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¿Hasta dónde conozco a mi padre?

La infancia y la adolescencia están marcadas por la idealización de la figura paterna. No es hasta la madurez cuando logramos ver el hombre que realmente es. Un proceso imposible si él mismo no reconoce sus límites.

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Isabel Menéndez
ISABEL MENÉNDEZ

El niño interioriza al padre como alguien que lo protege y que lo educa, que está más cerca y presente, o más lejos y ausente. Lo idealiza en la infancia para más tarde, en la adolescencia, enfrentarse un poco a él. En la juventud, lo va colocando poco a poco en un lugar más cercano, lo convierte en alguien con el que puede identificarse.

¿Pero hasta dónde conoce un hijo a su padre? Tengamos en cuenta que no solo es su progenitor, también es un hombre que ocupa otros lugares. El primero y más importante, el de marido de su madre. Fue la persona que lo separó de ella porque en la etapa edípica, entre los tres y los cinco años, le transmitió una ley universal que estructura el psiquismo humano y que, inconscientemente, viene a decirle al niño: “Tienes que ser como yo, pero no puedes tener todo lo que yo tengo”.

El grado de conocimiento depende del relato que él haga de sí mismo.

Lo que el hijo no puede tener solo para él es a la madre. Con la prohibición edípica, queda separado de ella y puede organizar una subjetividad propia sin confundirse con ella, acercándose a identificarse con el padre. En el caso de la niña, este proceso es diferente: en principio se tiene que separar de la madre y el padre pasa a ser su elegido, pero luego también se tiene que separar de él, ya que tampoco puede ser solo para ella.

Los deseos e identificaciones respecto a la madre primero y al padre después (en ambos sexos) promueven una organización subjetiva única que se realiza en la primera infancia y marca la identidad sexual. Ahora bien, ese padre que se muestra más o menos cercano y que es la pareja de su madre, también es un hombre en la sociedad, con un trabajo y una vida.

El grado de conocimiento del padre depende del relato que este haga al hijo de su vida. Si no teme la cercanía afectiva, tiene asumida su historia y se siente bien consigo mismo aceptando sus fallos, favorecerá que su hijo no tengan que engañarse acerca de quién y cómo es. En caso contrario, si no ha podido elaborar sus conflictos, intentará mantener distancias y entonces el hijo puede seguir engañándose y mantenerlo idealizado para tapar sus carencias. La intervención de la madre también es importante: puede favorecer que el padre tenga espacio para estar con el hijo o tapar sus carencias, cubriendo ella demasiados frentes.

Evitar errores:

  • No es conveniente que el padre oculte a los hijos partes de la historia de su vida. No debe esconder sus dificultades ni creer que si las nombra perjudica a sus hijos. Al contrario, les muestra cómo resolver conflictos.

  • Si el padre no se ha dado a conocer porque sus conflictos le han impedido acercarse, los hijos tendrán que reconocerle cuando sean adultos.

  • La verdad de cómo son los padres deja a los hijos libres de ataduras infantiles.

Asumir la paternidad

Daniela, que acaba de cumplir 14 años, está en plena guerra con su madre. Los estudios, las salidas, los horarios, la ropa... todo sirve para discutir con ella. Apenas le puede decir nada, porque las chispas saltan enseguida entre ambas. Su padre casi nunca interviene y, cuando lo hace, siempre al final de la pelea, es para disculpar a su hija con el argumento de que son cosas de la edad.

Esas ocasiones son las únicas en las que Daniela siente a su padre un poco cerca. Por lo demás, es un hombre silencioso que adopta una posición un tanto ausente en la educación de sus hijos. Lo que Daniela no sabe es que su padre, atormentado por una infancia algo traumática, ha dejado en manos de su mujer la tarea de educarlos.

La dificultad que tiene para poner límites a sus hijos y ejercer la paternidad, no puede ser reconocida por su hija, que sigue idealizándolo al creer que su padre la comprende mejor que su madre. Sin embargo, Daniela está equivocada. Conoce poco a su padre, pues este esconde sus incapacidades delegando su función en su mujer y favoreciendo, por tanto, que esta se convierta en el centro de las criticas de su hija. De esta manera, la madre tiene siempre la culpa de todo, también de lo que él no hace.

Además, el hecho de que el padre no ha conseguido poner límites a su hija y separarla adecuadamente de la madre favorece estas peleas madre-hija. Su lejanía hace que la chica le mantenga idealizado, ya que se niega a ver sus incapacidades. Culpar a la madre de lo que el padre no hace es una forma de salvarle.

¿Qué podemos hacer?:

  • Los adolescentes esperan saber cosas sobre la vida de su padre, porque eso les hace sentirse más cercanos a él. Quieren un padre protector que les ponga límites y también una complicidad que les permita tener confianza con él.

  • El padre tiene que rescatar tiempo para hablar con sus hijos, conocerlos y darse a conocer. Si les pone ejemplos de cómo hacia él las cosas, se dará a conocer además de mostrarles salidas para enfrentar los problemas.

¿Hasta qué punto conoce Daniela a su padre? ¿Lo mantiene en un lugar que guarda más relación con su deseo infantil que con las características personales de su progenitor? Más allá de cómo sea realmente el padre, el hijo tiende a acoplarlo a sus deseos. Acabar queriéndolo como realmente es lleva tiempo. Se consigue cuando llega la juventud y la maduración psíquica conduce a aceptar a nuestros padres tal como son.

Tras la idealización infantil, decepciona descubrir que, además de ser padre, es un hombre que puede tener conflictos y dificultades en su vida. Esa decepción coloca muchas cosas en su sitio: el hijo aceptará los límites que le impongan porque comprenderá que todos los tenemos. Conocer al padre es una tarea que se construye entre lo que él dice de sí mismo y lo que el hijo o hija organizan con lo que él les contó.

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