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Maestros: el trauma de volver a las alulas tras un tiroteo

La sinrazón de la violencia armada en Estados Unidos tiene su peor pesadilla en las matanzas de los institutos. Cuando el asesino –un estudiante– llega, sus maestros son los que tratan de detenerle, quienes organizan el caos, contienen hemorragias u ofrecen consuelo. En su impotencia, hacen lo que pueden, pero muy pocas veces hablan, como aquí, de su propio sufrimiento.

En Parkland (Florida), tras la matanza en febrero de 17 alumnos en el instituto Marjory Stoneman Douglas. El asesino fue un exestudiante de 19 años. / D.R.

J. INTERLANDI

El pasado 23 de enero, un alumno de segundo de Bachillerato de 15 años llamado Gabe Parker llegó a un instituto del condado de Marshall, al oeste de Kentucky, con una pistola Ruger de nueve milímetros que le había cogido a su padrastro. Abrió fuego contra los más de 600 estudiantes que estaban en el patio, dejó caer el arma cerca del salón de actos y se esfumó entre el caos.

Los profesores tuvieron que prestar los primeros auxilios. Antes de que llegaran la policía y las ambulancias, tomaron decisiones entre sollozos, vómitos y adolescentes que se desangraban. Los llevaron a las aulas más seguras, cerraron las puertas y vigilaron a través de las ventanas en una tensa y desgarradora espera. Los maestros llevaron a los heridos a los hospitales y también se arrodillaron en el suelo junto a los que estaban demasiado conmocionados como para moverse, tratando de contener las hemorragias y ofreciendo consuelo y algo de serenidad.

Para la profesora de Historia Erin Mathis, esos minutos pesaron como horas. Ella no estaba en el patio durante el tiroteo, pero corrió hacia el lugar de donde venía el sonido de las balas. El jefe de mantenimiento Trent Lovett llamó a su propia hija, alumna de primer curso, para asegurarse de que estaba a salvo. No tenían ni idea de dónde se encontraba el tirador ni de si iba a volver o no. La policía y las ambulancias estaban en camino, su hija estaba a salvo y los estudiantes que no estaban heridos habían huido o se habían escondido junto a otros docentes. Así que Lovett hizo lo único que se le ocurrió en ese momento: agarró un bate de béisbol y se fue a la caza del adolescente armado.

¿Víctima o asesino?

El asesino había entrado en el gimnasio, donde Rob McDonald, el profesor de Educación Física y entrenador de béisbol, vigilaba a unos 75 alumnos aterrorizados. Dos de ellos habían recibido algún disparo. Otros dos se acercaron a McDonald y, entre susurros, le informaron de que el tirador se hallaba entre ellos. Al maestro le parecía increíble que un muchacho se pusiera a pegar tiros en el instituto y luego se escondiera con sus propias víctimas. Aún seguía albergando dudas cuando los agentes de policía llegaron al gimnasio y encañonaron al chico. Finalmente, oyó cómo esos policías le preguntaban a Parker por el arma y vio que el alumno les respondía sereno, sin negar nada.

Lovett regresó al patio e hizo balance. El suelo estaba cubierto de sangre, húmedo por un sinfín de bebidas derramadas y lleno de mochilas. Docenas de teléfonos móviles sonaban sin cesar.

En marzo, la explanada ante el Capitolio de Washington apareció cubierta con 7.000 pares de zapatos que simbolizaban a los niños muertos por armas de fuego. / D.R.

Para entonces, los médicos estaban empezando a llegar y una suerte de burocracia desquiciada emergía alrededor del caos. En total, 16 alumnos habían recibido disparos, de los cuales dos acabaron falleciendo.

A pesar del miedo atroz que infunden, los tiroteos en centros escolares son impensables en Europa y estadísticamente bastante raros, incluso en Estados Unidos. Menos del 1% de todos los tiroteos letales que afectan a niños de entre cinco y 18 años en este país tienen lugar en la escuela. Han pasado ya dos décadas desde que Eric Harris y Dylan Klebold estrenaron la era de los tiroteos modernos, tras su masacre en el instituto de Columbine, en Littleton, Colorado (que Michael Moore relató en su documental Bowling for Columbine y Gus Van Sant llevó al cine en Elephant).

