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Los caballos que susurran a las mujeres

¿Puede existir una conexión especial entre una mujer maltratada y un animal que ha sufrido tortura y abandono? En Málaga, el albergue para caballos más grande de Europa lo demuestra.

Ofelia de Pablo y Javier Zurita

OFELIA DE PABLO Y JAVIER ZURITA Madrid

Teide rebusca heno en el suelo, plácidamente. Escucha nuestra llegada y se asoma. Me huele, va hacia Concordia Márquez, vuelve a mí y regresa a ella. Quizá se pregunta: “Si a esta chica no le pasa nada, ¿por qué viene?”.

Concordia habla con este ejemplar negro azabache y le dice que esta chica no es de las que viene a las charlas, sino a hacer un reportaje. El caballo, que cojea de por vida por culpa de una paliza, se gira y pasea por el box. Sus ojos, que durante años solo vieron sufrimientos, reflejan ternura. La asociación CYD Santa María de Málaga lo rescató con otros 20 equinos, tras cinco años de denuncias por abandono. En la finca, otros 50 caballos murieron ahogados. Él llevaba 10 años encerrado en un chamizo, rodeado de excrementos. Casi sin poder caminar, le llevaron al albergue. El mismo sitio donde hoy ayuda a mujeres que han sufrido malos tratos.

“Teide te hace cosquillas, te busca; no a ti, sino a los que detecta que han sufrido como él”, dice Concordia, una de las dos hermanas que hace 17 años creó este albergue para animales, a pocos kilómetros de Málaga. La alegría de Teide se ha convertido en una pieza clave de las sesiones que aquí se realizan. “Su magia es ayudar a convertir tu dolor en amor –dice la fundadora del CYD–. Teide consigue que hables del maltrato y, a la vez, te rías de la brutalidad que has sufrido”. Y eso ayuda a curar las heridas más profundas.

"Le conté todo lo que tenía dentro, lo que me había ocurrido, en lo que me había convertido" dice Ana.

“Mi padre me pegaba; llegaba borracho y, si mi madre se oponía. la sacudía a ella. Así que al fi nal yo me llevaba las palizas. Así pasaron 25 años de mi vida”, cuenta una de las mujeres que acude al albergue. “¿Cómo me iba a ayudar un caballo, si las pastillas no han podido?”, se preguntaba Ana al llegar al albergue con un amigo que quiso sacarla del oscuro túnel en el que se había convertido su vida. Él trabaja allí como voluntario y había escuchado que los caballos establecían una conexión muy especial con las mujeres maltratadas, que lograban que se abrieran, que salieran adelante.

“Concordia me puso delante de un caballo, de López, y me dijo: “Habla con él” –relata Ana–. Me quedé sola, con miedo, sin saber qué hacer. López me miró y empecé a hablar. Le dije todo lo que tenía dentro, lo que signifi caba para mí lo que me había ocurrido, en lo que me había convertido. Lloré, grité, hablé. Y el caballo, lejos de irse, se fue acercando más y más. Cuando yo estaba llorando a lágrima viva, me puso la cabeza en el hombro. Entonces lo abracé y perdí el miedo. Fue como fusionarme con él, como si entendiera por lo que he pasado. No hacen falta palabras, es amor”, explica.

Ofelia de Pablo y Javier Zurita

Aprender a soltar cadenas

Luego queda el trabajo con una misma, reconoce Ana: “Tienes que hacer crecer la confi anza, soltar cadenas, ir queriéndote un poquito. Lo superas y tienes que continuar con la vida”. Y ella no es la única: 16 mujeres han rehecho sus vidas gracias a esta iniciativa.

Cuando Concordia creó el albergue, su idea fue rescatar del maltrato a los caballos abandonados para que mueran de hambre y sed, o que son atados en zona de crecida para morir ahogados “Hay cementerios a los que los arrojan a morir de las formas más crueles, porque ya se han cansado del caballo o porque se ha quedado cojo y es más barato matarlo que curarle”, denuncia Concordia.

