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Mujeres CEO, ¿ascenso imposible?

Creían que podían llegar a lo más alto gracias a su trabajo, pero han comprobado que en las grandes multinacionales hay un techo de cristal infranqueable. Hablamos con algunas de las ejecutivas más importantes del mundo. Su ascenso fue fulgurante, pero se quedaron a un peldaño del número uno. ¿Por qué?

Haz click en la galería para descubrir a todas la mujeres que han hecho historia./maite niebla

Haz click en la galería para descubrir a todas la mujeres que han hecho historia. / maite niebla

SUSAN CHIRA

Hace poco más de un año, vestida toda de blanco como las sufragistas y dirigiéndose a una convención tan entusiasta como emocionada, Hillary Clinton encarnó la posibilidad de que una mujer alcanzara el puesto de poder más importante del mundo: la Presidencia de los Estados Unidos. Hoy, aquella posibilidad truncada se ha convertido en un recordatorio de los límites a los que las mujeres se siguen enfrentando, en la política y en casi todo lo demás.

Desde que empezaran a acceder al mercado laboral, solo unas pocas han logrado alcanzar la cima de las empresas. En 2018, el porcentaje de [acrónimo de Chief Executive Officer, máximo puesto ejecutivo de una empresa]; de la lista Fortune 500 apenas pasa del 6%, una cifra que aumenta (y a veces también disminuye) a paso de tortuga. En nuestro país hoy solo hay tres mujeres con ese puesto entre las empresas del Ibex 35: Patricia Botín (Santander), María Dolores Dancausa (Bankinter), Rosa García (Siemens Gamesa). Un dato ridículo, pero que coincide con el resto de los países de nuestro entorno.

Jamás intenté ser uno de ellos. Gastaba toda mi energía en hacer bien mi trabajo".

Jan Fields - Expresidenta de McDonalds Estados Unidos.

¿Por qué no hay más mujeres ocupando los puestos ejecutivos del poder económico? Para tratar de responder a esa pregunta nos hemos fijado en las experiencias de aquellas que pelearon para convertirse en números uno, pero que tuvieron que conformarse con ser el número dos. Altas ejecutivas cuyas historias demuestran que, tanto en los negocios como en la política, las profesionales que aspiran a alcanzar el poder se encuentran con mucha más oposición -manifiesta o sutil- de la que esperaban. De hecho, el impacto del género nunca es fácil de determinar y a muchas de nuestras entrevistadas les costó darle credibilidad hasta que lo vivieron en primera persona. Pero tras años de morderse la lengua pensando que podían aumentar de rango simplemente trabajando duro, muchas mujeres con una dilatada experiencia en los negocios han llegado a la conclusión de que las barreras están más enraizadas y son más persistentes de lo que querían creer.

La soledad de la corredora de fondo

Tras entrevistar a directoras ejecutivas, aspirantes a directoras ejecutivas, cazatalentos, decanas de escuelas de comercio y profesionales de recursos humanos, estas son algunas de las conclusiones a las que hemos podido llegar: que las mujeres suelen despertar confianza, pero no son vistas como unas visionarias. Que tienden a sentirse incómodas con la autopromoción... y son más propensas a recibir críticas cuando captan la atención del resto. Que los hombres se siguen sintiendo amenazados por las mujeres que transmiten seguridad en sí mismas. Que las mujeres renuncian a ser sociables para poder ser competitivas sin complejos. Que algunas bajan los brazos y acaban tirando la toalla. Y que muchas de ellas, finalmente, reciben un castigo desproporcionado por cualquier tropiezo.

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"Durante varios años, lo viví como un problema mío, pero no es así. La discriminación existe, y si no somos capaces de detectarla y analizarla en toda su magnitud, nada va a cambiar", dice Julie Daum, que ha liderado la campaña para reclutar mujeres en puestos de responsabilidad para Spencer Stuart, una de las principales firmas mundiales de consultoría de liderazgo y búsqueda de ejecutivos.

Jan Fields empezó como una más del equipo de un restaurante McDonald's y logró abrirse paso hasta convertirse en presidenta de McDonald's en Estados Unidos, la segunda de a bordo en la compañía. La despidieron en 2012, acusada de generar la primera caída mensual de beneficios desde el año 2003, en un momento en que se estaba implantando un impulso estratégico de aumento de precios. Bajo su punto de vista, lo que estaba llevando a cabo era una serie de cambios necesarios para la supervivencia de la empresa, puesto que McDonald's había tenido que hacer frente a muchos problemas en los últimos años debido a la imparable toma de conciencia del consumidor sobre su propia salud.

