad la sociedad italiana de aquellos años, el desencanto del milagro económico… Sus letras, a veces poco convencionales para el puritanismo de la época, versaban sobre las pequeñas cosas como nadie hasta entonces las había dicho, retratando personajes conflictivos, en ocasiones antisociales. Eran demasiados ingredientes con los que una mujer como Dalida podía perder la cabeza…

Ella estaba en plena madurez artística. Luigi comenzaba. Ella era una diva internacional. Luigi un principiante aunque de culto. Ella refinada. Luigi, un líder obrero. Ambos, dos personas atormentadas y vulnerables. Dalida se quedó fascinada por aquel hombre joven, idealista, serio, honesto, que no quería venderse al mercado ni comprometerse con nadie. Ni con la industria. Ni con ella. Luigi tenía novia. Sí. Volvió a ser otro amor secreto. Otro amor imposible. Podían cantar juntos, eso sí. Lo harían en San Remo. 'Ciao amore, ciao'. Después, se casarían.

La noticia destrozó a la novia de Luigi, pero fue un gran punch publicitario. Y él intentó que las cosas volvieran a su ser. Al bledo con la publicidad. Y escribió una carta en la que, como San Pedro, negaba a su diosa. «Lo he intentado de todas las maneras, he pasado noches enteras bebiendo, intentando hacerle entender quién soy, qué quiero, y al final, le he hablado de ti, de cuánto te amo. Qué horror, ¿verdad? Es verdad que si bien ella se ha mostrado comprensiva, me ha dicho que todavía tendremos que mantener ese absurdo montaje delante de los ojos de los demás. Es una mujer que está viciada, neurótica, incluso ignorante… Que se niega a aceptar una derrota ya sea profesional o sentimental. Te quiero, Valeria».

El drama de Luigi

Sin embargo, sus actos decían todo lo contrario: amaba a Dalida. Pero estaba condenado a elegir. No sabía. Prefería vivir sin vivir entre dos mujeres a las que amaba y su corazón no pudo aguantarlo mucho tiempo. En realidad l o que ocurrió entre los ángulos de este trío amoroso es una incógnita. Incluso lo que pasó por la cabeza de Luigi aquel día en el que todo se desbarató es todavía hoy un asunto judicial nunca aclarado.

San Remo, 26 de enero. Desayuno en el Hotel Savoy. Tenco y Dalida aparecen resplandecientes en el comedor. Se saben ganadores. El público les ama, la prensa los adora, la crítica está rendida a sus pies. Ciao amore, ciao es una de las canciones más deliciosas del siglo. Aun con los rumores de que aquel romance es una farsa, es la pareja del momento. Después del espresso, ensayaron. Luigi estuvo más tranquilo de lo habitual y cada uno volvió a su habitación para descansar antes de la gran noche.

Pero a las 7 de la tarde, un timbrazo despertó a Dalida. Luigi tenía un ataque de ansiedad. Dalida le pidió una manzanilla, pero Luigi prefería un cóctel: whisky con tranquilizantes. Él guardó silencio y Dalida se enfadó. Le dejó solo. ¿Qué le ocurría? Y llegó el momento de cantar: a Luigi lo tuvieron que llevar casi del brazo. No se sostenía solo. Tampoco podría mantener el ritmo ni se acordaría de la letra. 38 votos frente a 900 del ganador. «Una debacle». Dalida no había perdido nunca en su vida y Tenco no podía aceptar que su canción fuera olvidada.

Fin de la gala y momento de irse a cenar. Tenco prefirió quedarse en la habitación pese a la insistencia de Dalida. Dalida lo dejó de mala gana. No obstante, con gli antipasti sobre la mesa, Dalida tuvo un presagio. Corrió al hotel. Golpeó la habitación 219. Gritó desconsoladamente sobre la puerta. A las 02:14 de la madrugada del 27 de enero de 1967 Luigi Tenco se quitó la vida de un tiro en la cabeza.

«Quise mucho y bien al público italiano y le he dedicado inútilmente cinco años de mi vida. Hago esto porque no es que esté cansado de la vida, nada de eso, pero sí como un acto de protesta contra un público que manda la canción 'Io tu e le rose' a la final y a un jurado que elige 'La rivoluzione'. Espero que esto sirva para aclarar las ideas a alguno. Ciao, Luigi». Dalida encontró la nota en el suelo. Sujetó a duras penas la cabeza de Luigi sobre su vestido con la sangre cubriéndole el regazo… «Asesinos, lo habéis matado vosotros». Nunca volvió a ser la misma. Es más, un año después, volvió a aquella habitación para quitarse también la vida. No lo consiguió. Una camarera descubrió su cuerpo aun con vida y la llevaron al hospital.

Un año después reaparecía en escena más fuerte que nunca. Rubia, con el pelo encrespado, su marca de la casa desde entonces, vestida de blanco, como si aquella tragedia le hubiera devuelto las ganas de vivir, de renacer. Había viajado a la India y se había convertido al budismo. También estudiaba a Jung por aquello de su imposibilidad a la hora de aceptar la muerte del padre… Fueron años en lo que intentó ser madre. De un joven romano parecido a Luigi, Daniele se llamaba. Pero lo perdió… Y con el bebé, a Daniele.

También fueron años en los que volvió la mirada hacia el Elíseo hasta el punto de que Mitterrand era conocido en los mentideros como Gigi l’amoroso, gracias al título de una sus primeras canciones. Y también años en los que triunfó remontando a ídolos como Village People, reconvertida en una nueva diva gay, en parte, gracias a la dudosa heterosexualidad de su cuerpo de baile, en parte porque se manifestó públicamente a favor de la lucha contra el sida.

El trágico adiós de Dalida

Y como contaba Chus Lampreave en 'La flor de mi secreto', llegó un momento en el que debía volver a sus raíces, al desierto que la vio nacer, yermo, cálido y mortal, porque si no, podría perderse como vaca sin cencerro. Lo haría a través de la ficción, con el cine. Y, contra todo pronóstico, fue aclamada por la crítica en la película Le sixième jour, dirigida por el egipcio Youssef Crahine en 1986, un año antes de que sucediera todo . «Qué bien no ser Dalida», diría entonces al hablar de la película.

«Orlando, no me encuentro bien, tengo frío. No podré ir a la sesión de fotos». « Querida, no me encuentro bien. Por favor, le rogaría que se tome el día libre, a las 17:00 horas de mañana, si puede, véngame a despertar de la siesta». Fueron sus dos llamadas aquella mañana de mayo. Una a su hermano. La segunda a su ama de llaves.

Su suicidio, a fin de cuentas, es una de las muertes menos imprevistas de la historia de la música. Si se echa un vistazo a los títulos de sus últimas canciones, en los 80, no queda mucho espacio para la ambigüedad: 'Fini la comédie', 'Mourir sur scéne…' Pero aquel día, dicen sus vecinos que de su chateaux, entre los jazmines, se oía una voz masculina cantando en ialiano. Era Luigi Tenco.

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

¿Qué me deparan los astros?