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Perdida en mi armario: "No encontrar es como no tener, pero peor"

Un vestido de dos años (y dos tallas) atrás, una camiseta que olvidaste, los zapatos imposibles y hasta los calcetines de tu ex. ¿Dónde está el fondo (y el fin) del armario femenino?

No encontrar es como no tener, pero peor / Fotolia

Mª FERNANDA AMPUERO Madrid

Cuenta la Biblia que Dios organizó el universo en seis días y al séptimo, el domingo, descansó. Pero si viniera a poner orden en mi armario, estoy segura de que esos seis días se convertirían en 70, o en 70 veces siete, o en la eternidad... Pero estamos hablando de tiempo divino, ¿eh?, que no es el miserable tic tac humano con horas de trabajo, baño, sueño, vermú, ver qué echan en la tele, almuerzo donde los suegros y wasapear.

Me lo imagino al pobre aparta de mí este caos pidiéndole ayuda a Marie Kondo, ya sabeis, la japonesa experta en perfección espacial, autora de La magia del orden: herramientas para ordenar tu casa... ¡y tu vida!, que nada más acercarse a mi armario, abriría mucho, lo más que pudiera, sus ojitos y diría: no. A Dios. Le diría no. Arigato, pero no.

Es que creo que, en realidad, es más fácil librar batallas eternas contra el maligno que encontrar, por ejemplo, mi querida chaqueta azul de entretiempo o ese colgante que me ponía sin parar en la primavera de 2014 y ahora necesito más que el respirar. Me he emperrado. Y venga y dale a buscar entre jadeos de angustia. Pero no.

  • - ¿Por casualidad no has visto mi colgante, uno de amatista, que era así de largo y que me compré en ese mercadillo en Florencia? - ¿Tu qué?

Hablando pronto y con sinceridad, soy un auténtico desastre. Todas las semanas me prometo que pondré fin a este apocalipsis de armario y así, estación tras estación. Cada temporada compro cosas nuevas que, estoy segura, ya tengo, pero no encuentro. Y no encontrar es un poco como no tener. Pero peor. Eso sí, mi optimismo es casi tan gigantesco como mi desorden, así que busco y busco, me sumerjo en el armario como un jabalí trufero, pero encuentro otras cosas, nunca mi obsesión. Encuentro, por ejemplo, pulseras ochenteras de plástico fluorescente, una camiseta de AC/DC (vaya, ¿cuándo he comprado una camiseta de AC/DC?), unos zapatos que estrené una

vez y me hicieron daño como si estuvieran forrados de púas, una copia exacta de una falda Versace, otro little black dress, monísimo, pero de una talla 36 que, como las oscuras golondrinas del poema, ya sé que no volverá jamás.

Le llamo agujero negro, a mi armario, digo, no a mi ex, que también.

A propósito de esto, ¿sabías que, según un estudio de Alli, nueve de cada 10 españolas guarda en su armario al menos cinco prendas que ya no le caben con la esperanza de perder peso y volvérselas a poner? Yo tengo varios de esos delirios textiles. Imagínate, vaqueros y vestidos, como huerfanitos, mirándote con ilusión, diciéndose "hoy sí, hoy seré el elegido". Pero no, queridos vaqueros de otros tiempos, mejor desengañarse, faltan seis dedos para que cierre el botón y suba la cremallera.

Mi armario le cambia el concepto a lo de fondo de armario. En mi caso no significa tener prendas que puedan intercambiarse, de colores neutros, prácticas, para salvarnos de un apuro: en mi caso, el fondo de armario es lo que no se ve, lo que no hay. El más allá. Entras ahí y, de repente, podrías aparecer en Narnia. Igual en el más allá del fondo está mi ex, quien, por cierto, me ha dejado unos regalos envenenados encantadores: hace poco cogí unos pantalones y, al intentar subirlos, descubrí que no me pasaban de las rodillas.

Te imaginarás, qué hermosa sensación la mía: he engordado hasta de las rodillas. Pero no, no eran míos, eran los pantalones que abandonó mi ex. Así que, llegué a una conclusión sobre la marcha: nada de salir con hombres que usen una talla menor a la mía. Nunca, jamás, never. Cada vez que hacemos eso, muere un panda. Y otra cosa (sí, también me atrevo a dar un consejo): cuando él se vaya de casa, que se lleve absolutamente todas sus cosas, que no deje ni un calcetín, que a veces ese calcetín nos coge en un mal día y puedes acabar llorando abrazada a él, como si fuera un cachorrito moribundo.

Le llamo agujero negro. A mi armario, digo, no a mi ex (aunque también). A veces lo abro y me estremezco: ahí dentro ha estallado una bomba, es la única explicación. O, bueno, no exageremos. Una piñata. Una enorme piñata de ropa de verano, de invierno, de accesorios, de medias, botas, biquinis, chubasqueros y bufandas.

Los duendecillos del desorden son impredecibles: te dan lo que no buscas

Entonces, tras pedir ayuda a Dios y culpar a las piñatas, viene la parte de por qué hacen los armarios tan pequeños. Si ustedes, constructores, fueran considerados conmigo, con nosotras, y nos hicieran unos armarios en condiciones nosotras los tendríamos impecables, ordenadísimos, prístinos, de revista de decoración. Pero no. Ahí no cabe nada. Como en vuestras urnas, no caben nuestros sueños. Y venga a echar las camisas en una silla, los pantalones en el sofá, las chaquetas en la cama, el pijama en el baño... el tamaño de la casa es el límite.

Creo que el problema es que la del armario es una industria sin corazón, si quisieran unas clientas felices nos darían espacio suficiente para que podamos guardar nuestra ropa como se merece. Bah, ¿a quién quiero engañar? Nunca es suficiente. Aunque mi armario fuera del tamaño del Camp Nou o del Palacio Real seguiría sin encontrar mi maravillosa chaqueta azul de entretetiempo Burberry. Qué hermosa era, a veces incluso la sueño. O mi colgante.

¡Eureka! Tengo la solución: lo que hay que hacer es abaratar la industria del chip e instalárselo a todas las prendas y así, con una perdida, como la del teléfono, podremos llamar a nuestra ropa. ¿No sería increíble? Que suene la camisa blanca, la pashmina de flores o la falda de gasa: bip, bip, bip. Ingenieros, basta de perder el tiempo diseñando apps que no valen para nada, ¡apostemos por el sensor antipérdida! La humanidad desordenada (como yo) tiene necesidades perentorias.

Porque lo mejor de las prendas perdidas es cuando aparecen de nuevo. Así, cuando menos te lo esperas, cuando ya no lamentas su ausencia, cuando has dejado de buscar. Cuando has perdido la fe. ¡Aparecen! ¡Viven! En una esquina, detrás de detrás, en ese cajón. Y para alguien como yo, recuperar una prenda que creías que no volverías a ver es una doble alegría. Por un lado, porque ya tienes una cosita más para ponerte. Y, por otro, porque acabas de adquirir algo que ya tiene valor sentimental y es como el superviviente de una catástrofe. Ahora sí lo vas a cuidar.

Por ejemplo, esta mañana, mientras buscaba el chubasquero y el colgante, que no, que no aparecen, ha salido a mi encuentro una camisa de seda rosa que ya había olvidado que tenía. Los duendecillos del desorden son impredecibles: te dan lo que no buscas. Como no había forma de encontrarlo, he salido sin chubasquero, llovía a cántaros y me he mojado como un perro, claro. Pero esa camisa... ¿cómo he sido capaz de vivir sin ella?

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

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