Según James Alan Fox, un criminólogo de la Universidad del Nordeste, solo 10 de las 135.000 escuelas estatales han sufrido una tragedia similar (un tiroteo con cuatro o más víctimas y, al menos, dos muertes) desde entonces. Pero esos 10 tiroteos han ejercido un efecto enorme en el inconsciente colectivo y no es difícil entender por qué: nos queda el fantasma de que esos niños hayan sido asesinados a tiros en su propio colegio. Un solo caso así bastaría para aterrorizarnos y enfurecernos. Y en 2018, en el sistema escolar americano ha habido tres.

Los docentes están en el ojo del huracán de ese horror recurrente. Son víctimas y, al mismo tiempo, enfermeros improvisados, a menudo con estrechos vínculos tanto con el asesino como con los asesinados. Pero también son funcionarios públicos anónimos acostumbrados a anteponer las necesidades de sus alumnos a las suyas propias. Lo cual da como resultado una imagen incompleta de su sufrimiento.

La necesidad de proteger a sus alumnos es una cuestión primitiva. Los más traumatizados son los que se quedaron quietos."

Robert Pynoos, psiquiatra

"El trastorno de estrés postraumático de los maestros puede ser tan grave como el que vemos en los soldados –afirma Robert Pynoos, psiquiatra y codirector del Centro Nacional para el Estrés Postraumático Infantil–. Pero, a diferencia de los soldados, ninguno se alistó para esto ni ha sido entrenado para afrontar lo que están sufriendo.

Se sabe también que los profesores que en el momento en sí se vieron menos capacitados para proteger a sus alumnos son los que tienden a estar más traumatizados. " Para un maestro, la necesidad de proteger a esos estudiantes es una cuestión primitiva", afirma Pynoos. Sabemos que, entre los síntomas pueden aparecer serios trastornos del sueño, un temperamento irritable y problemas para regular las emociones. Pero no sabemos mucho más. Los investigadores han calculado los índices de estrés postraumático para otro tipo de experiencias y estiman que puede afectar hasta a un 20% de los soldados de combate y a un 40% de quienes han sobrevivido a una violación. Sin embargo, no hay estadísticas análogas para los educadores que han sobrevivido a un tiroteo en su escuela.

"¿Volveré a ser yo mismo?"

Los maestros hacen lo que pueden para llenar por su cuenta y riesgo los espacios en blanco. Paula Reed, una profesora de inglés que le dio clase a Dylan Klebold –uno de los asesinos del instituto de Columbine– se jubiló la pasada primavera, y confiesa que ella y sus colegas contactan, por iniciativa propia, con las escuelas después de cada incidente: " Desde Columbine llamamos para ofrecer apoyo y las preguntas son siempre las mismas: "¿Cuánto falta para que me empiece a sentir mejor?"; " ¿Seré capaz de volver a impartir clases?"; "¿Cuándo volveré a ser quien era?”.

Reed trata de decirle a los docentes las cosas que habría necesitado que alguien le dijera hace 20 años, empezando por el hecho de que se tardan años, y no semanas, en recuperarse. " Te sorprendería saber cuánta gente no lo entiende –asegura–. Seis semanas después de la matanza en Sandy Hook, había padres y familiares que se preguntaban ya por qué los profesores no estaban más repuestos".

Dos estudiantes se consuelan en la vigilia por los 17 muertos en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas de Florida, en febrero de este año. / D.R.

Durante años, esta maestra jubilada mantuvo conversaciones sobre este asunto con otros afectados a través de una red informal. Cuando un tiroteo acaparaba los titulares, muchos se ponían directamente en contacto con la escuela, o bien había profesores que acudían a ellos a título personal buscando una nueva perspectiva y un poco de orientación. Este año, Reed ha creado una página privada de Facebook para sus colegas de la enseñanza que han pasado por lo mismo. Hasta la fecha cuenta con 62 miembros. "Este ha sido mi último año –aclara Reed–. Y se ha visto empañado tristemente por un buen número de tiroteos en centros escolares". Cuatro semanas después de la matanza en el condado de Marshall, un antiguo estudiante de la escuela secundaria Marjorie Stoneman Douglas, en Parkland (Florida), mató a tres profesores y 14 alumnos y dejó heridos de gravedad a otros 17. Tres meses más tarde, en Santa Fe (Texas), otro tirador adolescente acabó con la vida de ocho estudiantes y dos maestros, además de herir a otros 13.