Ella y su hermana Virginia, con el apoyo de su familia, sus amigos y algunos voluntarios, han rescatado a más de 3.000 equinos y muchos otros animales. “Los caballos no emiten ningún sonido cuando les pegan, por eso hay gente que piensa que no sufren –apunta Virginia–. Pero aquí hemos visto las mayores torturas a seres que te sirven fi elmente 20 años y a los que se les deja morir de hambre para no gastar dinero en ellos”.

Susana acabó llorando y riendo a la vez. Cuando su marido volvió a levantarle la mano, ella se fue.

Las hermanas lanzan una pregunta: “¿Has pensado alguna vez qué pasa con caballo que se hace viejo? ¿Convertirías a tu Concordia y Virginia tuvieron la iniciativa que logró el cambio de la legislación, que desde 2011 considera a los caballos, por primera vez, como animales de compañía, equiparándolos a perros o gatos. Pero ahora queda, según Virginia, la parte más difícil: “Concienciar a las personas de esta realidad”.

Los caballos son, para muchos, objetos de lujo que se adquieren cuando la economía va bien y se desechan cuando hay que apretarse el cinturón. Tras la crisis, el abandono de estos animales, especialmente en Andalucía, ha llegado a cifras alarmantes “No son coches de usar y tirar –añaden las hermanas– sufren por el abandono igual que sufre un perro”. La realidad es aplastante: el 99% de los caballos no llegan a viejos, “son abandonados por sus dueños o sacrifi cados para carne –dice Virginia–. Solo el 1% sobrevive y la mayoría son los que han pasado por aquí”, apunta la responsable del albergue.

No hay límite en el amor que los equinos son capaces de transmitir y las dos hermanas lo comprobaron cuando los caballos maltratados entraron en contacto con muchachos con problemas. Su primera experiencia fue con los menores de la Ciudad de los Niños de Málaga.

Desde ambas ONG, pensaron que los chavales podrían ayudar y hacer algo que era bueno para ellos y que a los caballos les vendría bien la ayuda. “Fue sorprendente: las yeguas se iban con los chavales más problemáticos”, recuerda Concordia. Solo media hora en el albergue sirvió para que a algunos de aquellos niños les cambiara la vida. Uno de ellos, discapacitado, consiguió, tras meses de trabajo, salir del CYD andando. Los fi sioterapeutas de la Ciudad de los Niños aseguraron que mejoró gracias a los caballos.

La voluntaria Virginia Solera con Yorkie, uno de los caballos rescatados por la Asociación. Arriba, las cuadras. / Ofelia de Pablo y Javier Zurita

Proteger a los débiles

La madre de uno de esos niños regresó al albergue con una amiga. Susana recibía palizas de su marido y de su padre. “Hasta quemaduras con una plancha traía –recuerda Concordia–. Le fui presentando a los caballos, hasta que llegó a Lluvia. La conexión entre ellas fue increíble”.

La yegua blanca había sido abandonada para morir ahogada tras ser torturada. Ante ella, Susana comenzó a hablar, llorando, del horror que vivía en casa. La yegua se acercó y, sin querer, le dio con la cabeza. Susana cayó al suelo asustada. “Pasaron unos segundos y nos comenzamos a reír. Fue como un clic, la yegua se acercó a darle sus caricias y luego se puso detrás de ella”, explica la responsable del CYD. Es lo que hacen los caballos para indicar que uno de los suyos necesita protección.

Susana y Concordia vieron después a Teide. El caballo comenzó a jugar con Susana mientras hablaba; ella acabó riendo y llorando a la vez. Unos días después, su marido volvió a levantarle la mano. Susana recordó a Lluvia, comenzó a reírse y le dijo: “Ningún mindundi como tú me va a poner una mano encima”. Cogió sus cosas y se marchó. Ahora ha rehecho su vida.

