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José Bretón, la carta de un asesino

Esta podría parecer la carta de un hombre enamorado y arrepentido, pero no lo es. Esta podría parecer la carta de un hombre que quiere recuperar a su familia, pero no lo es. Es la carta real que un asesino envió a su exmujer unas horas antes de cometer el peor crimen que nadie pueda llevar a cabo.

Una ilustración de Sean Mackoui para Crónica de cuatro muertes anunciadas. / sean mackoui

RAMÓN CAMPOS

"Siempre me has dicho que te gusta recibir cartas, y ahora tengo tiempo de escribirte (demasiado tiempo). ¡Qué bonito sería poder dejarte esta carta en tu mesilla de noche para que cuando te levantes por la mañana, te alegrara el día, en la medida de lo posible!. Creí alcanzar el cielo cuando te conocí. Tú vales mucho y te lo mereces todo y, sobre todo, ser feliz, porque siempre transmites tranquilidad, paz y amor. Siempre me acordaré del primer día en que te vi, el día que te di el beso o cuando te pedí que saliéramos. Me acuerdo de cuando entré en el pub. Es increíble que, con lo oscuro que es, un torrente de luz tan brillante iluminó todo tu cuerpo y vi tu bonita cara, conforme me iba acercando a ti porque no quería perderte ni un solo instante de vista, para disfrutar de cada segundo de ese momento tan mágico e irrepetible, hasta que llegó tu amiga y me dijo: “Ven, que te voy a presentar a mi amiga” (y eras tú). Estuvimos hablando largo rato, luego yo me cansaba y me diste tu teléfono. Como sabía dónde trabajaba tu amiga, me pasaba todas las tardes para saber más de ti. Habías entrado fulminantemente en mi corazón. Por eso me dije a mí mismo: “No puedo dejar de hacer todo y dejarme hasta el último aliento para demostrarte mi amor sincero”. Por eso, cuando me enteré por tu amiga de la existencia de un muchacho especial para ti y me dijiste que en Navidad te ibas a ver con él, me dije a mí mismo: ”No sé que pasará, llegan las fiestas navideñas, ella en Huelva, yo en Córdoba...”. Pero las navidades pasaron y volví a verte. Nunca me contaste si viste a ese chico. Entonces tomé la decisión de pedirte salir. Nunca me había puesto a pedirle salir a una persona y ahora entiendo el porqué. No lo había hecho porque no eras tú. Me acuerdo del día en que te dije: “¿Quieres salir conmigo?”, a una chica como tú especial, romántica, tierna; quería que todo fuera especial. El corazón me latía como nunca de rápido, bombeaba la sangre con una fuerza... Parecía que se me iba a salir por las costillas, eso no me importaba. Sentía que los golpes eran tan fuertes que me llegaban a la garganta. Temía que me impidieran hablar. Cuando me dijiste con esa voz que sí, casi levito del suelo que piso. Y cuando cogí algunas fuerzas y me di cuenta de todo lo precioso que estaba pasando, te di un beso en los labios, entonces creí que volaba.

Mi propósito de enmienda es total”, escribió Bretón a su ex horas antes de matar a sus dos hijos.

Al regresar a mi casa me decía: “Me doy un cabezazo con una farola porque no me creo la felicidad que invade mi cuerpo”. ¡Cómo echo de menos darte besos en tu mejilla! Quiero darte paz, cariño, amistad, comprensión porque tú te lo mereces todo. ¿Quiero? Ver tu color, tu olor, tu textura, tu aroma, aunque tengas ¿espinas? (como rosa que eres). Tú necesitas amar y ser amada, yo he cambiado porque quiero cambiar... Hay que hablar. El otro día hice algo que me contaron una vez. Meter en tres vasos los nombres de tres personas, en mi caso novias, y doblar los papeles con esos nombres. A la mañana siguiente solo uno de ellos se abrirá; esa es la persona elegida y señalada. En mi caso es muy fácil porque hay una novia en mi vida, Ruth. Por eso, en los tres papeles había un nombre, Ruth, cada uno escrito con más fuerza. Mi propósito de enmienda es total y no se va a volver a repetir. Como te decía, he fracasado. Por eso te propongo algo. Te voy a proponer más cosas. De la carta, esta primera cosa que te propongo es hacer una lista en la que pongas todas las cosas malas que ves en mí. Y yo te digo en qué puedo cambiar. Si a tan solo a una te dijera que no, que a esa no puedo, desaparecería de tu vida, no de la de los niños. Lo que ocurre es que soy de la opinión de que las cosas siempre se pueden hablar y que no se tira la toalla sin antes haberlo intentado todo y hablarlo. Fíjate en lo que he conseguido, amargarte la vida. Muchos matrimonios se separan tras haberlo intentado todo, a nosotros se nos han juntado muchas cosas. Quiero entrar otra vez en tu vida, no pienso defraudarte, empecemos de nuevo. Tenemos, que eso es muy importante, dos niños maravillosos.

