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Isabel II, su graciosa majestad

Ocurrente, divertida hasta la malicia y siempre disfrutando de su sentido del humor. Sí, hablamos de la reina de Inglaterra, o más bien de la mujer que casi siempre queda oculta tras la dignidad del trono. Estas son algunas de sus mejores anécdotas.

CARLOS ALCELAY madrid

La reina se acomodó frente a Lucian Freud para que el reputado pintor alemán comenzará a trabajar en su retrato. No muy lejos observaba un miembro de seguridad al que había contratado personalmente a raíz de un incidente de caza, según relató divertida al artista: "Estaba recogiendo las armas como siempre hago al final de la jornada cuando un faisán herido me arañó y comencé a sangrar. Ese detective creyó que me habían disparado, se tiró encima de mí y me hizo el boca a boca. Considero que llegamos a conocernos bastante bien".

No mucho después, la soberana visitó una exposición donde se exhibían obras de Freud con modelos desnudas. Al preguntarle el director de la muestra si alguna vez había posado para el pintor, ella dijo en un susurro: "Sí, pero no así…".

Ocurrente, jovial, de risa fácil y una gran imitadora. No muchos imaginarían esas cualidades en la mujer circunspecta que ha soportado con elegancia y profesionalidad el peso de la corona británica durante 63 años. Isabel II, dicen quienes la conocen, ha conservado desde niña un sentido del humor con el que le gusta romper la rigidez de la corte. Rowan Williams, quien fue arzobispo de Canterbury, la describe como "muy divertida en privado" y "siempre dispuesta a hacer bromas y a que bromeen con ella". Richard Crossman, un antiguo político y columnista, escribió: "Ríe con todo su rostro. No puede limitarse a una simple, porque realmente es muy espontánea".

"No puede limitarse a una simple sonrisa, porque es muy expresiva", dice de ella un experto.

Decenas de anécdotas ilustran el verdadero carácter de la reina, y muchas de ellas se han recopilado en el libro El ingenio mordaz de Isabel II, que la biógrafa Karen Dolby acaba de publicar en el Reino Unido. Casi cualquier motivo parece propicio para sus chanzas. En 1982 un intruso se coló en el palacio de Buckingham y la reina lo encontró en su dormitorio.

Al relatar el incidente a su familia, imitó los gestos y el acento de la camarera real que acudió a ayudarla: "Maldita sea… Seño… ¿¡Pero qué hace este aquí!?". Parece evidente que le gusta abandonar su papel para reírse de él. En una ocasión, como es tradicional, se trasladó en carroza descubierta desde Windsor hasta las carreras de Ascot, acompañada por Felipe de Edimburgo y su hijo Carlos. Entre los vítores de la gente que flanqueaba el camino, se escuchó un grito con argot callejero. La reina gesticuló entusiasmada y sonrió. "¿Pero qué ha dicho?", le preguntó su marido. "Ha dicho: 'Menéate Liz'", y estalló en carcajadas.

Una mujer sin filtros

Sus asistentes hace tiempo que se acostumbraron a esa espontaneidad. Uno de ellos recuerda la impactante imagen de la reina acercándose a él dando brincos feliz mientras exclamaba: "¡He ganado! ¡He ganado!". Luego averiguó que Inglaterra había vencido a Australia en un partido de cricket, deporte del que la soberana es muy aficionada. Balmoral (Escocia) es su lugar de veraneo, de manera que en ese tiempo no se priva de algunos caprichos aunque parezcan excéntricos.

Cada mañana, un gaitero marcha alrededor de la mansión tocando melodías escocesas para amenizar el desayuno real. Y durante la noche es habitual verla con un cazamariposas intentando atrapar a los murciélagos que se meten en las torres del castillo. Si alguno cae en la red, lo coge con cuidado y ordena que lo suelten lejos de la propiedad.

Pero probablemente nada satisface tanto a la risueña personalidad de Isabel como desconcertar a sus acompañantes. Durante una comida en el castillo de Windsor, ubicado cerca del aeropuerto de Heathrow, la reina interrumpió su conversación al escuchar el paso de un avión. "Boeing 747", dijo, y continuó charlando. La situación se repitió poco después: "Airbus 320". Y así identificó cada aparato que les sobrevolaba para sorpresa de sus invitados.

