Lobos y corderos

Toda mi infancia fue una huida angustiosa de la violencia que ejercían los fuertes, los astutos, los sádicos.

SUSANNA TAMARÓ Madrid

Al principio de los 60, la palabra bullying aún no se empleaba. Había matones y víctimas, y los primeros sentían una gozosa excitación en el hecho de abusar de los más débiles, algo que viene ocurriendo desde que el mundo es mundo. Toda mi infancia fue una huida angustiosa de la violencia que ejercían los fuertes, los astutos, los sádicos. Si un día me hubiera encontrado un hada a los pies de mi cama, solo le habría pedido un deseo: que me diera el don de desaparecer, de volverme transparente; así, nadie habría podido apresar el aire, nadie habría podido golpearlo sin parar.

Las personas con un carácter templado y un alma rica atraen la mirada perversa de aquellos que no atesoran calidad humana alguna, como el imán al hierro. Los fuertes, en su mundo, siempre van a querer acabar con la posibilidad de que exista otra manera diferente de relacionarse unos con otros. La manada es genéticamente jerárquica.

Hoy el problema ha alcanzado unas cotas inusitadas.

Hoy, por culpa de los miles de millones de horas que pasan los niños llenándose la cabeza y el corazón de la basura que arrojan la televisión e internet, el problema ha alcanzado unas cotas inusitadas. Si antes el modelo eran las torturas que infligían los apaches o la cacería de una manada de lobos, hoy se busca emular al mafioso de turno, al asesino en serie o al maníaco sexual. Y pobre del que tenga un hijo sensible, tranquilo y buen estudiante. La manada hará todo lo posible para envilecerlo. Y, para ello, empleará cualquier artimaña sucia, humillante, uniformadora. El que es diferente casi nunca lo es por una determinada identidad sexual, sino por una cierta dulzura en el alma.

Hay que decidir si se quiere vivir con un mundo interior, abierto a todo lo que es grande, bello y misterioso, o bien con ese bajo horizonte que supone no dejar de mirarse el ombligo. Es una lucha eterna, ahora más acuciante que nunca, porque a la mayoría de los corderos se les niega su único y auténtico consuelo: el de ser precisamente eso, un cordero.

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

¿Qué me deparan los astros?