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Yazidíes: secuestradas, violadas y esclavas, ahora buscan justicia

En un campo de refugiados del norte de Irak, miles de mujeres de esta religión intentan recuperarse de años de violaciones y torturas. Liberadas de sus secuestradores del Daesh, que las vendieron como esclavas, procuran recomponer sus vidas mientras reclaman justicia.

Yazidíes: secuestradas, violadas y esclavas, ahora buscan justicia / GETTY

CHRISTINA LAMB

La clase de yoga está llena de mujeres jóvenes. Todas, también la instructora, han sido esclavas sexuales de los combatientes del autodenominado Estado Islámico. Fueron violadas y vendidas varias veces. Fuera hay un barrizal y tiendas de campaña blancas. El campo de Khanke, al norte de Irak, cobija a unos 420.000 yazidíes que fueron expulsados de sus casas cuando el Daesh ocupó el norte de Irak, en agosto de 2014. Los hombres fueron asesinados; las mujeres y las niñas, convertidas en esclavas; y los niños, adoctrinados y entrenados militarmente. Intentaron exterminar a esta pequeña y, hasta ahora, poco conocida comunidad de gente hospitalaria que reza al sol y venera un ángel en forma de pavo real, pero a los que el Daesh considera adoradores del diablo. La invasión ha sido considerada un genocidio por Naciones Unidas.

El Daesh atacó hace cuatro años esta región y hace unos 12 meses que fueron derrotados y expulsados, pero la población yazidí sigue en el limbo. Su tierra, Sinjar, situada al pie de las montañas –donde creen que quedó varada el arca de Noé–, está en ruinas. Se la disputan las milicias iraquíes y las kurdas, y está sembrada de minas.

Fuera de la clase, Sevvi Hassan, de 45 años, rememora lo que vio cuando volvió el año pasado: "Todo eran escombros. La casa no tenía puerta ni tejado; no había agua, luz ni gente, solo fantasmas. Todo había desaparecido". Lo peor era el recuerdo de los hombres de negro de los que habían huido. Su hija mayor, Zeena, de 28 años y madre de cuatro hijos, estaba tan traumatizada que se prendió fuego: "Creía que iban a llegar de un momento a otro". Resultó herida grave.

Unas 4.500 de las 7.000 chicas raptadas han sido liberadas, pero sus problemas no han terminado. En casi todas las tiendas hay una familia destrozada por su sufrimiento. Muchas tienen daños físicos por las violaciones o se han suicidado. A otras les han lavado el cerebro y miran a sus conciudadanos como infieles. La mayoría de las familias están endeudadas por los préstamos para pagar los rescates.

Aún siguen desaparecidos 3.154 yazidíes, la mayoría mujeres y niñas. Cuando las tropas de la coalición occidental recuperaron Mosul y Raqqa el año pasado, no hicieron nada para rescatarlas. Permitieron incluso la salida de un convoy de unas 3.500 personas, que incluía a los raptores y, quizá, a muchas esclavas. Por eso, han tomado cartas en el asunto y trabajan con la abogada Amal Clooney para conseguir justicia.

Turko, de 28 años, es una de las mujeres rescatadas. Lleva en sus brazos a sus gemelos. Su tienda es acogedora, tiene cama, televisión y calefactor, pero no es su hogar. Escapó de Raqqa con sus tres hijas mayores en 2016, tras casi dos años y medio de cautiverio. Cuando lo cuenta, sus ojos se llenan de lágrimas.

Su marido y su hermano trabajaban lejos cuando el Daesh entró en su pueblo y capturó a Turko y a sus hijas, de tres, seis y ocho años. Acabaron en manos de un comandante saudí, que violó a la madre y forzó a las niñas a estudiar el Corán. "Me hacía mucho daño y temía que hiciera lo mismo con mis hijas", afirma. Trató de huir, pero estaba vigilada. " Me dijo que si me iba, las violaría. Quienes lo intentaban, eran electrocutados. Los decapitaban y nos obligaba a verlo, incluso a los niños".

