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¿Por qué la ciencia expulsa a las mujeres?

La probabilidad de que las estudiantes terminen estudios superiores en materias relacionadas con la ciencia es inferior a la de ellos

ELENA DE LOS RÍOS

Hoy se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, uno de esos días que Naciones Unidas fija porque hay un problema. En este caso, de tan extendido el problema resulta, a pie de calle, invisible. De acuerdo con un estudio realizado en 14 países, la probabilidad de que las estudiantes terminen una licenciatura, una maestría y un doctorado en alguna materia relacionada con la ciencia es del 18%, 8% y 2%, respectivamente, mientras que la probabilidad para los estudiantes masculinos es del 37%, 18% y 6%. Inaceptable, aunque pocas familias se dan cuenta de la injusticia que supone para las niñas estar abocadas a las profesiones más precarias y baratas.

Nuestra cultura tiene muchas estrategias para que las niñas apenas valoren la posibilidad de aplicar su talento a las carreras de ciencias y tecnología. En la práctica, esto significa que son los varones los que terminan apropiándose de los títulos más valorados del mercado laboral y logran ocupar las posiciones de poder e investigadoras que impulsan el progreso científico. Una vez asentados en sus laboratorios y despachos, ellos cumplen con el mandato del llamado “old boy's club” (el viejo club de los chicos) que les empuja a contratar preferiblemente colegas masculinos con los que pueden compartir aficiones y conversaciones (por ejemplo, el fútbol) propias de su género. Y, así, todo queda entre ellos.

La sociedad expulsa a las niñas de la ciencia con tres herramientas principales. La que primera entra en acción es la cultura del rosa o del “princesismo”, que educa a las niñas en los juegos considerados femeninos, en el cuidar, en las tareas domésticas y en el enamoramiento y el noviazgo como el principal “trabajo” de las mujeres. Más tarde comienza la instrucción que empuja al encierro en el cuerpo: mientras las niñas son estimuladas para convertirse en seres bellos, agradables de contemplar, ellos se entrenan en juegos que estimulan la competitividad y el progreso. A las niñas se las empuja a “ser” mientras que los niños se los empuja a “hacer”.

Por último, encontramos la práctica desaparición de los libros y el espacio público de modelos femeninos de científicas y tecnólogas. En películas, en series de televisión en la publicidad, las mujeres realizan casi siempre los papeles que la cultura tradicional les ha destinado: madres, esposas, novias, amantes, abuelas, amas de casa y, si acaso, enfermeras, doctoras, etc. Pocas veces vemos científicas, programadoras, investigadoras. Las niñas crecen así sin un imaginario que las propulse a la hora de explotar su creatividad y su talento al máximo. Qué injusto para ellas, ¿verdad?

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