Fields no se anda con rodeos a la hora de hablar de cómo es la vida de una mujer que está (casi) en lo más alto: "Eres la única ahí, es algo verdaderamente solitario. Una vez, jugando al golf un foursome [un partido de cuatro por parejas] con altos ejecutivos, todos hombres, uno de ellos me dijo: "No sabía que supieras jugar". Yo le respondí: "Nunca me lo habías preguntado". No salía de copas con ellos. Jamás intenté ser uno de ellos. Gastaba toda mi energía en hacer bien mi trabajo". Al final, aclara Fields, terminó ganándose la confianza de muchos de esos hombres. "De primeras, todos eran extremadamente celosos y competitivos. Pero aquello no duró mucho, porque, en cuanto vieron mi hoja de servicios y empezaron a trabajar para mí, se ve que se dijeron: "Esta tía vale la pena".

Como muchas mujeres que han llegado a ser altas ejecutivas, la expresidenta de McDonald's sostiene que su ascenso empezó a ser más rápido y a presentar menos complicaciones en la medida en que se la juzgó lisa y llanamente por la cuenta de resultados. "Todo es, en realidad, una cuestión económica. Siempre lo tuve que hacer mejor que los demás para que me trataran como a una igual. Puse en marcha restaurantes, generé grandes ganancias y me rodeé de un equipo de lo más competente".

Los chicos no dejan de jugar al balón prisionero. Si le dan a alguien en la cabeza lo consideran gajes del oficio".

Cuenta también que uno de los escollos para acceder al cargo de CEO fue su opción personal de no trabajar en el extranjero: "Sabía que muchos de los países donde operábamos eran francamente hostiles con respecto a la mujer. Y pensé: "¿Qué necesidad tengo de pasar por eso?". Pero, después de tres años ocupando el segundo puesto en el organigrama de la empresa, su jefe y ella discreparon en términos de estrategia. Se jugó el tipo al implantar una serie de cambios, como sostiene que habrían hecho muchas mujeres en su lugar. "Y así es como cogí el camino hacia la puerta", concluye.

De la investigación se desgrana que cuando las mujeres actúan con determinación hay más probabilidades de que los hombres reaccionen mal. Una encuesta llevada a cabo en 2016 por la consultora Lean In y McKinsey and Co, entre 132 empresas y 34.000 empleados, puso de manifiesto que las mujeres que peleaban por promocionar en la compañía tenían un 30% más de posibilidades que los hombres de ser calificadas como intimidantes, mandonas o agresivas.

Una habitación (con techo) propia

Veamos el caso de otra ejecutiva que pasó 30 años en firmas de la lista Fortune 500, esperando su turno desde la C-suite, como se conoce a la "sala de espera" desde la que acaba emergiendo el siguiente CEO. La ejecutiva -que insiste en el anonimato porque tiene un acuerdo de conciliación con la empresa-, se ganó una gran reputación porque encontró líneas de crecimiento donde otros no habían podido, lo que permitió doblar los ingresos en las áreas que coordinaba. Pero cuando empezó a ser vista como una posible sucesora del director ejecutivo, confesó no sentirse preparada para la política corporativa en su más alto nivel. "Antes de pertenecer a la C-suite me sentía perfectamente capacitada para el cargo", sostiene. Sin embargo, los siguientes peldaños no solo dependen de los resultados, también de saber imponerse sobre los demás en un entorno en el que todos compiten por tener una oportunidad de llegar a la cima. Nos da un ejemplo: "A un hombre le conseguí un puesto en la C-suite -recuerda-. Un día, en una reunión importante, se puso en mi contra y me acusó de no hacer bien mi trabajo. Yo no entendía nada, pero una amiga me lo aclaró: "¿No sabes que los chicos no dejan nunca de jugar al balón prisionero? Ellos lanzan la pelota y, si le dan a alguien en la cabeza, lo consideran gajes del oficio".

Las mujeres con un carácter asertivo y ambiciosos no son vistas con buenos ojos.

El punto de inflexión le llegó cuando empezó a notar cómo todos sus compañeros masculinos empezaban a adelantarla. Al tomar conciencia de que no iba a poder escalar más en la empresa, negoció unas condiciones favorables de salida. Cuando mira hacia atrás, se convence de que ser mujer no le ha favorecido. "Reformulé por completo la estrategia de la empresa y dupliqué el precio de sus acciones -afirma-. Sufrimos una pequeña caída. Todos los chicos tenían unas cuentas de resultados más deficitarias. Uno de ellos se postulaba como sucesor al cargo más alto. No había logrado incrementar su cuenta en siete años, pero era alto y guapo y se sabía mover en los círculos adecuados". Ella no tuvo más remedio que llegar a una conclusión desagradable: "Las mujeres están perdidas. Es algo que los hombres pueden oler: que una mujer no va a jugar nunca a su mismo juego. Se dicen a sí mismos: "Si le pongo una zancadilla, seguro que ella no me la devuelve, mientras que cualquier otro hombre sí. Es una presa fácil". De esta forma, acaban dando esquinazo a las mujeres".