Una noche, mientras la violaba, ella le dijo: "Un día terminaremos con vosotros". Lleno de rabia, la encerró con sus hijas durante tres meses. No podían lavarse y apenas comían. " Mi destino me daba igual. Si se hubiera tratado solo de mí, me habría suicidado –dice llorando–. Cuando salimos, nos llevaron al hospital. Teníamos tifus". De vuelta con su captor, pensó que no había esperanza: " Era mejor morir. Rocié a mis hijas y me rocié a mí misma con gasolina, pero una me detuvo".

Huir durante un bombardeo

En noviembre de 2016, el comandante estaba en Mosul luchando contra los iraquíes. Había dejado dinero para la comida, así que Turko pagó a una mujer siria para que le cediera su tarjeta de identidad, se puso un niqab y fue una oficina con wifi para mandar un whatsapp a su hermano. " Si me hubieran cogido, me habrían quemado viva en una jaula, pero estaba desesperada".

Su hermano le dio el número de un yazidí llamado Abdullah Shrim que, antes de la guerra, vendía miel en Alepo y que había rescatado a cientos de chicas después de que capturaran a varias de su familia. Él le dijo a que reunieran dinero (32.000 dólares) y lo entregaran en una oficina de secuestros del Gobierno kurdo. Ella le dio su dirección y las horas en las que su captor solía salir. Shrim la puso en contacto con un "pasador". Cuando empezó un bombardeo, el contrabandista dijo que debían huir, pero sus hijas no querían irse. " Les habían lavado el cerebro. Mientras huíamos, la mayor gritaba: "¡No nos llevéis con los infieles!". Caminaron cuatro días, sin comer ni beber, salvo una vez. Turko se torció el pie y el "pasador" tuvo que cargarla. Llegaron a un pueblo controlado por los kurdos sirios y se pusieron a salvo. La vuelta no fue fácil. "Estaba feliz de ver a mi marido, pero sin saber si me iba a aceptar. Aún no puedo mirarle".

A pesar de todo, la pareja concibió a sus gemelos. Sus hijas mayores aún miran a los yazidíes como infieles. " Están siempre hablando de religión y no se ven a sí mismas como yazidíes. Les dije que los del Daesh cortan la cabeza de la gente y ellas respondieron: "Porque se lo merecen". A Turko le aterroriza la idea de volver a su tierra, donde siguen los combates entre las tropas iraquíes y los kurdos.

"Todo es un caos", dice Ameena Saeed Hasan, que fue una de las dos parlamentarias yazidíes en el congreso iraquí hasta que dimitió en 2014 por no poder proteger a su gente. " Diferentes fuerzas se disputan el terreno y la gente tiene miedo a volver". Ella y su marido, que es abogado, han rescatado a 265 mujeres. "Pensábamos que algún gobierno nos ayudaría, pero estamos solos".

Shrim, el apicultor, tiene 43 años y es padre de cuatro hijos. Delgado y tímido, es un héroe involuntario. " Aquí, cuando nace un niño, se celebra una fiesta; si nace una niña, no. Cuando tenía colmenas, veía que había una abeja reina y su sociedad estaba muy organizada. ¿Por qué tiene que ser diferente en nuestro mundo? Cuando llegó el Daesh y raptó a las mujeres, supe que tenía que hacer algo". De su familia, 56 fueron capturadas.

Cuando su sobrina nieta de 16 años le llamó desde el lugar de su cautiverio en Raqqa, en octubre de 2014, decidió actuar. Conocía los circuitos comerciales y pidió consejo. Le dijeron que utilizara a los contrabandistas de tabaco. "Los cigarrillos estaban prohibidos, pero me dijeron que si quería sacar a las chicas, debía llevarlos".

En los últimos tres años y medio, ha rescatado a 367 jóvenes. Para cada rescate, desarrolla un plan con su hijo, ingeniero. En una ocasión, en la que trataban de liberar a ocho mujeres y niños retenidos en una casa muy vigilada, mandó ataúdes y un coche fúnebre, con la excusa de que dos niños habían muerto. Los guardias insistieron en cavar las fosas. " Pensé que iban a enterrarlos vivos, pero los sacamos cuando fueron a por las herramientas".

