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Relatos de verano: 'Gatita'

Una pareja circunstancial, 10 días de ruta que se hacen eternos, una irritación creciente y una decisión equivocada. Sara Mesa nos relata un verano incómodo y con moraleja.

Ilustración para 'Gatita' / MAite Niebla

SARA MESA Madrid

Creo que el único sitio donde se extrañaron fue en la agencia de alquiler de coches. De hecho, la chica que nos atendió pensó que era mi padre. "¿Su hija tiene carnet de conducir?", le preguntó al rellenar el formulario. Nos reímos, claro, aunque probablemente a él no le hizo ni puñetera gracia. Después de todo, tampoco había tanta diferencia de edad: ¿15, 20 años? A mí todo me resultaba divertido: los equívocos, la sensación de transgresión, la anormalidad del viaje. Era muy joven, sí, acababa de romper con mi novio bueno, él conmigo y aquella opción imprevista me pareció de lo más apetecible. Él había estado saliendo con mi hermana mayor

también se llevaban un buen pico y ya por aquel tiempo, por su forma de mirarme los ojos brillantes y burlones, me di cuenta de que yo le caía bien. Se habían conocido en el mundillo, como decía mi hermana, cuando ella estudiaba arte dramático. Él era productor, creo que coincidieron en una fiesta y voilà: esas cosas que pasan. Yo recordaba que una vez, clavándome la mirada, me había recitado unos versos: "Quizás en otra vida, en otro tiempo...". Se me grabó el momento y cuando me vi sola en verano, a medias aburrida y a medias triste, lo llamé. "¿Ruta en coche?", me propuso. ¿Por qué no?, pensé yo. Él se apresuró a aclarar: "Solo como amigos, cuidaré de ti como un caballero". Aquello me gustó.

"Me he pasado", pensaba, pero con el paso de los días, me olvidé.

Eh, y respetaba el trato. Nunca intentó acercarse más de lo acordado, aunque sus modos eran atentos y seductores. Me invitaba a comer, paseábamos, visitábamos iglesias y monumentos y hablaba sin parar de mil cosas que yo desconocía, de películas y libros, de la industria del cine, de historia y política, siempre tan educado, tan comedido, con sus camisas como recién planchadas aunque las acabara de sacar de la maleta, la perilla bien recortada, las uñas cuidadísimas.

Diez días de ruta, pero 10 días que se estiraron como 20, como 50, se hincharon, se me hicieron eternos, porque la novedad siempre se desvanece y hubo un momento en que se repetía, otra vez contándome las mismas anécdotas, los mismos nombres, la misma manera de inclinar la cabeza ironizando. También aquello tan morboso de llegar a un hotel y dormir en la misma habitación aunque en camas separadas se me hizo aburridísimo.

En el fondo, yo había esperado algún tipo de tensión sexual, algo turbio y emocionante cada noche, acercamientos paulatinos que yo evitaría dejándolo en un estado de sufriente perplejidad, pero él simplemente se encerraba en el cuarto de baño, se cepillaba los dientes y salía en pijama, para después caer dormido de inmediato, sin mirarme.

No sé por qué todo se me volvió tan irritante. Me arrepentía de estar allí y comencé a boicotear el viaje. Lo acusé de machista porque siempre quería conducir él, pero cuando a regañadientes me dejó el coche casi nos estrellamos. Le dije que su manera de hacer turismo era desesperante y previsible, con la guía y la cámara a cuestas todo el día, pero tampoco propuse alternativas. Me cabreaba que fuéramos a restaurantes caros pagaba él porque, obvio, yo no tenía un duro y que después regatease en los mercadillos o se negase a darle algo a los aparcacoches.

Pero a pesar de mis malas caras e incluso de mis malas contestaciones, nunca perdía la amabilidad. Eso tengo que reconocérselo, como también la paciencia de la última noche, cuando le espeté que quería salir sola, sin él, con gente de mi edad, dije, sabiendo que al decir eso, gente de mi edad, no solo lo excluía sino que también lo humillaba. Y eso hice, aunque tampoco es que me divirtiera, dando vueltas sola hasta que se me acercaron unos chicos con los que charlé un rato, manteniéndolos a distancia porque no parecían de fiar. Precisamente eso, que no parecieran de fiar pues eran, sin duda, unos gamberrillos, fue lo que me abrió de repente la cabeza, dando forma a la idea. A ellos les alegró mi petición, aunque también noté que se burlaban, como diciendo. "Bah, para nosotros eso está tirado, niña pija".

Los cuatro neumáticos rajados y la carrocería rayada, su cara de estupor y mi sensación de vértigo, ya bajo el sol de la mañana, cuando todo se ve tan distinto. Le dije que yo debía regresar de todos modos, mi madre me esperaba, si me podía pagar el billete de tren me haría un favor enorme. "Por supuesto", balbuceó, y me acompañó a la estación al tiempo que llamaba a la agencia, recibía instrucciones sobre lo que debía hacer, explicaba dónde dejó aparcado el coche y qué daños tenía, la voz temblándole, claramente desbordado.

"Volver sola era todo lo que yo había querido"

Volver sola era todo lo que yo había querido, volver en el tren con la cabeza apoyada en la ventanilla, dormitando, sin la obligación de escucharle ni verle, la tranquilidad de estar sola al fin, aunque todo el trayecto tuve el estómago anudado, un nudo tenso por el que se filtraban la culpa y el alivio, entremezclados. "Me he pasado pensaba, me he pasado", aunque después, con el paso de los días, me olvidé: demasiada actividad, broncas con mi madre, temas que estudiar, amores por los que llorar. Él tendría dinero de sobra para pagar lo que fuera, me decía. Y a lo mejor ni siquiera había que pagar nada. No era para tanto.

Que unos años más tarde cuando me lo encontré en mitad de la calle y él sonrió al verme con una alegría que no podía ser fingida. "Eh, gatita", me dijo, porque en el viaje no lo había contado me llamaba así, gatita, y me apartó a un lado lo acompañaba una mujer bastante guapa que bien podría ser su nueva novia, y a la que posiblemente no le iba a gustar tanta confianza. La conversación fue muy breve, me preguntó a qué me dedicaba, si estaba bien, me preguntó también por mi hermana. Me contó que ahora vivía en el extranjero, que estaba aquí de casualidad.

"Pero gracias a la casualidad podré por fin decírtelo a la cara", añadió sonriendo. "¿El qué?", pregunté alerta. "Oh, los chicos aquellos", respondió. "Los que conociste por la noche. Los del encargo. Me lo contaron todo". Yo tragué saliva, enmudecí de vergüenza. Él torció el gesto. "¿Sabes por qué te perdoné?". Me encogí de hombros. Él continuó: "Por lo que dijeron de ti". "Qué dijeron", quise saber. "Qué dijeron", insistí. En su expresión compasiva había diluida ahora una pizca de crueldad. "Si hubieras sabido lo que decían de ti", repitió mirándome muy serio. "Si lo hubieras sabido...".

La autora

Sara Mesa escribe poesía y narrativa. Su poemario Este jilguero ganó el Premio Nacional de Poesía Miguel Hernández. Mala letra (Anagrama), es su última novela.

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Libros

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Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

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