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Adriana Ugarte: "Los sentimientos no se eligen"

Los franceses la descubrieron con Julieta y se enamoraron de su belleza clásica y su personalidad. Ahora, se estrena en el cine galo como objeto de deseo de Gerard Depardieu. Y quema.

Vestido y camisa de Chanel y pendientes de Tyffany. / Jonathan Segade

GUILLERMO ESPINOSA

Sencillez. Cercanía. Entusiasmo. Esas son las impresiones inmediatas que vienen a la cabeza cuando uno conoce a Adriana Ugarte, la actriz madrileña que durante casi un lustro reinó en la televisión española los lunes por la noche, gracias a sus papeles de época en 'La Señora' y 'El tiempo entre costuras'.

Vestida con vaqueros claros y un holgado suéter de hilo blanco, la actriz picotea algo mientras espera la hora de pasar a maquillaje. No hay una gota de divismo, más bien esa disimulada tensión que notamos en los niños cuando se ven obligados a retrasar el comienzo de un juego. En este caso, una sesión de fotos. Su transformación ante la cámara es prodigiosa, sigue sorprendiendo lo efectivos que son cada uno de sus pequeños gestos, poses y medias sonrisas.

Adriana vuelve con varias sorpresas bajo el brazo. La primera, es la comedia francesa 'Enamorado de mi mujer', de Daniel Auteil, una entrada a lo grande en la industria gala, que la descubrió gracias al éxito de ' Julieta', de Pedro Almodóvar. La segunda, el estreno en noviembre de 'Durante la tormenta', un thriller sobrenatural con Javier Gutiérrez y Chino Darín. Y la tercera: Netflix acaba de confirmar que Ugarte participará en la tercera serie original que rodará en nuestro país, creada por una mujer, la guionista Verónica Fernández, donde interpretará una prostituta barcelonesa de los años 70 que acaba siendo cabeza de una red de narcotráfico.

Sobre ese primer estreno, 'Enamorado de mi mujer', protagonizada por el propio Auteil, Sandrine Kiberlain y Gerard Depardieu, dice que el director quiso contar con ella sin hacerle ninguna prueba. "Ni siquiera por el idioma. Cuando quedamos por primera vez, parecía haber tomado la decisión. Tuvimos una conexión inmediata", reconoce. Inmediata y muy favorecedora, porque le toca trabajar con auténticas bestias de la interpretación francesa. "Cumplí un viejo sueño. Sandrine Kiberlain es una maravilla de compañera; el súmmum del chic francés: elegante de movimientos y de alma, pura, generosa, divertida... Aprendí muchísimo observándola, no solo cuando interpreta, sino en su actitud, en cómo se dirigía a los compañeros, al director... con una humildad impropia de una actriz de su talla. Bellísima. Y con Depardieu... yo estaba muy nerviosa. Me salió abrazarlo, no pude reprimirme. En cuanto deshicimos el abrazo, me cogió la mano y me dijo: "Querida, tengo el mismo tatuaje en la pierna derecha". Se refería a una pequeña estrella negra en la mano, que junto a otro pequeño corazón, sin rellenar, en el antebrazo son los únicos tatuajes de la actriz. "Me preguntó que a qué edad me lo había hecho y le dije que a los 18. "Yo, a los 12", me respondió él. Así es Gerard". Como todo tatuaje suele tener una historia, le pregunto sus motivos. Pero me responde tímida y celosa de su privacidad: "No sé... son intimidades [sonríe colorada]. Cosas que ocurren", zanja sin más explicaciones.

La actriz lleva un total look de Dior y pendientes de Aristocrazy. / Jonathan Segade

La mitad de la imaginación

Enamorado de mi mujer es una comedia de guerra de sexos, donde Auteil se ve obligado a invitar a cenar a un amigo (Depardieu) que ha abandonado a la mejor amiga de su mujer (Kiberlain) por una joven 40 años menor (Ugarte). En un tono deudor de Woody Allen, pero a la francesa, la cena desplegará una serie de pensamientos futuribles en un Auteil enamorado de su mujer, sí, pero dispuesto en su fantasía a robarle la novia a su amigo y huir con ella. "Es verdad que había una carga de deseo objetualizado muy enfocado al tópico de la lolita... y me apetecía llevarlo a otro plano menos sexual. Que se convirtiera en un personaje con el que no solo quieres acostarte, sino del que te enamoras; jugar con una ingenuidad que no sabes si es natural o provocada. Si hay doble intención o de verdad es tan maja. Porque es agradable, pero no tonta. En realidad hay dos Emmas en esta película: la real, que está en la cena, y la que él imagina, más juguetona, sexy, romántica... pero ya no es mi Emma, sino la de Daniel", explica.