El asesino era abierto. Tenía amigos. Estaba sacando buenas notas. Y no se sabía que fuera víctima de acoso. ¿Por qué lo hizo?"

Tras estos acontecimientos, se han ofrecido una letanía de soluciones a lo que en Estados Unidos ya viene llamándose "el problema de los tiroteos escolares". Entre otras cosas, se aconseja a las escuelas que enseñen a los alumnos a practicar torniquetes; que aumenten los ejercicios de tiro al blanco, pero también que eliminen los ejercicios de tiro al blanco; que prohíban las mochilas y que hagan las mochilas a prueba de balas; que enseñen a los maestros a inculcar compasión... No, no, olvídate de la compasión: enséñales a usar un arma. No, no, olvídate de la compasión y las armas, y enséñales a identificar a un psicópata en ciernes antes de que se convierta en un asesino. Para los profesores, cada propuesta supone un cuestionamiento de sus expectativas y sus incertidumbres. ¿Deberían estar preparados para recibir un tiro solo por su cargo? ¿Deberían estar preparados para disparar a un estudiante con el objetivo de proteger al resto? ¿Forma parte de su trabajo prevenir estas cosas para que no sucedan?

El curso fue prácticamente suspendido después del tiroteo en el condado de Marshall, pero los profesores aún tenían clases que dar. Jenny Darnall y Kelly Weaver, de Lengua y de Historia respectivamente, querían asegurarse de que sus alumnos hacían un balance correcto de las reacciones positivas que había suscitado la tragedia. "Mirad las pancartas, mirad las cartas y las tarjetas que llegan de todo el país –les dijeron–. Fijaos en todas esas mantas, los peluches, esa comida que la gente ha aportado. Reparad en la fraternidad que hay en ello. Y recordad: cuando llegue el momento, vosotros haréis lo mismo por los demás".

Matar el miedo

Cory Westerfield, un profesor de Álgebra y Alemán, además de entrenador de atletismo femenino, se mostró inflexible con el hecho de que sus estudiantes no vivieran con miedo para siempre. Cuando el pistoletazo de salida provocó que una de sus atletas entrase en pánico, justo cuando se disponía a realizar el triple salto, él la convenció de que debía hacerlo, con suavidad pero también con firmeza. "Vas a ir hasta allí despacio, muy despacio –le dijo, señalando el otro lado de la pista–. Y luego vas a volver hasta aquí caminando muy, muy despacio". Vivir con miedo no es vivir, le dijo.

Sin embargo, los profesores son más implacables consigo mismos. También ellos han sufrido bloqueos: en lugares concurridos, en aeropuertos, cuando se han visto separados momentáneamente de sus hijos. A veces, se han reprochado a sí mismos estas reacciones, conscientes de que otros a su alrededor han pasado por cosas mucho peores. Westerfield no podía olvidar que Mathis había tenido las manos literalmente manchadas de sangre y se avergonzaba de sus propias lágrimas.

Tienes miedo de sacar tu trauma porque podrías desencadenar el de otro. Y no quieres parecer débil o inestable."

Abbey Clements, profesora

Lo que más le perturbaba a Westerfield era que ninguno de ellos lo hubiera visto venir. Después de dos décadas dedicado a la enseñanza, se consideraba un hábil lector del estado de ánimo de los adolescentes. Le gustaba pensar que era capaz de darse cuenta de si un alumno suyo andaba preocupado solo por la forma en que entraba al aula. Pero en ese chico –el tirador– no había detectado absolutamente nada. Tuvo a Parker en su clase durante dos años seguidos. Era un chico que podía mantener una conversación adulta. Tenía amigos. Estaba sacando buenas notas. Y, hasta donde se sabía, no era víctima de ningún tipo de acoso escolar. [ El juicio de Parker está aún pendiente de fecha y, ante la ausencia de una declaración por parte de su abogado, el juez del caso ha decidido aceptar por defecto una declaración de no culpabilidad]. Si un muchacho así puede volverse de pronto un asesino, significa que en teoría cualquiera de sus estudiantes podría ser capaz de hacer cualquier cosa. Entonces, ¿en quién podemos confiar (¿cómo podemos confiar?) después de algo así? Y si la respuesta es que no se puede, ¿qué sucede?

