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¡A tu sombra, jamás!

Jackie Kennedy y su hermana, Coco Chanel y su eterna rival... Nuestra nueva serie del verano explora las relaciones de rivalidad y admiración que unieron a estas mujeres de éxito, y demuestra que muchas veces las enemigas íntimas se crean a través del miedo... pero también del amor.

Lee presentó a Jackie y a Aristóteles Onassis. Los tres se fueron juntos de crucero y él le regaló una joya a cada una: "La mía parecía de Primera Comunión", se quejaba Lee. / Sean Mackaoui

ELENA CASTELLÓ

En la infancia y en vida adulta, Jackie y Lee fueron hermanas, cómplices y rivales en la atención de los hombres y la admiración del mundo. En la tragedia, siempre ganó Jackie. En la belleza y el amor... solo a veces. En la madrugada del 5 de junio de 1968, poco después de que Robert Kennedy ganara la nominación demócrata a presidente de Estados Unidos, Jacqueline Kennedy, su cuñada y viuda de otro presidente, recibió la noticia de que le habían disparado en el Hotel Ambassador de Los Angeles.

"Están matando Kennedys en este país", le confió a una amiga, sumergida en el dolor y en el miedo. Cuatro meses más tarde, el 20 de octubre de 1968, Jackie sorprendía al mundo huyendo de Estados Unidos y casándose con el naviero griego multimillonario Aristóteles Onassis. La opinión pública entró en shock porque consideró que Jackie había traicionado su legado como viuda de América, casándose con un hombre al que veían como una especie de pirata.

Pero quien más sufrió lo imprevisto de aquella noticia fue Lee Radziwill, la hermana de Jackie, a la que ni siquiera le había revelado el compromiso matrimonial. Fue el propio Onassis, al que había conocido mucho antes que Jackie, quien se lo contó y le rogó que acudiera a la ceremonia ortodoxa en la isla privada de Skorpios. Ante la prensa, Lee declaraba: "Me siento muy feliz de haber sido la causante de este matrimonio, que, estoy segura, le traerá a mi hermana la felicidad que necesita".

Pero en privado, sus palabras eran muy distintas. "¿Cómo ha podido hacerme esto?", le decía a Truman Capote. Lee estaba destrozada y la relación entre las hermanas nunca se recuperó del todo. Jackie y Lee se llevaban tres años y ya desde niñas oscilaban entre la complicidad y la necesidad de brillar más que la otra. Lee, la menor, se sentía sobrepasada por los logros de Jackie, buena alumna, buena amazona y el ojo derecho de su padre.

Lee fue la primera en casarse, en 1953, con un rico publicista, y se instaló en Londres, donde se convirtió en la reina de la alta sociedad. Sin embargo, Jackie no tardó en seguirle los pasos con un matrimonio mucho más espectacular: se casó seis meses después con el soltero más codiciado del momento, John F. Kennedy, guapo, inteligente y muy rico. El matrimonio de Lee terminó a los seis años, cuando ella se enamoró del príncipe polaco Stanislaw Radziwill, y siguió su ascenso social.

Mientras tanto, Jackie, a sus 31 años, se había convertido en la primera dama más joven de Estados Unidos. Jackie siempre consultaba cada movimiento con Lee, que pasaba temporadas en la Casa Blanca. Pero ella se sentía, más que nunca, ensombrecida por su hermana. Fue en esta época cuando Lee tuvo un affair con Onassis. En el verano de 1963, toda la prensa hablaba de ello. "¿Quiere convertirse el magnate griego en el cuñado del presidente Kennedy?", se preguntaba el Washington Post.

En su testamento, Jackie no le legó nada a su hermana Lee, ni siquiera un recuerdo personal

Los Kennedy lo veían como una traición. Y entonces, entró Jackie en escena. En agosto, Jackie dio a luz a un niño que falleció a las pocas horas. Lee pidió a Onassis que la invitara a su yate. Jackie acudió, a pesar de la oposición del presidente. Un mes después, las hermanas regresaban a casa con dos valiosas piezas de diamantes como recuerdo. "La mía parecía el adorno de comunión de una niña", comentaba Lee, celosa del collar de su hermana. El malestar de Lee no cesó, siquiera, con la tragedia.

