Por supuesto, es esencial saber que del mismo modo que en la pubertad cambia nuestro cuerpo, la menopausia también trae consigo alteraciones. Entre todos los cambios físicos, los cutáneos son los más visibles porque la capacidad regeneradora e hidratante de nuestra piel se reduce y nuestro cuerpo se centra en adaptarse a los cambios internos dejándonos más desprotegidas frente a los fenómenos externos. Por eso, la elasticidad y la luminosidad se van apagando progresivamente por la pérdida de colágeno, lo que provoca flacidez, sequedad o tirantez e incluso sensación de picor y aparecen las arrugas y líneas de expresión (ya no estacionales). Por eso, la hidratación es la palabra que debes grabarte a fuego en esta etapa.

Pero también debes tener en cuenta que los cambios son progresivos y varían según avanzan los años. Ya desde la perimenopausia, la fase de transición que puede durar hasta cinco años, se producen cambios en la piel como la caída del óvalo, la piel tirante y las arrugas marcadas por la caída de los niveles de estrógenos y de progesterona. Al llegar la postmenopausia, la piel se torna seca, asistimos al descolgamiento y a la pérdida de volúmenes y densidad. Esto último es donde debes poner el acento para recuperar la elasticidad y luminosidad de la piel y los tratamientos de noche son tus mejores aliados. Por último, en la edad de oro observamos cambios en el color de la piel, que se vuelve fina, frágil y sufre más pérdida de densidad. Por ello, y porque no somos iguales ni por dentro ni por fuera según cumplimos años, es esencial contar con una rutina de cuidados adaptada a las nuevas necesidades de nuestra piel.