En mayo, los carteles de " El condado de Marshall es fuerte" seguían por todas partes: tambaleándose en los balcones de las casas, colgados de las puertas junto a las coronas de flores, bien visibles en las lunetas traseras de los coches.

Un fin de semana de julio, Cathey condujo desde Kentucky hasta Colorado para conocer a Paula Reed en persona. Ambas habían contactado vía Facebook y se habían estado enviando mensajes de texto y correos electrónicos durante semanas. Aunque ese viaje les pareció una locura a los que lo miraban desde fuera, para Reed tenía pleno sentido. Cruzar el país en coche con un niño pequeño detrás era una estupenda manera de procurarle una distracción a una mente traumatizada. Mientras desayunaban en una cafetería, las dos mujeres revisaron el mapa de su realidad compartida. El terreno que pisaban le resultaba tremendamente familiar a Reed, pero para Cathey era dolorosamente nuevo. Se fueron turnando a la hora de señalar distintos puntos de referencia y una serie de coyunturas (el último funeral, el primer tiroteo en una escuela después del tuyo), sin dejar de asentir con enfático alivio. "Sí, eso también nos pasó a nosotros". "Sí, nosotros tuvimos exactamente el mismo problema".

Cartografía imposible

Vivido desde dentro, un tiroteo masivo puede antojarse imposible de cartografiar. Sin embargo, Melissa Brymer, del Centro Nacional para el Estrés Traumático Infantil, sostiene que hay una serie de características comunes en todos. " Después de un tiroteo, todo el mundo habla de la necesidad de dar con el siguiente tirador para que esto no vuelva a ocurrir –explica–. Pero ese no es el foco que la escuela debe poner sobre sí misma. Todos los días se producen suicidios, accidentes de tráfico, sobredosis". Para una escuela que ya está traumatizada, dice, esta pauta de seguimiento puede ser increíblemente devastadora.

Brymer aconseja a las escuelas que lleven a cabo exámenes de salud mental antes de que se produzcan los aniversarios de una matanza, para dar con aquellas personas que más están sufriendo. Un profesor que hubiera huido del centro, presa del pánico, dejando atrás a sus estudiantes, podría sentirse corroído por la culpa. Otro que se hubiera comportado de forma heroica, tal vez albergase a la postre un resentimiento por no haber recibido suficiente reconocimiento. Cada uno necesitará consejo y apoyo para restablecerse por completo, pero nada es igual.

Abbey Clements confiesa que, después del tiroteo, llevaba a toda su clase al baño a la vez para no perder de vista a nadie. Pero, a la vez que estrechaba su relación con los estudiantes, cuenta también que con sus compañeros las distancias se iban agrandando. "Te da miedo sacar el tema de tu trauma, porque podrías desencadenar el de otra persona. También tienes miedo de parecer débil o inestable".

Por ese motivo, muchos docentes entierran su miedo, su ira o su culpa, hasta que todo ello se convierte en algo completamente distinto. La cuestión de dónde erigir un monumento, o cuándo derribarlo, puede generar feroces divisiones.

Una profesora de Utah aprendiendo a disparar, como parte de un programa de autodefensa para docentes. / D.R.

El trabajo en sí también cambia. Reed se pasó el resto de su carrera arrastrando una vaga desconfianza hacia sus estudiantes. " Los sigues queriendo, pero ya nunca vuelves a estar segura de que cualquiera de ellos no te vaya a matar", asegura. Hasta los profesores con más vocación pueden llegar a pensar en dedicarse a otra cosa. "Si asaltasen tu banco mientras tú estabas dentro, no volverías a ir a ese banco –sentencia Clements-. Pero, en este caso, tienes que volver al mismo sitio todos los días". Y marcharse no es tan fácil como parece. Pedir un cambio de destino puede acarrear una pérdida de los años de antigüedad ganados con tanto esfuerzo, además de una merma en el salario. Y alejarse de la gente junto a la que sobreviviste a un tiroteo puede llegar a ser un motivo de vergüenza.

