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Las cárceles: la realidad en miniatura

En el recorrido que estamos realizando por los territorios televisivos, nos adentramos en las cárceles: esas sociedades a escala, esas universidades del mal en las que no parece haber redención posible. Ni siquiera en la ficción.

D.R.

JORGE CARRIÓN Madrid

Las cárceles son ollas a presión. Las cárceles son espacios hormonales. Las cárceles son tipos que levantan pesas y sudan, y guardianes violentos, y espaldas tatuadas y sudorosas, y violaciones en duchas inundadas de vapor, y motines, y más sudor: cuerpos licuados por el desgaste físico, moral, espiritual. Las cárceles son masculinas, terriblemente masculinas, los hombres convertidos en bestias encerradas, sin horizonte alguno de salvación, controlados por presos psicópatas y por vigilantes sádicos que responden a las órdenes de un alcaide también enfermo de sadismo.

En efecto: a lo que más se parece una prisión es a uno de los palacios del siglo XVIII que imaginó el marqués de Sade. Así se ha representado tradicionalmente la prisión en el cine y en las series de televisión.

¿Por qué en las cárceles sigue primando el hundimiento sobre la recuperación?

Si Los Soprano y El ala oeste de la Casa Blanca no hubieran pasado a la historia como las dos primeras series dramáticas norteamericanas del cambio de siglo que consiguieron unir apoyo fanático y consenso crítico, ese honor hubiera recaído en Oz, estrenada en 1997 y, por tanto, dos años anterior. Fue la primera gran producción de HBO que combinaba ambición estética con una puesta en escena exclusivamente para adultos (la violencia explícita, los famosos desnudos).

Tras Homicidio, Tom Fontana y Barry Levinson se plantearon narrar lo que les ocurría a los delincuentes una vez eran detenidos y juzgados. Cuando le presentaron a Chris Albrecht, director de HBO, el proyectonos cuenta Concepción Cascajosa Virino en Prime Time, le advirtieron que los protagonistas serían criminales y que, por tanto, no se ganarían la simpatía del espectador. La respuesta inició una nueva era de la televisión: No me importa que no caigan bien mientras sean interesantes. Y no hay duda de que lo son. Además son situados en un escenario nada convencional, un experimento (como lo será el Hamsterdam, de The Wire).

Dentro del centro penitenciario, la serie se centra en Ciudad Esmeralda, el módulo especial donde el psicólogo Tim McManus intenta convencer a las autoridades y a la sociedad de que, con ciertos condicionantes especiales, el arrepentimiento, la transformación y la reinserción de los presos sí es posible.

Arriba, Orange is the new black traslada a la ficción el universo femenino y la opresión del patriarcado. Abajo, Oz, pionera en representar el microcosmos de la violencia y la injusticia social en un espacio cerrado y altamente agresivo. / D.R:

Si la cabecera de Fama se hizo famosa por la estimulante amenaza de la profesora de danza Lydia Grant ("Buscáis la fama, pero la fama cuesta, y aquí es donde vais a empezar a pagar... Con sudor"), en Oz se les repetía este mensaje a los presos: "En Emerald City tenemos reglas, tenemos muchas más reglas que en ninguna otra parte de Oz. Su celda es su hogar, manténganla limpia, sin una mota de polvo. Van a hacer ejercicio regularmente, ir a clases, e ir a terapias de drogas y alcohol. Van a trabajar en uno de los puestos de la prisión. Van a seguir la rutina. Les diremos cuándo dormir, cuándo comer, cuándo mear. Sin gritos, sin peleas, y prohibido follar. Sigan las reglas, aprendan autodisciplina porque si hubieran tenido algún atisbo de autodisciplina, algún control sobre ustedes mismos, no estarían aquí sentados ahora mismo. ¿Preguntas?".

Sí, muchas, demasiadas. ¿Por qué casi todos los personajes vuelven a caer en las drogas? ¿Por qué tienen lugar tantas violaciones, tantos asesinatos? ¿Por qué fracasa el experimento? ¿Por qué desde el siglo XVIII construimos edificios pensados como prisiones y desde finales del siglo siguiente orientamos el sistema penal hacia la rehabilitación, pero en las cárceles siguen primando el hundimiento sobre la recuperación, la recaída sobre el renacimiento?

