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Influencers virtuales, su reino no es de este mundo

Son jóvenes, guapas, estilosas y presumen en Instagram de tener una existencia y un fondo de armario dignos de envidia. Solo les falta un pequeño detalle: ser de carne y hueso. Y pese a todo, las influencers diseñadas por ordenador, como Lil Miquela, están revolucionando las redes sociales.

Haz click en la imagen para descubrir a los influencers virtuales que están triunfando en Instagram./instagram

Haz click en la imagen para descubrir a los influencers virtuales que están triunfando en Instagram. / instagram

I. DÍAZ

Tiene 19 años y vive en Los Ángeles. Le apasiona la moda y ha sublimado el arte del selfie. Su flequillo y sus moños, homenaje al mítico peinado de la princesa Leia, se han convertido en su seña de identidad y como cualquier otra millennial su discurso está plagado de acrónimos y referencias que solo sus coetáneos son capaces de descifrar. Lo mismo comparte sus trucos de belleza que expresa una opinión política o defiende una causa justa. Y, por supuesto, tiene una cuenta en Instagram con casi un millón y medio de followers.

Miquela Sousa ( Lil Miquela para sus seguidores en la red social) es una influencer de manual. Toda su vida está documentada: desde su visita a un tatuador y sus viajes a Nueva York hasta los desayunos a base de burritos para superar la última resaca. Y, por supuesto, todos y cada uno de sus modelitos. En su armario hay chaneles y pradas, aunque sus marcas favoritas (Supreme y Vetements) son menos mainstream y más casual. También es cantante: ha publicado un par de singles y colaborado con músicos como Baauer. Por tener, Lil, en cuyo rostro salpicado de pecas parece intuirse a Kylie o Kendall Jenner, tiene incluso sombra. Y no es un detalle insignificante, sobre todo para un avatar como ella. Porque Lil Miquela no es un ser humano, por mucho que durante un tiempo jugara al despiste. Ella es la reina indiscutible de una nueva generación de estrellas de Instagram: las influencers virtuales. Desde su presentación en sociedad en 2016, ha colaborado con marcas como Prada, posado en editoriales de moda luciendo prendas de Fendi y la edición americana de Vogue le ha dedicado unas páginas en su último número de septiembre, el más importante y codiciado del año.

La influencer virtual Lil Miquela. / instagram

En el corazón de su avatar

Por eso, la siguiente pregunta es obvia: ¿ quién se esconde detrás de ese rostro pizpireto, esos milimetrados estilismos y esa misteriosa sombra? No es una persona, sino un estudio creativo de Los Ángeles. En Brud, capitaneado por Sara DeCou y Trevor McFedries, trabajan “ingenieros, contadores de historias y soñadores”, aunque en términos más terrenales están especializados en robótica e inteligencia artificial. La idea de crear una influencer a partir de un programa de diseño gráfico ha hecho famosa a esta start-up que ha conseguido atraer a las firmas de capital de riesgo que operan en Silicon Valley. Aunque se sospecha que Brud emplea fotografías de una modelo anónima mezcladas con animación, el software y las técnicas que utilizan para crear a su estrella son su secreto mejor guardado.

El estudio creativo protege su particular fórmula mágica, haciendo firmar contratos de confidencialidad a todos sus empleados y colaboradores. Aunque DeCou contestó amablemente al intento de Mujerhoy de entrevistar a los creadores de la influencer, la cofundadora de Brud declinó nuestra invitación.

“El secretismo es clave para mantener el interés de sus seguidores. Probablemente, detrás de esa influencer tienes a un diseñador gráfico sentado delante del ordenador, puede que desde su casa, quizá incluso tenga una frondosa barba… Si viéramos quién está detrás, la fascinación alrededor de Lil Miquela se esfumaría”, reflexiona Luis Díaz, experto en influencer marketing y autor del libro Soy marca. “En realidad, Lil Miquela y su némesis, Bermuda, nacieron como proyectos de arte digital, pero su éxito fue hacernos dudar de si estábamos ante una persona real o un avatar”, explica.

Pero Lil Miquela no es única en su especie. De hecho, las grandes casas de moda cada vez coquetean más abiertamente con este nuevo tipo de modelos. Gucci, por ejemplo, ha vestido a Erica, una robot japonesa diseñada por un profesor de robótica de la universidad de Osaka. Y otra influencer digital como Noonoouri se ha convertido, en apenas seis meses, en todo un fenómeno que acumula más de 100.000 seguidores. Sin embargo, este avatar que tiene 18 años y reside en París, no aspira a parecer real. Sus grandes ojos y el desproporcionado tamaño de su cabeza se asemejan más a los rasgos de un dibujo manga que a los de una mujer real. Eso no le ha impedido colaborar con Dior ni desfilar en el festival de Cannes o hacer tutoriales con la línea de maquillaje de Kim Kardashian. También ha posado con diseños de Versace o Giambattista Valli.