Años después del asesinato del presidente Kennedy, confesaba que lo único que había sentido ante la noticia era un cierto alivio. "Estaba cansada de que me trataran como a una frívola en la prensa", explicaba en una entrevista. En su testamento, Jackie no le legó absolutamente nada a su hermana, ni siquiera un recuerdo personal. Simplemente, pensó que no lo necesitaría. Lee asumió el golpe. Al fin y al cabo, le ha sobrevivido más de 20 años y su elegancia sigue intacta.

Cuenta que los tiempos de la Casa Blanca fueron los más felices de su vida. Pero, eso sí, en cuanto un periodista le pregunta por su hermana Jackie, acaba exclamando: "¡Oh, no! ¿No será este otro de esos reportajes sobre mi hermana y yo, verdad?".

Louella Parsons y Hedda Hopper

Dos malignos titanes de Hollywood. Viperinas, poderosas, megalómanas...Fueron las reinas del cotilleo en la época dorada de Hollywood, gobernada por los grandes estudios...Podían hacer saltar el escándalo o, por el contrario, esconderlo si les venía bien. Hacían y deshacían carreras. Y dominaron, ellas también, el espectáculo. Louella Parsons empezó su carrera como columnista en 1914, en Chicago, en un periódico de William Randolph Hearst.

Louella (izda.) competía en maledicencia con su rival, Hedda, en las columnas de cotilleos más viperinas de Hollywood. / sean mackaoui

La leyenda cuenta que se ganó sus favores porque sabía guardar silencio sobre sus muchos deslices. En 1925, con 44 años, hizo su aparición en Hollywood, con una columna diaria en Los Angeles Examiner y se convirtió en la reina del cotilleo de Hollywood. Su lema era: "Debes contárselo primero a Louella". Encontraba sus fuentes en los pasillos de los estudios, en las peluquerías y en las consultas de médicos y abogados. Sus tácticas no tenían límites.

De hecho, muchas actrices se enteraban de que estaban embarazadas por sus columnas. Y se consideraba a sí misma "la primera columnista de cine de la historia". Hedda Hopper, su gran rival, empezó siendo actriz de cine mudo, en 1916. Actuó en más de 100 películas, pero nunca alcanzó la fama. Así que dejó la actuación a mediados de los años 30 y decidió sacar partido de todos sus contactos. Inició su columna en Los Angeles Times, en 1938, y se convirtió en la competencia de Louella.

Su método: dejarse caer, sin anunciarse previamente y a media noche, en casa de sus víctimas. A Louella no le costó odiar a Hedda. No soportaba ni los vestidos que llevaba, ni, por supuesto, sus enormes sombreros, que se convirtieron en su seña de identidad. Los estudios las utilizaron a las dos como una forma de intimidar a sus estrellas. Y ellas se consideraban guardianas de la moral. Hedda iba más lejos (o era más sincera). Se llamaba a sí misma " la zorra mundial".

Se conocieron en la época en la que Hedda era actriz, cuando Louella la elogiaba en sus columnas y ella, a cambio, le contaba cotilleos. Acabaron detestándose, a pesar de lo que tenían en común. Las dos nacieron en ciudades pequeñas y criaron solas a sus hijos. Las dos ganaron mucho dinero en la prensa, pero estaban siempre endeudadas por su extravagante tren de vida. Y las dos compartían unas ideas políticas ultraconservadoras. No se detenían ante nada.

Fue Louella la que lideró la persecución que sufrió Ingrid Bergman, entonces casada con Aron Lindström, por su romance con Roberto Rossellini, hasta el punto de que el senador demócrata Edwin C. Johnson describió a la actriz como "una poderosa influencia maligna" de la que había que salvaguardar a América. Hedda, por su parte, provocó que Charlie Chaplin no pudiera entrar de nuevo en Estados Unidos tras un viaje a Europa, en 1952, por sus frecuentes críticas políticas y morales contra el actor.

ouella se consideraba la verdadera periodista. De hecho, Hedda tenía que dictar sus artículos porque casi no sabía ortografía. Entre ambas sumaban 75 millones de lectores. Pero su reinado declinó con el ocaso de los grandes estudios. Louella se retiró, en 1965, por el declive de su salud, y murió en una casa de retiro, en 1972, con la cabeza perdida. Hedda había fallecido seis años antes de neumonía.