Este tipo de experiencias las encontramos incluso en mujeres que sí lograron ascender. "Nunca nos enseñaron a luchar por nosotras mismas -dice Ellen Kullman, antigua presidenta ejecutiva de Du Pont, la multinacional química famosa por haber desarrollado materiales como el neopreno, el plexiglás o el teflón-. Creo que tienden a educarnos en la idea de que la vida es justa, que una puede prosperar y cumplir las expectativas y lo demás vendrá solo. Eso funciona durante buena parte de tu carrera, pero no en el último par de pasos". Kullman luchó todo lo que pudo, pero en 2015 tomó la decisión de dimitir porque, según declaró posteriormente a la revista económica Fortune, había llegado a la conclusión de que se había convertido en el blanco de todas las miradas y "estaba suponiendo un obstáculo en el desarrollo futuro de la empresa".

Estudiar una MBA... ¿para nada?

Sally Blount, decana de la Kellogg School of Management en la Universidad del Noroeste [Illinois, Estados Unidos], es la única mujer al frente de una de las 10 mejores escuelas de negocios de ese país. En su opinión, los datos predicen que la mitad o más de las mujeres que van a obtener un MBA [Máster en Administración y Dirección de Empresas] este año dejarán de trabajar a tiempo completo dentro de una década. Las razones van desde los conflictos familiares hasta el hecho de verse infravaloradas en cuestión de sueldo o de puesto en la empresa. Eso explica, en parte, el escaso número de mujeres que logran llegar a lo más alto, sobre todo porque el camino para ellas se va estrechando cada vez más. Y, aun así, incluso aquellas que resisten y alcanzan la C-suite tienen muchas más papeletas que los hombres de ser ninguneadas, explica Blount. "Que duden de ti es tremendamente doloroso, sobre todo cuando no tienes clara la razón. A mí antes me encantaba la expresión "don de mando". Hoy pienso que es un código masculino, una señal que dice: "Ellas no son como nosotros", reconoce.

Es sorprendente la cantidad de paralelismos que se pueden trazar con el mundo de la política. Tras una serie de investigaciones en los dos ámbitos, incluidas algunas llevadas a cabo tras la derrota de Clinton, queda demostrado lo difícil que les resulta a las mujeres con un temperamento asertivo y ambicioso que las miren con buenos ojos, así como lo fácil que es concluir que carecen de lo que muchos denominan "don de mando".

En una encuesta realizada por la firma de cazatalentos Korn Ferry a 786 altos ejecutivos de ambos sexos, el 43% opinó que ese continuo prejuicio contra las mujeres como presidentas ejecutivas era el principal motivo por el que no había más en la cima de sus empresas. Como apunta Wendy Cai-Lee, una banquera que ahora dirige su propia firma de inversión, si escribiera un libro sobre la presencia de mujeres en el mundo de los negocios, llevaría como título Escoltas de confianza.

Todas las encuestas ponen de manifiesto que hay una sensación generalizada entre las mujeres de tener que estar enfrentándose a una serie de desventajas estructurales: cuentan con menos posibilidades de participar activamente en las reuniones, acceden a menos encargos que supongan un desafío y es mucho más difícil que se valoren positivamente sus contribuciones. Pero las que forman parte de alguna minoría tienen una percepción aún más sombría del asunto: solo un 29% de las mujeres negras norteamericanas piensa que en sus empresas las mejores oportunidades están reservadas para los empleados que más se lo merezcan, frente al 47% de mujeres blancas que opinan lo mismo.

Todo lo anterior no quita que no haya muchas mujeres trabajando en empresas que manifiestan públicamente su compromiso por una política clara contra la discriminación, y cuyos compañeros apuestan sinceramente por el avance femenino. Pero, desgraciadamente, eso solo hace que muchas veces los prejuicios que ellas padecen se vuelvan más sutiles.

Ese es el motivo de que muchas mujeres que, a pesar de haber demostrado sus habilidades en determinado ramo, acaban careciendo de la sensación de confianza innata que sí demuestran sus compañeros varones. Gerri Elliott, una antigua alta ejecutiva de Juniper Networks (una multinacional dedicada a los sistemas de redes y seguridad) y que, según afirma, jamás ha experimentado los prejuicios discriminatorios, recuerda el sorprendente caso que le contó una colega: un ponente preguntó a un grupo de hombres y mujeres si alguien tenía alguna experiencia en dar el pecho. Un hombre levantó la mano y dijo que había observado cómo lo hacía su mujer durante tres meses. Ninguna de las mujeres que había en la sala, entre las cuales más de una era madre, se presentó como experta en esa materia.