Dos son las grandes comunidades de una prisión: los presos y los funcionarios. Inevitablemente, son los primeros quienes le roban el protagonismo a los segundos, por la carga dramática de su destino trágico. Aunque también los policías y el personal médico sean claroscuros, poco simpáticos, interesantes, constituyen un único bando, no están claramente divididos. Negros, arios, musulmanes, moteros, italianos, latinos, cristianos y homosexuales: los presos de Oz sí se dividen en facciones, en bandas.

En Prision Break se ejemplifica la idea de la fuga como única redención posible. Abajo, Rectify aborda otro tema crucial del género: la cárcel interior que persigue al recluso tras su liberación. Ambas ficciones denuncian el fracaso de la prisión como rehabilitación. / D.R.

No es una sorpresa que en Orange is the New Black, una serie que se estrenó 15 años más tarde y que, en principio, es diametralmente opuesta, pues habla de una prisión de mínima seguridad y además femenina, los colectivos culturales y étnicos sean prácticamente los mismos.

Aunque la protagonista, Piper Chapman, sea blanca, su individualidad no tiene mayor importancia: enseguida se ve inmersa en una red de alianzas, de amistades, de rivalidades en que, neutralizado el factor género, se impone el factor raza. Latinas, afroamericanas, blancas. El Estado, cuya función es vigilar y castigar, está representado sobre todo por hombres blancos: el director Joe Caputto, el asesor Sam Healy, los distintos guardias que sistemáticamente abusan de su poder, que trafican, vejan o violan a las reclusas.

La isla cárcel:

Uno de los muchos efectos de Perdidos fue la proliferación de islas y flash-backs a menudo relacionados con cárceles. Los dos casos más flagrantes: Alcatraz, que fue cancelada, y Arrow, que pionera en otra moda, la de los superhéroes, ahí sigue. En el presente, Oliver Queen es un justiciero enmascarado pero en el pasado estuvo cinco años "recluido" en una isla alucinante donde se convirtió en un experto en artes marciales, supervivencia y habilidades militares. Que todo lo que ocurre en ella sea inverosímil no importa demasiado. También lo es que todos los personajes de la serie, además de ser guapísimos y guapísimas, acaben repartiendo patadas, dando saltos espectaculares, y convertidos en superhéroes.

La serie televisiva Arrow / D.r.

La cárcel se ha convertido, por tanto, en la gran miniatura de la sociedad norteamericana. Si la vida civil, cotidiana, disimula los muros que separan a las distintas comunidades étnicas, en ese mundo reducido las fronteras se hacen evidentes. Por ejemplo, en el comedor o el patio, donde sólo se sientan juntas las que tienen el mismo color de piel. Por ejemplo, en la cocina, que tras ser dominada durante años por Red y sus amigas blancas va a ser conquistada por Mendoza y sus aliadas latinas.

La segregación se contamina de humor. Para tener acceso a mejores platos, algunas afroamericanas estudian la Torá y se hacen pasar por judías. Las más tontas de todas las presas son las ultracristianas blancas y los guionistas se ceban en ellas. Pero la comedia no consigue enmascarar la tragedia. Estamos ante un centro penitenciario sin barrotes ni celdas, donde las reclusas comparten grandes dormitorios de paredes bajas, la mayoría de ellas sin delitos de sangre, con talleres y huerto y biblioteca: la reinserción sería posible.

Pero la corrupción de las autoridades, cuando Litchfield es una institución pública, y su posterior gestión por parte de una corporación privada, interrumpen una y otra vez la utopía.

Si en la vida civil se disimulan los muros, en la cárcel esas fronteras se hacen evidentes.

Desgraciadamente, en el imaginario colectivo el sentido profundo de la prisión no es la rehabilitación, sino la fuga. Nos interesa mucho más lo espectacular que lo edificante. Raramente coinciden: pienso en la excepción que supone la película Cadena perpetua, donde los personajes interpretados por Tim Robbins y Morgan Freeman no sólo alcanzan la libertad, sino que además logran que el alcaide pague por su comportamiento miserable. Esa voluntad de huida y de reparación es el motor de los hermanos Lincoln y Michael, los protagonistas de Prison Break.

En el origen de esa serie hay una idea brillante: imaginemos a un hombre que busca la manera de entrar en prisión para huir de ella. Su objetivo es liberar a su hermano, que ha sido injustamente condenado. Durante mucho tiempo ha estudiado al detalle los planos, la infraestructura, el funcionamiento del centro penitenciario. Y lleva el plan de fuga cifrado y, literalmente, tatuado en la piel.