Gabrielle Chanel y Elsa Schiaparelli

Celos en la cumbre de la alta costura. En los años 30, Coco Chanel estaba en su apogeo. Tenía 55 años, pero su belleza era mayor que nunca y su estilo alcanzaba la perfección. Jamás había sido tan admirada. En esa época, la alta costura parisina era un imperio gestionado solo por mujeres ( Vionnet, Lanvin, las hermanas Callot), grandes reinas de la costura cuya clientela era exclusiva. Chanel era la más poderosa e influyente de todas.

Balenciaga decía: "Coco tenía poco gusto, pero bueno; Elsa tenía mucho gusto, pero malo"

Sin embargo, en esa época acababa de aparecer otra estrella que amenazaba, por primera vez, con hacerle sombra: Elsa Schiaparelli, a la que todos en París llamaban " Schiap". Una mujer tímida y rebelde, que había nacido en Roma, en 1890, en una familia aristocrática y culta que contaba entre sus antepasados con un astrónomo y una arqueóloga. Schiaparelli llegó a París desde Estados Unidos, donde había colaborado con artistas como Marcel Duchamp o Man Ray.

Una vez allí, empezó a hacer vestidos para sus mejores amigas, mientras Paul Poiret la vestía a ella gratis. Tras emplearse como diseñadora independiente en algunas casas de costura, se lanzó por su cuenta. En 1927, presentó su primera colección: jerséis, faldas y vestidos de punto tricotado con estampados de efecto trampantojo. Con sus diseños de aviador, sus faldas pantalón, sus hombreras, sus tejidos experimentales (lana recauchutada, cuero barnizado, plástico...) y sus sombreros surrealistas, Elsa mezcló la moda con el arte en un giro revolucionario, opuesto a la sobriedad ambigua de Chanel.

En los años 30, "Schiap" contaba con 400 empleados y ocho talleres en París. Decoraba sus salones con el mejor interiorista del momento, Jean-Michel Franck. Y celebró una cena de inauguración a la que invitó a Chanel. "A la vista del mobiliario moderno y de la vajilla negra, Chanel sintió un escalofrío, como si se encontrara en un cementerio", escribiría más tarde la italiana en su autobiografía. Gabrielle Chanel estaba en el otro extremo y su aversión era imparable.

La llamaba "esa artista italiana que hace ropa". Coco consideraba la moda un oficio, no un arte, y creía que una prenda debía ser, ante todo, funcional. Su lujo refinado y austero nada tenía que ver con el rosa shocking o el pantalón por encima del tobillo, inventado por la italiana. Lisa, a su vez, describía los diseños de Chanel como " pobres de lujo". Se dice que, en una fiesta, Gabrielle empujó a la pareja de baile de Elsa contra un candelabro, y acabó envuelta en llamas.

Gabrielle (dcha.) llegó a empujar a la pareja de baile de Elsa contra un candelabro, provocando un incendio. / sean mackaoui

La prensa enfrentaba a menudo la figura de una y de otra: la amiga de los cubistas (Chanel), contra la amiga de los surrealistas. La modelo Marisa Berenson, nieta de "Schiap", diría en una entrevista años más tarde que Gabrielle Chanel estaba "celosa" de su abuela. Para Balenciaga: "Coco tenía poco gusto, pero bueno y Schiaparelli tenía mucho, pero malo". Elsa Schiaparelli aguantó en París hasta la invasión alemana y la formación del Gobierno colaboracionista de Vichy, en 1940. Al terminar la guerra, presentó nuevas colecciones.

Pero quebró en 1954. No pudo hacer frente a un nuevo espíritu, el que nació con el "New look" de Christian Dior, más realista y conservador. Se marchó de París. Dos semanas después, ironías del destino, regresó, tras un largo exilio, Coco Chanel. La dama de la Rue Cambon volvió a las pasarelas con un nuevo brío y logró hacer historia. Pero una y otra, cada una a su manera, siguen marcando nuestra silueta.

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