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Las preguntas sin respuesta del asesinato de Versace

Pocas muertes han conmocionado tanto el mundo de la moda como la de Gianni Versace, asesinado hace 20 años.

Gianni Versace en un barco en Ibiza en 1995. / gtres

Elena de los Ríos
ELENA DE LOS RÍOS

Versace estaba en la cresta de su ola cuando, a las puertas de su casa en Miami, Casa Casuarina, dos balas terminaron con su vida. Tenía 50 años y se había convertido en el diseñador capaz de definir su mejor década: los 90. Las campañas que protagonizaron para la casa de la medusa las entonces bautizadas supermodelos forman ya parte de la historia de la moda.

A su funeral asistieron Lady Di, quien perdería la vida ese mismo año, Elton John o Sting, los tres sentados en la primera fila. La familia, inconsolable, pudo al menos darle carpetazo policial y legal al asunto rápidamente: el asesino fue encontrado solo ocho días después de la muerte de Gianni, suicidado con la misma pistola que usó para acabar con el modisto. Era un chapero de poca monta de origen filipino-italiano llamado Andrew Cunanan. Versace era solo otra muesca en su cinturón de asesino: tenía otros cuatro asesinatos a sus espaldas, cometidos hacía pocas semanas.

El 25 de abril se cargó a un ex oficial de la marina estadounidense y antiguo cliente en Minneapolis. Cuatro días después, a un famoso arquitecto que también había sido su amante. A continuación, un promotor inmobiliario y un vigilante, al que robó la furgoneta que le condujo a Miami. Allí su objetivo era Versace. Sorprendentemente, la investigación alrededor de la figura de Cunanan no desveló tantas preguntas como abrió nuevos interrogantes. ¿ Por qué había asesinado a Versace, cuál era el móvil? ¿Se conocían el modisto y el prostituto? ¿Por qué la investigación se cerró tan rápidamente, en poco más de cinco meses?

En ese tiempo, corrieron los rumores: que si se habían conocido en una discoteca gay de San Francisco, que si se trataba de una venganza que tenía que ver con el sida que habría contraído Cunanan... Nada de esto se pudo demostrar. Lo más desconcertante del asunto es que tampoco se pudo acudir al robo como móvil: Versace llevaba encima 1.200 dólares en efectivo que no se llevó el asesino. Solo quedaba la hipótesis del desequilibrado que quería hacerse famoso o de un asesinato por encargo. Al cierre de la investigación, la policía de Miami aseguró que Cunanan había actuado solo y que no habían alcanzado a desvelar el móvil.

El campo estaba abonado para las teorías, y no tardaron en proponerse. En especial, dos, inmortalizadas en varios libros. "The Spying Game", escrito por Frank Monte, asegura que tras el asesinato de Versace está la mafia italiana. En su explicación, Versace utilizaba sus boutiques para lavar dinero negro procedente del crimen organizado. Giuseppe Di Bella, un mafioso arrepentido, escribió otro volumen asegurando que el modisto había contraído deudas con la "Ndrangheta" (la mafia calaveras). De hecho, la policía financiera ya había investigado a la familia por no poder justificar la posesión de varias obras de arte y arqueológicas y también por irregularidades fiscales.

Más dramático fue el desenlace del autor de una segunda teoría, acaso demasiado plausible. Enrico Forti desplegó en la película 'La sonrisa de la Medusa' su visión de la investigación: que esta estaba comprometida por la corrupción de la policía y los políticos locales de Miami, quienes se apresuraron a cerrar el caso ante la posibilidad de que el turismo se viera afectado por una sensación de inseguridad. Tres meses después de la emisión de la película en las televisiones francesa e italiana, Forti fue acusado del asesinato de Dale Pike, hijo de Anthony Pike, propietario del Hotel Pikes de Ibiza. Y, a pesar de que no existían pruebas, fue condenado a cadena perpetua en una cárcel de Florida en el año 2000.

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