Desde el tiroteo de Parkland, al menos 14 estados han implantado medidas que vendrían a autorizar que los profesores puedan portar armas de fuego en el trabajo. La idea en sí no es nueva, pero los docentes vienen en gran medida resistiéndose a esta llamada a las armas, señalando que alteraría la dinámica profesor-alumno de forma irrevocable. "Mi trabajo es educar y estimular a los alumnos –objeta Mathis–. ¿Cómo se supone que voy a hacerlo si estoy preparada para disparar contra cualquiera de ellos?".

Matthew Mayer, profesor de Psicología de la Educación en la Escuela Superior de Magisterio en Rutger, comenta que, entre los expertos, no hay disputa alguna con respecto a cuáles son las mejores soluciones para aplacar el problema de los tiroteos en las escuelas: un control de armas esencial, más y mejores servicios de salud mental y un sólido programa nacional de evaluación de riesgos y amenazas. También es necesario ayudar a los educadores a crear una atmósfera en la que los estudiantes a los que se les invita a hablar sobre una posible amenaza se sientan cómodos compartiendo información con los adultos. (Muchos de estos asesinos adolescentes, Gabe Parker del condado de Marshall entre ellos, han contado a otro algún tipo de insinuación acerca de sus planes, cuando no se los han revelado directamente. Conseguir que esos otros alumnos informen a los profesores es una de las mejores herramientas a la hora de prevenir un tiroteo).

Después sigues queriendo a tus estudiantes, pero nunca estás segura de que alguno no te vaya a matar."

Paula Reed, profesora en Columbine

El distrito escolar del condado de Marshall prohibió las mochilas, instaló detectores de metales en la escuela secundaria y contrató a cuatro "oficiales de recursos adicionales" (léase, ayudantes armados del sheriff). Pero el superintendente Lovett, responsable de la administración del centro, está de acuerdo en que hace falta mucho más. "Nos hemos convertido en un blanco bastante difícil –señala–. Pero, sinceramente, ¿puedo yo desde esta silla garantizar que esto no vuelva o ocurrir? No, no puedo".

A medida que terminaba el verano y el nuevo curso escolar se acercaba, algunos docentes sentían un desgarro interior. Mathis se percató de que, a pesar de no tener miedo a volver al trabajo, sí temía enviar a sus hijos de 6 y 10 años de edad al colegio. Sabía que era seguro y que ellos estarían bien. "Ya sé que no va a pasar nada", les decía a sus compañeros. Pero no era capaz de espantar el pensamiento inmediatamente posterior: también creía que aquí nunca pasaría nada.

Antes del tiroteo, Westerfield siempre decía que, si algo así tenía lugar, él pediría el traslado o se prejubilaría. "Yo no me muero por trabajar", bromeaba. Pero ahora sentía como un deber sagrado regresar al centro. ¿Cómo iba a entender su sustituto lo que habían pasado sus alumnos? ¿Y cómo iba a entender cualquier otro instituto por lo que había pasado él? Sin embargo, y al mismo tiempo, estaba cansado ya de tanto dolor.

Quedarse

Para el superintendente Lovett, que se graduó en la escuela donde ahora trabaja hace unos 35 años, todo se reduce al hecho de que los tiempos han cambiado. Por aquel entonces, no había tantos chavales que llevasen un rifle de caza en el maletero de su camioneta y a nadie se le ocurría llevar un arma al instituto. En cualquier caso, pensaba, el destino de los educadores es ser un elemento estable tanto para los estudiantes como para la comunidad en general.

De aquí a cuatro años, todos los adolescentes que sobrevivieron al tiroteo habrán dejado la escuela. Sin embargo, en su mayor parte, el profesorado y el resto de la plantilla se mantendrán en su sitio. Ayudaron a sus estudiantes durante el ataque, pero también a afrontar las lacerantes secuelas. Y allí seguirán este otoño para guiarlos durante todo el año escolar. "Con el tiempo, los estudiantes siguen adelante -dice Lovett-. Pero lo cierto es que los profesores no".

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