La película sigue los razonamientos de la más clásica comedia de sexos y desde la perspectiva de una masculinidad infantil de la que se ríe complacientemente. Sin ocultar, para bien y para mal, la preeminencia del punto de vista masculino y ciertas provocaciones que posiblemente irriten a parte del público femenino, sobre todo al más joven. Ugarte se defiende rápidamente, y es posible que no se equivoque: " Creo que habla muy honestamente de esa crisis de la masculinidad cuando supera los 50. Esa necesidad de gustar y seducir, de sentir que estás todavía en el mercado... Ese juego entre la vanidad y el inexorable paso del tiempo. Al final es una crisis que afecta a hombres y mujeres. Es una película que atenta contra la vanidad tan torpe del género humano –esgrime–. Mi personaje puede parecer una lolita, pero ni es menor de edad, ni es una inconsciente, ni es tonta ni utiliza su cuerpo o el sexo como herramienta. Que sería muy lícito, además: cada uno puede utilizar su cuerpo como quiera. Pero esto ni aparece en la película. No veo abuso o utilización de la mujer. De hecho, al final el que se ve desarmado es él: imagina a una mujer que lo domina, le embauca, le vuelve loco y lo deja... y no la culpa. Por eso creo que es una crítica a la vanidad masculina: sobrevuela esa idea de que las mujeres sabemos lo perdidos que están los hombres. Al menos, los personajes femeninos de esta película lo saben", explica la actriz.

El primer día de rodaje con Depardieu estaba tan nerviosa que le abracé. me dijo que teníamos el mismo tatuaje".

La Adriana Ugarte de carne y hueso, pese a que aquí su personaje tenga que vivir que un hombre balbucee como un niño al conocerla, deslumbrado, argumenta que en la vida real "no me doy cuenta de estas cosas. En estos temas de la seducción o de reconocer inmediatamente si le gustas a alguien, siempre he estado en la Luna". Insisto en que pocas mujeres pueden negar que hay un momento en que se dan cuenta, en el tránsito de niña a mujer, que causan un efecto distinto en los hombres. "Eso claro que lo notas. A mí me pasó entre los 14 y los 16. De adolescente, cuando te empiezas a desarrollar... Por un lado, es como un renacer a los ojos de los otros pero, en cierta medida, también es el nacimiento de tu propia mirada sobre ellos. Disfrutas, sobre todo, si la mirada viene de aquellos que te atraen. Pero si la mirada proviene de alguien que no te pone, o es una mirada muy lasciva, te ahuyenta. Yo prefiero gustar siempre de otra manera: conversando, con el tiempo... Lo otro es demasiado instantáneo y, generalmente, perecedero".

Años atrás, cuando Adriana vivía en el corazón del barrio de Malasaña (Madrid) con sus "compañeras", como llama a sus perras Peach y Noa, preocupándose constantemente porque hubiera alguien en casa con ellas o las sacara a pasear, vivía una relación omnipresente en la prensa rosa con el actor Álex González. " Era alucinante. Llegaba a tener seis paparazzi debajo de casa. Era como un akelarre. Pero me llevaba muy bien con ellos, eran muy amables y considerados conmigo".

De hecho, este cronista vive aún hoy justo frente a aquel piso, y llegó a recibir ofertas económicas para permitir a alguno de esos paparazzi hacer fotos desde sus balcones, algo que no debe ser ni legal. ¿De verdad los consideraba sus amigos? "Ya, muy fuerte. Pero yo me llevaba bien: había tres en concreto que eran siempre muy amables y educados. Yo intento estar en mi lugar y dejarles hacer su trabajo. Alguno ha venido incluso al campo. [Risas]. Pero ya no han vuelto mucho. Yo intentaba estar en mi lugar y dejarles hacer su trabajo. Pero no me fui de esa casa por la presión mediática: me fui por mis perras, por su bienestar".

Su personaje en la película de Auteil toma una actitud de lágrimas y demoledora sinceridad cuando se desenamora, así que le pregunto cómo actúa ella en la realidad ante ese tipo de situaciones: " Suelo zanjar la relación y dar la explicación. A la cara. Y no es fácil. Posiblemente sea uno de los momentos más duros que se pueden vivir. Sobre todo, porque lo haces siempre con alguien a quien quieres, que te ha hecho feliz. Confesar que te has enamorado de otra persona es siempre doloroso. Arrastras sentimientos de culpabilidad, una guerra interna muy difícil. Pero creo que todos al final comprendemos que los sentimientos no se eligen ni se piensan: se tienen, y punto", razona.