En otra ocasión decidió acudir a la fiesta de cumpleaños que un buen amigo celebraba en un club nocturno, un tipo de local muy poco usual para la realeza. En la cena se sentó junto Lord Salisbury, quien al día siguiente asistió con la soberana a una ceremonia religiosa en la catedral de St. Albans. El deán del templo, al ver allí a Lord Salisbury, preguntó a Isabel si le conocía y ella, con el rostro imperturbable, le contestó: "Por supuesto, él y yo estuvimos ayer en un nightclub hasta la una y media de la madrugada".

"La señora Tatcher no escucha una palabra de lo que digo", llegó a manifestar.

Nadie se libra de su ingenio malicioso, ni asistentes ni primeros ministros. Entre los primeros se recuerda a un oficial de la guardia real que protegía el carruaje descubierto desde el que la reina saludaba a la multitud, colocándose en medio e impidiendo la visión de la comitiva. Hasta que su protegida llamó su atención: "De hecho, capitán, es a mí a quien ha venido a ver esta gente".

Con Margaret Thatcher no tuvo una relación tan fluida. A la reina le incomodaba que la ‘Dama de Hierro’ mostrara un comportamiento deferente en exceso y le pidió que relajara las formas. En la siguiente ocasión en que se vieron, la primera ministra le hizo una reverencia exagerada. "La señora Thatcher no escucha una palabra de lo que le digo", dijo la soberana entre resignada y divertida, a lo que la política respondió ampliando su sonrisa aduladora.

A Harold Wilson, otro de sus primeros ministros, le gustaba contar la anécdota de la que fue testigo a mediados de los años 70, cuando se decidió que un joven Príncipe de Gales le acompañara en una visita oficial. Isabel llamó a su hijo cuando estaba despachando con el jefe de Gobierno y le dio instrucciones para el viaje: "Él (por Wilson) va a ejercer de padre", le espetó con gravedad, y comenzó a reír. "Va ser como tu papá…", balbuceó en mitad de una larga carcajada.

La ironía de su marido

Muchos de los que han leído el libro de Karen Dolby ahora se explican por qué Felipe de Edimburgo siempre se ha sentido libre para exhibir su peculiar ironía aunque provocara situaciones incómodas. "Podría pasar ginebra de contrabando en su pierna artificial", llegó a decir el duque a un amputado. Otra vez no se le ocurrió mejor forma de recibir al presidente de Nigeria que con una referencia a la tradicional túnica ancha que vestía: "Se ve que ya está preparado para irse a la cama".

El matrimonio comparte un sentido del humor que, sin embargo, la reina luce en público con más recato, como demostró en una visita a Estados Unidos, al contestar a una pregunta sobre la impresión que le habían causado las cataratas del Niágara: "Bastante húmedas". O cuando le presentaron a Eric Clapton: "¿Así que usted lleva mucho tiempo viviendo de tocar la guitarra?".

Aunque tal vez los años le hayan hecho más atrevida. En los Juegos de la Commonwealth de 2014, al dejar el palco de autoridades observó que las jugadoras de hockey australianas se hacían un 'selfie'. Se acercó por detrás y se colocó a su espalda exhibiendo su mejor sonrisa. Al principio las deportistas no reconocieron el rostro que se colaba entre los suyos, adornado con un vistoso sombrero de plumas. Cuando se dieron cuenta, intentaron encuadrar bien a la espontánea. La imagen fue trending topic en las redes sociales.

Menos discreta parece cuando se pone tras el volante, lo que hace con frecuencia mientras está en sus residencias campestres, alejada del protocolo londinense. Su prima Margaret Rhodes describe su estilo de conducción "como un murciélago salido del infierno". Apretar el acelerador la desinhibe hasta la temeridad y ha reconocido a su familia que le divierte asustar a los vecinos con frenazos y derrapes, casi siempre sin ponerse el cinturón de seguridad. Acumula dos denuncias, aunque no hay riesgo de que le retiren el carné. Privilegios de una anciana de 89 años a la que el buen humor la mantiene en plena forma.

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