A menudo, alquila casas para vigilar o llevar a las chicas hasta que pueden sacarlas. Incluso alquiló una panadería para vender pan a domicilio y comprobar si había jóvenes secuestradas. Shrim recibe amenazas: " Una chica me dijo: "Tienen tu foto, te van a matar". Mi vida no es más importante que las lágrimas de mi sobrina o de las otras chicas a las que he liberado", reflexiona.

Nuevas noticias

Pero rescatarlas es cada vez más difícil y caro. Muchas han sido vendidas a redes de prostitución. Cree que 1.000 están vivas, pero muchas más han muerto. Shrim anhela el día en que puedan todos volver a Sinjar. Mientras, su teléfono no deja de sonar. Cada vez que rescata a alguien, las familias le llaman para ver si trae novedades de las desaparecidas.

Entre los que esperan noticias está Nasima, de 35 años, que se sienta en el suelo de su tienda, con su pequeño Hussain. En el teléfono tiene una foto de una adolescente. Es su hija mayor, Inas, de 19, a la que no ha visto desde que ambas fueron raptadas en 2014. Tampoco sabe nada de su hijo mayor Sabah, de 15 años, ni de su marido. " Sé lo que me hicieron a mí y no dejo de pensar lo que estarán pasando. Nadie llora como una madre".

Nasima y sus tres hijos fueron capturados en agosto de 2014, el día después de la entrada del Daesh. Huían de su pueblo, después de haber sido separados de su marido y su hijo mayor. Muchos hombres fueron ejecutados. A ella, su hijo pequeño y sus hijas Inas y Renas, de 15 y 14 años, las llevaron a una granja. "Había unas 25 mujeres y niñas. Escupían en la comida y orinaban y ponían drogas en el agua para adormecernos. Nos obligaban a rezar y leer el Corán, y nos pegaban si no lo hacíamos". Los hombres se llevaban a las más jóvenes y vírgenes. Inas fue de las primeras. Desde ese día, Renas fingía que su hermano era su hijo.

Las que quedaban fueron trasladadas a Raqqa, que describe como una gran prisión subterránea. Allí, un soldado compró a Nasima y a su bebé, y tuvieron que dejar sola a Renas. "Cocinaba, lavaba y limpiaba su casa y el lugar donde vivían los soldados". Cuando le pregunto si le hicieron algo más, me fulmina con la mirada: " Nadie regresa sin haber sido violada".

Fue vendida un par de veces y terminó con un líder, Jezrawi. "Tenía cerca de 250 mujeres y niñas yazidíes. Las violaba a todas, las vendía y compraba otras". A ella no la vendió: "Su esposa de 16 años se lo pidió, porque hacía su trabajo". Nasima y su hijo dormían en la habitación de las armas. Un día, Jezrawi les dijo a ella y a su esposa que se metieran en un coche. " Paró en un lugar y decapitó a una persona. Nunca he visto nada tan horrible". Le dijo: "Los yazidíes sois paganos". Ella respondió: "¿Somos nosotros los paganos o vosotros que decapitáis a la gente?". Estaba furioso y amenazó con quedarse con mi hijo. Otro día, su esposa me dijo que se lo había llevado. Corrí tras el coche, pero salió y me golpeó con su rifle". Poco después, Jezrawi tomó una segunda esposa de 15 años. La primera estaba tan enfadada que ayudó a Nasima a escapar. Le puso un hijab y la metió en un coche, que la llevó con su hijo a Turquía. Allí contactó con su familia, que pagó 13.000 dólares a los traficantes.

Renas fue raptada un día después que su madre. "Trabajaba como sirvienta para una familia, me golpeaban". La mantuvieron dos años, pero la "subalquilaban" a un combatiente que la violaba al volver del frente. Dos veces intentó escapar, pero la cogieron y le dieron una paliza. Después fue vendida varias veces. Aprovechó un bombardeo aliado para escapar: contactó con su familia para que pagaran su rescate. "Cuando regresé, tenía pesadillas cada noche", recuerda.

