PREMIOS PRINCESA DE ASTURIAS
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No hay otro escritor como Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943). Un verdadero caso. No ya por sus libros, que también, sino por él mismo. Porque con los libros pasa como con las casas, que nos delatan. Y Mendoza es como ellos. Así de descreído y risueño, además del reverso del literato pretencioso y petulante, la contraportada de la vanagloria. Ahora, en la hora de recoger el Premio Princesa de Asturias de las Letras, ha vuelto a salir a relucir su impostura creativa en el Oviedo de los prolegómenos de la gala. Esa cuenta atrás con nombre de Leonor y familia. Y se ha tomado como inspiración lo más estrambótico (y fascinante) de su universo, descrito con precisión de topógrafo de las letras por Llátzer Moix en Mundo Mendoza (2006).
Porque a ver si no cómo se explica que se haya instalado una librería-churrería en la plaza de la FPAbrica, emulando los locales de sus novelas, con el reclamo, muy a cuento, de que se sirven libros como churros, los unos y los otros. Y no es la única actividad que ha inspirado el novelista catalán. Pues así como el filósofo surcoreano Byung-Chul Han ha despertado el deseo de la meditación, la obra de Mendoza convoca a los lectores a una noche de boleros con la extraña intención de buscar el Golden Gate, tal y como ocurre en la descacharrante Sin noticias de Gurb.
Asimismo, un juego alienígena, el Proyecto Gurb, y varios conciertos de jazz marciano a cargo de la Tatooine Jazz Band, celebrándole como «uno de los escritores más leídos de las galaxias cercanas, medias y profundamente lejanas». Para finalmente ir a parar Mendoza al Centro Niemeyer en el vecino Avilés, lo más extraterrestre de nuestra arquitectura, con motivo del medio siglo de su Savolta.
En fin, que todo esto sirve para describir el territorio en el que este narrador sin límites ni complejos, punzante y disparatadamente costumbrista se desenvuelve. Es nuestro escritor más british, por su elegancia innata y su fino humor, pero también nuestro Balzac, por su dominio de todos los registros de la lengua, del más culto al más cheli. Al fin y al cabo, fue traductor en la ONU, profesor en la Pompeu Fabra y Premio Kafka y Cervantes, dos nombres que dan en el centro de su diana. Tampoco le hizo ascos al Planeta, que ganó en 2010 con Riña de gatos. Madrid 1936. Como siempre, nada como leer sus libros, con los que ha metido goles en todas las porterías literarias. Aquí van estos cinco.
Acaba de cumplir los 50 y está en plena forma. Esto quiere decir que se publicó en la fecha crucial de 1975, cuando Eduardo Mendoza aún estaba en Estados Unidos, ejerciendo de traductor de Naciones Unidas, y nos veía desde lejos. La novela, la primera de su fructífera y aplaudida carrera, está ambientada en su Yoknapatawpha particular, que es no es ningún territorio inventado como el de Faulkner, sino su Barcelona natal; reinventada, eso sí. Pero remontándose a 1918, con la I Guerra Mundial como telón de fondo y una empresa fabricante de armas en primer plano. Esto le da pie al autor para recrear el ambiente de aquellos años de revueltas obreras, hablar del silenciado pistolerismo e introducir en la acción una serie de crímenes en serie, empezando por el del industrial Savolta, que habrá que desentrañar.
De paso, un retrato de la burguesía catalana y de los bajos fondos, con un antihéroe protagonista, Javier Miranda. Un chico de Valladolid, casi un Lazarillo del Pisuerga, que acude a la Ciudad Condal a medrar y se ve metido hasta las cejas en una compleja red de corrupción, chantaje y luchas de poder. Un thriller detectivesco con una trama compleja, con distintas voces narrativas y saltos temporales, aderezada con ironía y humor, que termina siendo un relato social y de las costumbres de su tiempo. Sin que falten a su cita el amor y otros demonios. Ya estaban sentadas aquí las bases de lo que iba a ser su narrativa. Fue llevada al cine por Antonio Drove en 1979, con José Luis López Vázquez, haciendo del reportero Domingo «Pajarito» Soto, Omero Antonutti y Ovidi Montllor en el reparto.
Que vuelve a ser otra ver Barcelona, más suya aún, muy a su manera. Tuvo también su correspondiente película (1998), de Mario Camus, que les dio los papeles principales a Emma Suárez y Olivier Martínez. Es su gran novela, la que lo situó en la primera línea de la nueva narrativa española de la democracia, creó una urbe mítica y propició un fenómeno social. Los prodigios corresponden a una ciudad que se preparaba para acoger los Juegos Olímpicos de 1992, reinventándose en todos los planos. Y tuvo tanto éxito que hasta el hoy Felipe VI la compró el día de Sant Jordi de 1990 durante su visita a Cataluña. Y, sí, puso a Barcelona de moda, convirtiéndose Mendoza en algo así como su cicerone literario. Aún, inevitablemente, lo es.