Pulsión por lo nuevo

Noonoouri es la creación de Joerg Zuber, un diseñador gráfico alemán. “Este tipo de marcas y el mundo de la moda han sido pioneros en influencer marketing. Y por eso, precisamente, siempre necesitan algo nuevo: una cara nueva, una tendencia, el último experimento…”, explica Díaz.

Shudu, en cambio, sí juega al espejismo de parecer real. Conocida como la “primera supermodelo digital”, el fotógrafo de moda británico Cameron-James Wilson se inspiró para diseñarla en las muñecas Barbie de su infancia y en supermodelos negras como Alek Wek y Grace Jones. Con más de 140.000 seguidores en Instagram, Shudu, efectivamente, tiene rasgos y medidas de top model, posa para editoriales de moda y ha colaborado en una campaña de Balmain junto a otras dos modelos digitales, Zhi y Margot.

De hecho, las influencers digitales ya están empezando a interaccionar entre sí. Hace unos meses, Bermuda, votante de Trump y una autodeclarada “supremacista robótica”, hackeó la cuenta de Instagram de Lil Miquela, la acusó de ser “falsa” y le retó a revelar “la verdad” ante su millón de seguidores si quería recuperar el control de su perfil en la red social. En el siguiente capítulo del culebrón, Lil Miquela vivió su particular catarsis al descubrir que, en realidad, no era un ser humano. Obviamente, se trataba de una mera campaña auto-promocional. De hecho, Bermuda es producto de los mismos creativos de Brud que diseñaron a Lil Miquela y que también han creado al modelo digital masculino Blawko.

La influencer digital Bermuda. / instagram,

El rifirrafe (después felizmente resuelto) demostraba que las influencers virtuales, como las de carne, hueso y filtros, podían desarrollar sus propias narrativas, protagonizar pequeños escándalos, seguidos de las pertinentes reconciliaciones y hasta ocupar los titulares de la prensa seria. Una treta como otra cualquier para atraer la atención de sus followers, la de los medios y ampliar, un poco más, su base de fans. Después de declarase “agente libre” durante una temporada, Lil Miquela anunció que volvía a trabajar con Brud, igual que la propia Bermuda.

Obviamente, este nuevo tipo de instagrammer también puede convertirse en un imán para las marcas y, en consecuencia, en un gran negocio para sus creadores. Según los analistas financieros, para el año 2020 el influencer marketing se habrá convertido en una industria global que moverá más de 10.000 millones de dólares al año. Y en ese escenario, las ciber influencers pueden tener su propio nicho. “Aún así, un influencer tradicional también lo es fuera de la red social: asiste a un evento, hace una entrevista, posa en una alfombra roja… En ese sentido, el avatar virtual está mucho más limitado pero, a la vez, permite a las firmas evitar meteduras de patas u opiniones que puedan perjudicar su imagen. En definitiva: te ahorras el factor humano y emocional, que a veces juega tan malas pasadas. Por eso, un robot, sin opiniones ni emociones, puede ser una apuesta más segura para una marca”, explica Luis Díaz.

El factor humano

Por lo demás, la mecánica es la misma. “Los equipos que gestionan este tipo de perfiles reciben remuneraciones económicas por sus colaboraciones publicitarias con las marcas. En ese sentido, el negocio funciona igual que con un influencer tradicional. Nike o Prada, por ejemplo, ya han empezado a utilizar influencers virtuales en sus campañas”, explica Díaz. Pero, ¿podrán Lil Miquela y compañía desbancar a toda esa generación de instagrammers que prácticamente inventaron el negocio y construyeron auténticos imperios publicitarios? “No creo que vayan a reemplazarlas, aunque puede que sí cubran un nicho que hasta ahora estaba desierto. Creo que el éxito de Lil Miquela reside en que ha sido la primera, la pionera de una tendencia. Su proliferación hará que el interés disminuya. No son una amenaza, sino un fenómeno puntual y un tipo de expresión artística”, argumenta Díaz. Además, cuando se trata de vender algo, el factor humano es difícil de sustituir o replicar. “El influencer no deja de ser una marca y las personas conectamos con las marcas de una manera emocional. Saber que estas influencers carecen de emociones les resta credibilidad”.

Y ese no es el único conflicto existencial que plantean. Si el debate sobre los modelos inalcanzables de belleza ya es omnipresente, las influencers digitales elevan la paradoja al infinito. En su caso, el problema no es que tengan las medidas perfectas, sino que carecen de imperfecciones. Compararse con mujeres creadas a partir de algoritmos, unos y ceros suena a futuro distópico. Aunque, en realidad, es la pescadilla que se muerde la cola. Toda una generación de modelos de Instagram persigue exactamente lo mismo: esa perfección tan fascinante como artificial que tiene tanto de buenos genes y estudiados estilismos como de filtros desarrollados por el software más sofisticado del mercado. En Instagram, la realidad se ha convertido en un concepto abstracto, tanto para las influencers clásicas (por extraño que resulte leer esas dos palabras una detrás de otra) como para las virtuales. A partir de aquí, la selección natural hará su trabajo...

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