Una chica de su pueblo la convenció para ir a unas clases de la Free Yezidi Foundation [Fundación de los Yazidíes Libres], que imparte yoga, música, inglés y terapia psicológica en el campo. Renas trabaja ahora para ellos como asistente sanitaria. La madre y la hija deben 14.000 dólares por su rescate. Algunos en su comunidad las evitan, aunque su líder espiritual emitió un bando diciendo que las chicas secuestradas eran inocentes.

La comunidad yazidí es muy cerrada, quizá porque esta masacre es solo la más reciente de los numerosos intentos por aniquilarlos. Muchos llevan brazaletes trenzados rojos y blancos para recordar la sangre de los, según dicen, 73 genocidios previos. Un niño debe nacer yazidí para formar parte de la religión y los adultos deben casarse dentro de su fe. En el pasado, cualquier contacto sexual con un no creyente suponía el repudio. Quizá por eso, muchas chicas que han tenido hijos fruto de las violaciones temen que no sean aceptados.

"Escapar es solo el principio. El trauma es inmenso", dice Pari Ibrahim, abogada yazidí afincada en Estados Unidos que perdió a 40 familiares. Fundó FYF para proporcionar un espacio seguro a las mujeres del campo de Khanke. " Pude ver el dolor más profundo –afirma la psicóloga británica Ginny Dobson–. Tomaban mucha medicación, bebían, se autolesionaban. Recurrimos a la música, la danza, al rezo y el arte. Puede que nunca se recobren, pero las ayudamos a cicatrizar sus heridas". Va a ser difícil. Un estudio sobre el campo muestra que el 69% de sus 16.200 habitantes sufre trastorno de estrés postraumático, frente al 30,6% de otras comunidades en conflicto. En total, el 85% de la comunidad yazidí (350.000) está en otros campos.

Justicia para una paz duradera

El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó crear un equipo internacional de investigación. Aunque se han encontrado casi 100 enterramientos masivos en el norte de Irak, ningún cadáver ha sido exhumado ni un asesino ha sido llevado ante la justicia. Amal Clooney advierte de que el tiempo se acaba. " No habrá justicia si permitimos que las pruebas desaparezcan, si los enterramientos no se protegen, si las evidencias médicas se pierden, si los testigos no pueden localizarse. Por eso es importante llevar a los investigadores de la ONU sobre el terreno cuando antes".

Miles de miembros del Daesh fueron capturados por las autoridades kurdas e iraquíes tras la caída de Mosul el año pasado. Están siendo juzgados, pero se les acusa de terrorismo, no de violaciones de guerra. Clooney insiste en que los juicios son clave para ayudar a las mujeres. "Muchas supervivientes no quieren que se ejecute a sus abusadores, sino que se les juzgue. Y no se merecen menos. Cada conflicto nos recuerda que no habrá una paz duradera sin justicia. La falta de legalidad lleva a continuar el ciclo de venganza y violencia".

He conocido a muchas mujeres yazidíes que dicen que no ven esperanza. Los que pueden, se marchan. Alemania, Canadá y Australia ha acogido a varios cientos. Amal y su marido, el actor George Clooney, han acogido a una joven que estudia informática en la Universidad de Chicago.

Mientras, Turko, Nasima, Renas y las demás siguen dentro de sus tiendas de campaña. En sus ojos, el terror ante la idea de volver a donde mataron a sus hombres y robaron su dignidad.

La batalla de Amal

“El Daesh ha perdido cerca del 98% de su territorio y 70.000 de sus miembros, pero ninguno de ellos ha sido llevado ante un tribunal. Ninguna víctima de violación y ningún niño soldado han podido enfrentarse con su abusador en un juicio”, explica la abogada de derechos humanos Amal Clooney.

Clooney trabaja con los fiscales europeos para llevar los casos a los tribunales nacionales. En Alemania, la Corte Suprema emitió la primera orden de arresto contra un comandante del Daesh por genocidio contra el pueblo yazidí. En EE.UU., es consejera de las víctimas en el caso contra Umm Sayyaf, viuda del antiguo ministro del gas y del petróleo del Daesh, ante un juzgado de Virginia. " Estoy avergonzada de vivir en un mundo en el que los líderes políticos permiten un genocidio y luego dan la espalda a sus víctimas. Así dejan que estos horrores puedan volver a ocurrir en cualquier parte".

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