"El caballo lee el alma, los miedos. Yo solo hago de intérprete", dice Concordia.

Después de aquello, Concordia sintió esto era el principio. “Conozco a mis caballos, sé de lo que son capaces y con esto me lo confi rmaron”. El boca a boca hizo que las mujeres comenzaran a llegar al CYD. “Ellas hablan de terapia, pero yo no hago nada de eso, son los caballos los que hablan con ellas, yo solo hago de intérprete. El caballo lee el alma, los miedos”, señala Concordia.

Para ayudarles a comunicarse, intenta que las mujeres conozcan a los caballos con los que cree que van a empatizar mejor. Otras veces recurre a la manada para que ayuden a la víctima del maltrato, pero el resultado siempre es positivo. “Las mujeres mejoran desde el primer momento. Luego el tiempo y ejercicios con ellos les ayudan a reconstruir su autoestima, tal y como tuvieron que hacer los caballos cuando llegaron. Viven las mismas fases”.

Elena lo sabe muy bien. Llegó al centro de la mano de su amiga Nuria, voluntaria en el centro desde hace más de siete años. Su pareja la maltrataba psicológicamente y Elena no podía ni salir de la cama. “La autoestima es lo primero que hay que rehacer, y en ese proceso está”, señala Virginia. Nuria dice que lo que ocurre con los caballos es asombroso “que un ser tan golpeado sea capaz de darte tanto amor es único. Ojalá podamos devolverles todo eso que hacen por las personas, que no tengamos que ver tantos caballos abandonados y maltratados. Hace falta que aprendamos a verlos de una manera diferente”.

Varias mujeres maltratadas, con los caballos que les están ayudando a seguir adelante. Arriba, izq., Elena, que también sufrió malos tratos, cepilla a Fidel. / Ofelia de Pablo y Javier Zurita

La difícil busqueda de otro hogar

Andalucía se vende en el mundo entero como el paraíso de los caballos, pero las responsables de este centro saben que esa afi rmación está muy lejos de la realidad: “La administración debería ocuparse de lo que ocurre, pero no hace nada. Nadie se ocupa de los caballos abandonados”.

Las dos hermanas y su familia lo han invertido todo en crear esta asociación sin ánimo de lucro, que solo recibe ayuda de los socios y de quienes apadrinan o adoptan a los caballos abandonados.

“Nosotros los curamos e intentamos buscarles un nuevo hogar, pero no es fácil; tenemos 57 caballos esperando ser acogidos”, explica Concordia. Sin ayuda, a la asociación le resultará imposible recibir a más mujeres maltratadas o seguir trabajando con niños con problemas. “Somos nosotras, Luciano, que nos ayuda a diario, y los voluntarios, que vienen cuando pueden. Llevamos las denuncias, los rescates, las curas, todo”.

"La administración debería ocuparse de lo que ocurre, pero no hace nada"

“Concordia es una de las mujeres de Europa que mejor entiende a los caballos, y puede ayudar a mucha gente con ellos pero todo se perderá si desde las instituciones y desde nuestras casas no hacemos algo para ayudarles”, señala Olof, un voluntario alemán. Ana vuelve sonriendo tras su encuentro con Fidel, un caballo que era utilizado para cargar y al que se le forzó tanto que sus patas están quebradas desde que tenía un año. Así trabajó más de 17 años.

“Lo dan todo sin pedir nada; cuando sales por esa puerta, te llevas un poquito de su grandeza, que te hace seguir creciendo y te ayuda a coger confi anza. Sigo luchando con mis fantasmas, pero he logrado rehacer mi vida. Ahora estoy tranquila, estoy feliz”.

Arriba, instalaciones del CYD Santa María, en Málaga. Abajo, Concordia Márquez (dcha.), y su hermana Virginia, con los caballos. / Ofelia de Pablo y Javier Zurita

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