Yo me bajo en Atocha

Enamorado de mi esposa es el segundo paso de Ugarte para internacionalizar su carrera, tras su debut en latinoamérica con el drama familiar peruano El sistema solar (basado en una obra de Mariana de Althaus) que rodó el año pasado. "Tengo representantes fuera, en Estados Unidos y en Francia. Y vamos probando cosas. Pero de ahí a mudarme a Los Ángeles… No sé, prefiero quedarme aquí. Y si sale algún proyecto, iré, lo haré y volveré. Si surgiera algo más fuerte que me atara allí, entonces me quedaría una temporada. Pero de momento mi vida está aquí, mi familia está aquí, mis amigos y mis animales también". Esta continua referencia a sus "compañeras" da una medida del carácter de la actriz: " No soy animalista ni vegana en sentido estricto. Como algo de carne, no mucha porque no me lo pide el cuerpo, y sigo llevando prendas de cuero. Pero comparto algunas de sus reivindicaciones y colaboro con protectoras. Los animales son los seres más vulnerables, los más indefensos, junto con los niños. Cualquier abuso me parece mal. Con eso me cuesta mantener el control".

Vestido de Miu Miu, sandalias de Manolo Blahnik y pendientes de Chanel. / Jonathan Segade

La actriz se crió en el madrileño barrio de Salamanca. Su pedigrí incluye haberse educado en el Colegio de Nuestra Señora del Pilar, que ha acogido tradicionalmente a la élite madrileña. Hija de un juez y una letrada, y hermana de un abogado, contó con el apoyo de su familia para dedicarse a la interpretación. "Siempre lo han llevado bien. Protegiéndome mucho, eso sí. Y acompañándome en el camino. También ayudaba mi actitud. De alguna manera, les transmití que amaba la interpretación, que era una pasión, una necesidad vital".

Tampoco era una familia tan ajena al medio: su madre, Yolanda Pardal, escribía de joven obras de teatro para que las interpretara la familia, y ha publicado incluso una novela (Un mal paso, 2003). Cuando Adriana decidió dedicarse a la interpretación, le recomendaron que también hiciera una carrera y s e matriculó por la UNED en Filosofía: "La hice porque realmente quería, me gusta mucho estudiar", reconoce. También tiene fama de ser una lectora voraz: "Ahora estoy con 'Las intermitencias de la muerte', de Saramago, un autor que me fascina. También me gusta mucho la filosofía oriental. He descubierto un libro, 'El tao de las mujeres' [Pamela K. Metz, Ed. Gaia, 2010], que es de una belleza tremenda, como el original de Lao Tse, pero aplicado a la naturaleza femenina... que existe en hombres y mujeres, que está en todos", afirma.

Mis padres siempre me enseñaron que era más importante apreciar que consumir. Y se lo agradezco".

Este amor por la lectura no es lo único que le viene de familia: su madre regenta una pequeña tienda de decoración y antigüedades en la calle Belén. "Ella heredó la pasión de mi abuelo, como yo, que suelo ir a subastas o mercadillos. Mis gustos son más rústicos que urbanos: tipo mansión de campo francesa. [Risas] Mis padres siempre me enseñaron a apreciar, más que a consumir. Algo por lo que les estoy muy agradecida". Y le pasa lo mismo con la moda, dice: "No, no me gusta ir "a la moda". Tanto tu casa como tu forma de vestir tienen que respirar un lenguaje propio, interno. No hay por qué estar de acuerdo con la tendencia, sino contigo misma".

Un credo estético que aplica incluso para sus apariciones en la alfombra roja: " Escojo yo lo que me quiero poner, no trabajo con estilistas, aunque sé que hacen un trabajo estupendo. En la medida de lo posible, prefiero conocer a los diseñadores, ir a sus talleres y ver cómo trabajan".

Pese a su juventud, a sus 33 años Adriana Ugarte es conocida por lo contrario que muchos jóvenes de éxito de su generación: no es un animal nocturno. "Nunca lo he sido. Aunque sí soy muy de bailar... Nada de alcohol, pero sí moverme. El problema es que cada vez se baila menos cuando se sale por la noche, que antes siempre era lo más... Y las conversaciones que se tienen por la noche no me interesan mucho. Prefiero callar, escuchar, reflexionar... y hablar mejor durante el día. Para hacerlo con más claridad".

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