Shelley Diamond se convirtió en la responsable del área de atención al cliente de Young & Rubicam -una agencia de publicidad con 6.500 empleados en 90 países-tras administrar su propia oficina en Nueva York y haber dirigido varias cuentas clave en todo el mundo. Diamond confiesa que, al principio de su carrera, "mi mayor talón de Aquiles era la confianza en mí misma y en mi capacidad para poder realizar una tarea que se me antojaba gigante, abrumadora y escalofriante".

Tanto ella como otras mujeres consultadas para este reportaje hablan de un entorno en el que los hombres dudan a veces de si hacerles o no una crítica constructiva, aunque dura -ese tipo de críticas que, al final, pueden ser muy necesarias para progresar en el trabajo-, porque temen que ellas puedan tener una reacción "demasiado emocional".

El círculo intangible de la camaradería

Solo hay 32 mujeres al frente de las empresas de la lista Fortune 500. La fundación Rockefeller quiere llegar a 100 en 2025.

Dina Dublon, que en 2004 se jubiló como directora financiera de JPMorgan Chase (multinacional líder en inversiones bancarias), cuenta que sus colegas masculinos le confesaron más de una vez sus reticencias a la hora de salir a cenar o a tomarse algo con sus subordinadas, ese tipo de actividades que acaban estrechando vínculos en el mundo corporativo, por si se malinterpretaba como un coqueteo.

Las mujeres afrontan un reto que pasa por saber cómo entrar a formar parte de ese círculo intangible, pero crucial, que supone la camaradería entre hombres. "Una vez que llegas a lo más alto de la empresa, la mayor parte de las veces te tienes que mover en un reino masculino -sostiene Dublon-. Mientras sigamos estando en minoría, todo va a depender mucho más de nuestra capacidad de adaptarnos a ellos que de la suya para abrirse a nosotras. No creo que lo hagan adrede. Creo, más bien, que se trata de una reacción estúpida y con estrechez de miras, pero al mismo tiempo humana".

Ellen Kullman, antigua presidenta ejecutiva de Du Pont y copresidenta de Paradigm for Parity. / mark makela

La preocupación generalizada que existe en los círculos empresariales sobre este asunto ha puesto en marcha una industria virtual con varias iniciativas recientes, desde la conocida como Paradigm for Parity [Paradigma para la paridad], de la que Ellen Kullman, antigua presidenta ejecutiva de Du Pont es copresidenta, hasta 100x25, un programa de la Fundación Rockefeller que apuesta por que haya 100 mujeres al frente de las empresas de la lista Fortune 500 para 2025. Hoy solo hay 32, un récord histórico, sobre todo si tenemos en cuenta que el año pasado había 21.

Las promesas son bienvenidas, pero lo que importa es continuar con la política de hechos, defiende Deborah Gillis, presidenta y directora ejecutiva de Catalyst, una firma destinada a impulsar el avance de las mujeres en los negocios. Ella aboga por que a los líderes empresariales se les reduzcan sus bonus si no promueven lo suficiente el ascenso de las mujeres y de otras minorías, así como que se les aumenten a quienes sí lo hacen.

En el momento de contar su experiencia, algunas mujeres adoptaron un tono reflexivo, mientras que otras oscilaron entre una furia apenas reprimida y algunos ramalazos de culpa. En más de una ocasión, los testimonios llegaron a ser desgarradores.

Rastrear en cada uno de esos casos qué papel desempeñó el hecho de ser mujer en el desarrollo su carrera es una cuestión delicada. Hablamos de grandes triunfadoras, que están acostumbradas a derribar barreras, no a empotrarse contra ellas. Casi nunca hay solo una razón para la discriminación, lo cual pervierte el análisis en profundidad del caso. Sí, hay hombres que les desean con toda sinceridad éxito a las mujeres. Sí, las empresas saben que una base móvil de clientes significa mayor diversificación contra todo riesgo. Nadie quiere caer en el derrotismo. Pero el camino hacia la cima es largo y la cumbre, solitaria.

De hecho, Hillary Clinton ha escrito un libro de memorias en el que habla en términos vitriólicos sobre lo que sucedió durante su campaña electoral y reconoce abiertamente que la misoginia desempeñó un papel importante en su dolorosa derrota electoral. La excandidata ha reconocido que casi podía leer el pensamiento de muchos de los votantes que apoyaron a Donald Trump: "Este tipo se parece a alguien que ya ha sido presidente antes". La ira y el rechazo que suscitó (y aún cosecha) Hillary Clinton -y la misoginia declarada en algunos sectores- han llevado a muchas mujeres que se encuentran en la cima a cuestionarse si no habrán subestimado ese rechazo visceral que provocan cuando alcanzan algún tipo de poder en cualquier ámbito. Y muchas temen la respuesta.

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