He intentado tratarte como la princesa que eres. Tratemos de darles una vida ideal a los niños”.

Tú lo sabes de tus grupos cristianos, de los que yo te tenía que haber preguntado mucho más y haberte sacado muchas más veces... Me habría ayudado a conocerte mucho más, a mí mismo, incluso a conocerte a ti y a él. Nombro tanto a ese hombre porque es muy importante en tu vida y por tanto, en la mía. Y no sé si es una comparación buena. Pero yo voy a luchar por nuestra familia, como tú has hecho a lo largo de tu vida por él. A él, tu familia, la mía... les he prestado más cuenta de la que debería. Yo voy a luchar por nuestra familia, como tú has hecho a lo largo de tu vida por el otro. No me digas que después de tanto tiempo juntos no nos queda un rescoldo de esperanza, ya me encargaré yo de avivarlo. Ruth, yo no quiero a una mujer esclava en la casa. Siempre he visto la justicia igual para todos. De hecho, con el tiempo me he dado cuenta de que las tareas del hogar, aunque aburridas y monótonas, me gustan. Incluso para mí es más fácil que tú trabajes, que tú te sientas más realizada, y yo ya con los niños más independientes, más descansado. Me he dado cuenta que tenía que darte más en todo. Que en el matrimonio hay etapas, hay problemas, pero que siempre había que hablar. Cómo me gustaría que fuéramos a poder dar algún cursillo prematrimonial y contar la experiencia. Y poner en valor “para lo bueno y lo malo, en la salud y en la enfermedad”. No me rechaces de tu vida.

Desde luego, de una crisis hay que salir fortalecido, no poner parches. Como mis planteamientos son fuertes y sinceros, estoy convencido de que puedo darte el 100% de tus pretensiones de amor, paz, ternura y felicidad. ¿Qué es lo que nos separa? ¿Tanta repelencia te produzco?. Tú y él sois muy importantes el uno para el otro, pero... yo lo acepto y lo admito así. Pero lo que me cuesta es que digas que toda nuestra relación ha sido un error. La circunstancias no nos han favorecido, teníamos que haber pedido ayuda a los profesionales, por eso nos merecemos una segunda oportunidad… Déjame darte los buenos días por las mañanas, despedirte con un dulce beso, regalarte flores, regalarte los oídos de piropos, porque te los mereces. Siempre estaré a tu lado, no quiero perder tu estela que me guía... Siempre estás a mi lado, y te tengo para siempre. Yo no supondría un agobio para ti, al contrario, sería un remanso de paz, ternura y armonía, un amigo sin más pretensiones, alguien con quien compartir de forma personal, hablar, pasear, vivir la vida. No puedo, ni quiero que renuncies a él, siéntelo y vive. Déjame tu color, tu olor, tu textura, tu aroma. Déjame mandarte cartas y flores, besos, cariño, paz todos los días. Siempre te pediré perdón, mi afán de enmienda es fuerte y sincero. Me dijiste el otro día que había triunfado viendo a los niños sólo cada 15 días, todo lo contrario. He fracasado contigo como marido, con los niños como padre, con tu familia e incluso con la mía. Como ya te he dicho, he fracasado por la sencilla razón de que os estoy perdiendo. Como dice la canción, “se va alejando de mi vida lo que más quería”. Estos días que vuelvo a ver el CD de la boda veo cómo se refleja esa emoción en mi cara en esos momentos y si las cosas se desarrollaron con gran rapidez, en mi opinión, fue por mi dedicación excesiva a mi familia. Ahora, con el tiempo, me he dado cuenta que lo importante es mi familia… La que formamos los niños y nosotros. La familia política es la que es y no la podemos cambiar. Fíjate lo que he conseguido, amargarte la vida. Aunque yo siempre he intentado tratarte como la princesa que eres y como te mereces. Intentemos darles una vida ideal a los niños, ya sabemos los errores... ¡Qué bonito sería llevarlos al colegio, al médico, pasear juntos, ir de picnic, a la playa! Contigo ir al cine, salir a bailar que no es lo mío, pero por ti volvería a apuntarme a las clases de baile, ver una puesta de sol, sentados y abrazados después de que los niños se acuesten. No pienso defraudarte, tenemos, que eso es muy importante, dos niños maravillosos. Permíteme ayudarte con ellos en todo lo que les hace falta a diario, transmitiéndote paz, amor, felicidad… Los niños lo ven todo. Déjame este domingo, cuando vuelva con los niños, quedarme con vosotros, con tu madre, le pediré mil perdones de rodillas. Se puede intentar, sé que merece la pena. Respecto a los niños, me he dado cuenta de que, en mi afán de ser protagonista, no he dado todo lo que podía. Qué felices viven con mi hermana, los niños van descalzos y no pasa nada, juegan y no pasa nada. Este fin de semana, cuando estuvieron los niños en Córdoba, se lo pasaron en grande, y yo pensaba, para cualquier cosa... María Ruth, y lo que más me habría gustado es que tú estuvieras aquí, y yo apoyándote en todo. Como ya te he dicho con anterioridad, no he triunfado, he fracasado personalmente al perderos a todos, las calles están llenas de gente pero yo estoy solitario, como un alma en pena. Sin vosotros no soy nada, ni voy a ningún lado sin vosotros, sin tu familia y la mía. Tu “peque”, tu Bretón que te quiere a ti, a los niños, a tu familia y al mundo”.