El protagonista es Onofre Bouvila, hombre de origen humilde, ambicioso y sin escrúpulos que llega a la capital desde la Cataluña interior y se hace de oro, conquistando desde abajo las cimas del poder y la influencia. Esto ocurre en el periodo comprendido entre las dos Exposiciones Universales de 1888 y 1929. Como es habitual, en sus páginas se mezcla la ciudad real con la ficticia y, sobre todo, con la que está en la memoria colectiva. También, según su costumbre, lo da todo en la creación de sus secundarios, que pueden llamarse Honesta Labroux, Canals i Formiga, Odón Mostaza, o Humbert Figa i Morera. Y tres cuartos de lo mismo en la recreación de la vida diurna con todos sus claroscuros, y en la nocturna, a la luz de las grandes fiestas y las sombras de los cenáculos anarquistas... Husmeando en antros y salones, tanto da.
Ya hemos contado en alguna ocasión que el protagonista de Sin noticias de Gurb, nada más aterrizar en la Barcelona preolímpica, se transfigura en Marta Sánchez, en aquel momento en boga. Ya saben, cantó Soldados del amor en 1990 a bordo de la fragata Numancia para animar a las tropas españolas en el Golfo Pérsico. Y Gurb, paradójicamente, lo hace con el ánimo de pasar desapercibido. Al fin y al cabo, es un extraterrestre. Su compañero de misión, el alien que sale a buscarle tras perderse su rastro en la jungla urbana, tan pronto es Giorgio Armani como el conde duque de Olivares, Gary Cooper, el duque de Kent y hasta Paquirrín.
La cuestión es que el alienígena se tiene que adaptar a la vida en el planeta Tierra, a cuyos habitantes, con su lógica aplastante, no entiende. Le llama la atención, por ejemplo, que haya ricos y pobres. Y todo lo deja por escrito en un diario, que es lo que se lee, punto por punto. Por poner un caso, el día 10, el narrador anota que ha sido atropellado por tres coches y se ha caído en cuatro zanjas porque todo está en obras. ¿Ironía? Mucha. Y se hincha a churros.
Según Eduardo Mendoza, se trata de su libro más excéntrico y sin sombra de melancolía: «Es una mirada sobre el mundo asombrada, un punto desamparada, pero sin asomo de tragedia ni de censura». Se publicó originalmente por entregas en el diario El País y el novelista se lo tomó como un divertimento, pero resulta que luego, visto en conjunto, tenía su miga como retrato de la sociedad actual y sus circunstancias.
El detective sin nombre que había inaugurado ciclo con El misterio de la cripta embrujada (1979) continuó en esta, tras haber hecho de las suyas en El laberinto de las aceitunas (1982) y para seguir después haciéndolas en El enredo de la bolsa y la vida (2012) y El secreto de la modelo extraviada (2015). Tenemos entonces un protagonista innominado, el loco que abandonó el manicomio y va camino de transformarse en ciudadano ejemplar; un crimen sin resolver, y la Barcelona de después de las Olimpiadas, un clásico. Kafkiana, cervantina y pícara, al más puro estilo mendociano.
Esta vez, al sabueso de instinto lazarillesco lo vemos como peluquero provisional, igual de estrafalario pero con más años y víctima de un engaño que tendrá que investigar para salvar el pellejo. Está su hermana Cándida, que se ha casado con el vago Viriato, amigo de la filosofía y propietario del tocador de señoras; un chófer negro llamado Magnolio; la señorona de la alta sociedad, bautizada Reinona, y la hermosa Ivet, con sus proposiciones deshonestas. Esta entrega detectivesca es enrevesada pero con cabeza, delirante pero incisiva, divertida pero compleja, y contiene toda la genialidad, aunque modesta, de su creador.
Nos acercamos peligrosamente a la actualidad. En este volumen, nuestro escritor nos sitúa en la primavera de 2022 en su eterna Barcelona, cómo no, cuando los miembros de una organización gubernamental secreta se enfrentan a la investigación de tres casos que puede que tengan relación entre ellos o puede que no. A saber: la aparición de un cuerpo sin vida en un hotel de mala muerte de Las Ramblas, El Indio Bravo; la desaparición de un millonario británico en su yate, y las llamativas finanzas de Conservas Fernández. Así las cosas, el rompecabezas está ahí y hay que hacerlo.
Para saber a lo que nos enfrentamos, decir que la Organización con mayúsculas, del autor del detective sin nombre -no hay que olvidarlo-, se creó en pleno franquismo y, como se advierte, se perdió en el limbo de la burocracia institucional del sistema democrático. Ahora la vemos en apuros económicos, sobreviviendo a duras penas y deambulando por los márgenes de la ley, poblada de personajes estrafalarios y heterogéneos, que es, lo repetimos, la especialidad de este premio Cervantes, que reinventa el género policiaco poniéndole desmesura, crítica en forma de sátira, humor y reflexión existencial.
Ya no es un Sherlock Holmes sin nombre, sino nueve agentes secretos entregados a una triple investigación. El jefe, una fantasiosa secretaria, un agente acusando los signos de la edad que, para hacerles frente, recita pasajes de un viejo manual de táctica militar en francés arcaico, y en ese plan. De nuevo, como ya vimos con La verdad sobre el caso Savolta, los callejones y todos los laberintos del antihéroe.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.