El documental Making a murderer, pone el dedo en la llaga de la realidad del sistema judicial americano. Abajo, Cadena perpetua, una cinta cuya crudeza no escatimaba un final feliz. / D.R.

Con un ritmo frenético, la serie de Fox recuerda por momentos a un videojuego: aunque importen las psicologías de los personajes, sobre todo las más torturadas (nunca olvidaremos a Robert Knepper con esa mirada desquiciada, relamiéndose los labios una y otra vez, en su papel del psicópata T-Bag), son mucho más importantes los obstáculos que sobre todo Michael, con su inteligencia superior, debe superar.

Así, las escenas y los capítulos se van sucediendo como pantallas. En la primera temporada, el plan de fuga y su ejecución. En la segunda, la persecución policial. Y en la tercera, inesperadamente, otra cárcel: varios de los protagonistas van a parar a una prisión panameña, terrible, tercermundista.

Como si sus destinos no pudieran entenderse sin la violencia extrema entre barrotes. O porque sus destinos no dependen de ellos, como sujetos autónomos, sino que se enmarañan en los de una gran conspiración, que incluye a la presidencia de los Estados Unidos de América.

Cuando Prison Break conecta la prisión con la teoría de la conspiración nos recuerda que la cárcel (miniatura) es una de las máximas expresiones del Estado (mundo). Tal vez su expresión más terrible, porque simboliza la justicia pero casi siempre se materializa en una institución injusta. Dos series recientes han hecho hincapié en ello mostrándonos a dos presos condenados sin pruebas suficientes.

Rectify cuenta la historia ficcional de Daniel Holden, que fue condenado cuando era muy joven por violar y matar a su novia y, tras pasar 19 años en el corredor de la muerte, acaba de ser liberado gracias a una prueba de ADN. Aunque el relato se centra en cómo va lenta y difícilmente recobrando la sensación de libertad, en un pueblo que no está dispuesto a perdonarle el crimen que no cometió, los flash-backs nos van mostrando momentos de su aislamiento en la celda y sus conversaciones, a través del muro, con sus compañeros también condenados a la pena máxima.

El contraste entre esa clausura extrema y el paisaje natural que rodea a la casa de su familia marca el ritmo de Rectify, que retrata la dificilísima transición mental entre esos dos espacios antagónicos.

Dos producciones de J.J.. Abrahams exploraron el universo carcelario: la mítica Lost, sentó las bases de toda una moda basada en la isla como prisión. El productor intentó repetir la fórumla con menor éxito en Alcatraz. / D.R.

Making a murderer, por su lado, es una serie documental que reconstruye la peripecia de Steven Avery, quien no solo pasó 18 años encarcelado por una agresión e intento de homicidio, sino que además, por culpar a las autoridades policiales y judiciales tras su liberación, fue inculpado y condenado de nuevo. En ambos casos hay conspiración, pero no ha sido tramada por las altas esferas, sino por el sheriff, por el alcalde, por los vecinos, por ciudadanos respetables.

En Oz, Orange is the New Black, Rectify y Making a murderer no existen planes de fuga. El conflicto dramático es la supervivencia, física pero sobre todo moral. La posibilidad de la justicia a largo plazo pasa a un segundo plano cuando se imponen las violencias cotidianas.

En realidad todas las series hablan de lo mismo: de un mundo en descomposición. La putrefacción es intrínseca al mundo serial. Y la cárcel es el epítome de ese hedor a

podrido tan shakesperiano. Allí es imposible no ser de un modo u otro corrupto. Se lo dice Joe Caputto a un joven guardia, ques e convierte estúpidamente en protagonista de la última temporada de Orange is the new black: "Este lugar destruye todo lo bueno". Así es.

Imperdibles:

  • Oz (HBO, 1997-2003). Obra de uno de los grandes dúos de la historia de la televisión, Tom Fontana y Barry Levinson, es un drama carcelario con fuertes dosis de violencia. Pasará a la posteridad, entre otras cosas, por los desnudos masculinos, que pronto HBO convertiría sobre todo en femeninos, perdiendo espectadoras por el camino.

  • Orange is the New Black (Netflix, 2013). Basada en hechos reales, está ambientada en una prisión femenina y combina el drama con la comedia.

  • Prison Break (FOX, 2005-2009). Protagonizada por dos hermanos en el interior de una prisión de máxima seguridad. Aunque en realidad esa trama forma parte de otra mayor, que implica a las agencias de seguridad y la presidencia de los Estados Unidos.

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Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiera. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

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