José Bretón. / d.r.

José Bretón, el parricida

  • José Bretón fue condenado en 2013 a 40 años de cárcel. Durante este año 2018 ya podría solicitar su primer permiso carcelario.

  • Los restos de Ruth y José descansan en el cementerio de San Bartolomé de Huelva. En los últimos cinco años, 24 niños han sido asesinados por sus padres en nuestro país

  • >¿Eres víctima de violencia de género? Llama al 016. Es gratis y no figurará en tu factura telefónica (recuerda borrar la llamada).

Unas horas después de entregarle esa carta a su exmujer, Ruth, José Bretón salía de Huelva con sus hijos para dirigirse a Córdoba, donde él residía desde que se habían separado, con la intención de asesinarlos. Se habían conocido 12 años antes en una fiesta organizada por la Facultad de Veterinaria de la ciudad de la mezquita, donde ella estudiaba esa carrera. Corría 1998. Como tantas otras veces sucede, una amiga común les presentó. Él, un chico no demasiado guapo pero siempre bien arreglado, aseado y seguro de sí mismo, había comenzado a trabajar como conductor de autobuses, tras abandonar el ejército y ser rechazado para entrar en la Guardia Civil por su falta de estatura. Ella, una chica risueña y divertida, se sintió atraída por ese joven educado con algunas manías que al principio no eran más que “pequeños detalles sin importancia”.

¿Tú sabes comer bien? –le preguntó él una de las primeras veces que quedaron para salir.

–¿Qué?– respondió ella, desconcertada.

–Que si sabes comer bien... –repitió él, para luego explicarle que una novia suya hacía ruidos al comer que le resultaban molestos.

–Pues sí, claro. Mis padres siempre me han educado para comer con la boca cerrada, sin hacer ruido –respondió ella, divertida, intentando imaginar de algún modo qué ruidos haría aquella chica que tanto le podrían haber molestado.

José entró en una espiral de control: prohibía a Ruth trabajar, conducir, ver a su familia...

Pese a esos “pequeños detalles sin importancia” al principio, como casi siempre, todo fue relativamente bien. Tanto, que cuatro años después decidieron casarse en la Rábida, en Huelva. Fue una boda íntima con pocos invitados, en parte porque no querían una celebración de las grandes y en parte porque, en el último momento, él había decidido eliminar de la lista a algunos familiares y amigos de ella sin darle explicaciones. Esa fue la primera señal. El chico educado del que se había enamorado poco a poco empezaba a dejar paso a otra persona... A la verdadera persona.

Ya una vez instalados en Córdoba –cerca de la familia de él, de su madre y hermana, por las que José sentía devoción– y como en cualquier matrimonio, el tema de los niños, sobre tenerlos o no tenerlos, se convirtió en recurrente en la pareja: ella quería. Él, no. –Si los tienes, serán para ti, no quiero saber nada de su cuidado –le espetó, harto de la insistencia de ella.

