vivir

Primer día

Viajamos con la escritora Jenn Díaz a la primera discusión de pareja de las vacaciones. Un encontronazo con el pasado que puede acabar en dolor de cabeza.

Dos muejres en la playa / Maite Niebla

JENN DÍAZ Madrid

Porque a él lo único que le gustaba era nadar, y a mí también me gusta nadar, pero también hacer otras cosas como por ejemplo, yo qué sé, tomar el sol, o quedarme quieta en el agua, o mirar a la gente, no sé, lo que se hace en la playa, pero no le gustaba hacer nada de lo que se hace en la playa y, en general, no le gustaba hacer nada de lo que hacía la gente normal, y eso que yo nunca me había considerado muy normal, pero comparada con él, sí. Así que me enfadé y eso que era el primer día de vacaciones y normalmente hasta el segundo o tercer día de vacaciones estábamos bastante contentos.

Que ya me había dicho que si era para nadar vale, pero que no quería tomar el sol, que el sol era cancerígeno y que nos íbamos a morir todos, ¡vamos a morir todos!, y lo decía para reírse de mí, de burla, y de mí no se iba a reír, y menos aún tan pronto, que no me había dado tiempo ni de deshacer las maletas...

A él sí, porque él era un maniático, y supongo que lo sigue siendo, y tenía que ir deshaciendo siempre las maletas y colocando todo en su sitio, y venga a abrir los armarios de la habitación, y a deshacer la cama para que se ventilara, a abrir las puertas de la casa que mis padres nos dejaban todos los veranos para que no nos gastáramos dinero en hoteles.

Lourdes suponía que él habría madurado. No dejaba de suponer cosas.

Salí por la puerta dando un portazo y al momento vino detrás, que me esperara, que se ponía el bañador, y en el rellano, con el ascensor abierto y un pie sosteniendo la puerta, le pregunté si se iba a bañar, y dijo que a bañar sí, que nadaría un poco, y le pregunté si me llevaría a la parte de las rocas y dijo que sí, y le pregunté si después iríamos un rato a la toalla a tomar el sol y dijo que no y me metí en el ascensor y lo cerré, porque además acababa de salir el vecino de delante a sacar el perro y no sé qué manía tenía siempre de aparecer cuando discutíamos, la otra vez cuando discutimos, el verano anterior, también.

Cuando salí del ascensor iba muy enfadada, pero al llegar a la calle me puse las gafas de sol nuevas, que las había llevado a la óptica para que me las graduaran y era el primer día que me las ponía y veía todo tan bien, tan nítido, y además hacía buen día, aunque el agua seguramente estuviera fría, pero no importaba porque era el primer día de vacaciones y no quería estar enfadada aunque me hiciera enfadar uno que yo me sabía.

Pero estaba de vacaciones y mis padres nos habían dejado una casa y por eso no pagábamos hoteles y apenas gastábamos dinero porque todo era de mis padres, hasta podíamos ir a la piscina comunitaria, pero no nos gustaba porque no estaba muy limpia, aunque bueno, a mí me daba igual, pero no nos gustaba.

Es imposible que sea a mí, porque aquí apenas me conoce nadie

De camino a la playa, con mis gafas de sol, iba por el paseo marítimo y una voz, Jana, Jana, Jana, y Jana soy yo, pero pensé, es imposible que sea a mí, porque aquí apenas me conoce nadie, y la gente que me conoce hace mucho tiempo que ya no viene a veranear, pero me giré y vi a Lourdes, y seguía diciendo, Jana, Jana, aunque se diera cuenta de que ya la había visto y que sí, que me iba a parar a hablar con ella, seguía con el nombre. "Me lo vas a gastar", le digo, y me dice, "el qué", y le digo, "el nombre", y se ríe y me da dos besos pero no me creo que esté contenta de verme.

Como también iba a la playa, dijo que me acompañaba, y nos pusimos a andar por el paseo marítimo y a mirar desde la baranda de piedra cuál era el mejor sitio, pero no lo había porque todo estaba bastante lleno.

Yo no estaba segura de si ella sabía que estábamos juntos, así que hice como si nada, pero cuando nos tumbamos con nuestras toallas, me dijo, "¿y cómo os va?", y ya me di cuenta de que haríamos como si nada, lo daríamos por hecho, no tendríamos que entrar en detalles, no sabía cómo se había enterado pero, en fin, lo sabía, y ahora preguntaba cómo nos iba, y bien, le dije, pero estaba enfadada con él y no me salía mucho lo de disimular, "bien, bien, ¿y a ti?", pregunté.

Lourdes suponía que ahora él habría madurado y las cosas nos irían bien, porque cuando ellos empezaron tenían 18 años, hacía ya tiempo, qué rápido que pasa, y la verdad es que ella tenía 14, no 18, aunque no dejaba de hablar en plural y supongo que era para molestarme pero intenté que no me molestara.

Estuve un rato sin quitarme el vestido blanco por vergüenza, porque no llevaba puesta la parte de arriba del biquini y de pronto me había vuelto muy pudorosa, pero ella ya se había quitado su ropa y la doblaba concienzudamente y la metía en la bolsa de playa.

No tenía por qué hacerle aquellas preguntas, y además qué más me daba a mí la respuesta

"¿Y dónde está?". Ella suponía, no dejaba de suponer cosas..., suponía que como a él no le gustaba tomar el sol, se había quedado en casa, y le dije que sí, y a punto estuve de preguntarle si a ella no le importaba que no tomara el sol, o si también se enfadaba, pero me callé porque era lo que tenía que hacer, callarme, que no tenía por qué hacerle aquellas preguntas, y además qué más me daba a mí la respuesta, pero enseguida me dijo que ella, después de algunos años, se rindió, y empezó a ir sola a la playa, y ya ni siquiera iban juntos a nadar, porque a ella nadar no le gustaba, "pero a ti sí", me dijo, "a ti siempre te ha gustado nadar", y le dije que sí, que siempre.

Cuando por fin me quité el vestido, le dije que me iba un rato al agua, que tenía calor, y ella, cuando me levanté, me dijo que si no se quitaba la parte de arriba era porque había empezado a dar clases en el instituto del pueblo, y no quería que sus alumnos la vieran, aunque bueno, tampoco pasaba nada, y se quedó semidesnuda ante mí y después empezó a untarse crema solar con la misma parsimonia que había doblado la ropa. Bueno, me voy al agua.

La cabeza, después de una hora al sol hablando con Lourdes de aquellos 14 años suyos, los de entonces, y de cómo sus padres no habían aceptado en un primer momento que saliera con un hombre de 18, porque, tú verás, comparada con ella, él era un hombre, aunque no un hombre como se esperaba de los 18 años... en fin, después de una hora así se me levantó un dolor de cabeza de los míos, y le dije, "me voy".

Entonces me preguntó si todavía iba a casa de mis padres, o que si nos habíamos comprado alguna nosotros juntos, y le dije que no, que seguíamos en lo de mis padres, pero que a lo mejor nos mirábamos algo, aunque no aquí, y mejor en una planta baja, con piscina pero privada, y a lo mejor ni siquiera hacía falta que estuviera cerca de la playa, porque total, para ir sola, y ella me dijo que no, mujer, sola no, que si quería ir con ella, solo tenía que llamarla. Y quedamos así.

La autora:

Publicó su primer libro con 22 años y, desde entonces, Jenn Díaz (Barcelona, 1988) no ha dejado de escribir. Madre e Hija (Destino) -originalmente en catalán- en su úlima novela

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