Finalmente, Ruth no dio su brazo a torcer y, dos años después de casarse, se quedó embarazada, dando a luz, ya en 2005, a una preciosa niña a la que llamó como ella. A partir de ese instante, José entró en una espiral de control, intentando separar a su mujer de cualquiera que no fuese él. Le prohibía conducir, que siguiese trabajando, que se relacionase con su familia... En su afán por apartarla de todos llegó a poner sal y ajo en el biberón de la pequeña para inculpar a su cuñada. A la madre de Ruth, por su parte, la acusó de alcohólica y de ser una mala influencia para ellos. Ruth siguió aguantando las humillaciones de su marido sin ser consciente de que, aunque no la agredía físicamente, ya hacía tiempo que era una mujer maltratada.

Cuatro años después, nació el pequeño José. Durante el embarazo, cuando fueron al ginecólogo y les anunció que esperaban un hijo varón, José se enfadó. Porque los niños son revoltosos y lo dejan todo hecho un desastre –dijo, ante la sorpresa de su esposa y del ginecólogo allí presente. Corría el año 2009, sólo dos antes de que Ruth, que para entonces ya tenía claro que no quería aquella vida para ella ni sus hijos, decidiese dejarlo.

En el año 2010 José perdió su trabajo y no consiguió reincorporarse al mercado laboral. Aunque para él resultó humillante, no tuvo más remedio que aceptar que era Ruth quien llevaba el dinero a casa y que él debía ocuparse de las tareas domésticas. Para entonces ya comía con tapones en los oídos porque no soportaba el ruido de la gente masticando los alimentos, especialmente los picos de pan y las zanahorias. También se lavaba las manos de forma compulsiva, evitaba agarrar las barandillas y, en caso de tener que sentarse en un banco, extendía antes un pañuelo que siempre llevaba en el bolsillo para tal efecto. Manías todas ellas que intentaba inculcar en sus hijos, a los que no dejaba jugar en el suelo, ni dar besos, ni que nadie los tocase...

En septiembre de 2011 Ruth ya no pudo más y decidió separarse. Dejó el domicilio conyugal y se trasladó a vivir a Huelva cerca de su familia. Por fin, poco a poco, empezaba a abrir los ojos a todo lo que había estado viviendo durante aquellos años. Por eso no cedió a ninguno de los chantajes emocionales que el inteligente José intentó hacerle durante ese tiempo. Por esa razón cuando, un mes después, José, de paso que iba a recoger a los niños para pasar con ellos el fin de semana, le llevó flores y una carta, Ruth decidió no leerla. Ya sabía lo que pondría. Las mentiras de siempre.

La abuela materna, la persona que le entregaba los niños a José, por su parte, le llamó la atención que su yerno pusiese la maleta en el asiento del copiloto, en vez de en el maletero, como tantas otras veces. Nadie podía imaginar que allí llevaba las garrafas de combustible que había comprado esa misma mañana antes de recoger a los pequeños. Era el 7 de octubre del año 2011.

Tras quemar a sus hijos en su finca, fue a un parqee y, desde allí, denunció que habían desaparecido.

Al volver a Córdoba, José dejó a los pequeños en casa de su hermana mientras él se dirigía a una finca propiedad de su familia para preparar su macabro plan, que ya había comenzado a urdir días antes. El 29 de septiembre había conseguido hacerse con dos cajas de Orfidal y Motivan, un antidepresivo y un ansiolítico, con la intención de dormir a los pequeños antes de quemarlos en una pira funeraria que situó entre varios naranjos y sin visibilidad desde el exterior. Nadie, salvo él mismo, pudo saber nunca si los pequeños Ruth y José ya habían fallecido cuando prendió la llama. Después de quemar sus cuerpos, se dirigió en su Opel Zafira a un parque conocido como la Ciudad de los Niños y, después de dar un par de vueltas, llamó al 112.

–Emergencias Andalucía, 112, dígame –respondió en ese momento el operador al otro lado de la línea.

–Sí, mira estoy en Córdoba capital y quería denunciar que no encuentro a mis hijos, uno de dos años y otro de seis, aquí en el parque que hay enfrente de la Ciudad de los Niños –comenzó a relatar José poniendo voz de angustia.

–¿Pero qué ocurre con los menores? –preguntó el operador, desconcertado.

–¡Que no los encuentro! – gritó José al borde de las lágrimas.

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