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Mujeres drusas a los fogones

Las hermanas Shirin Faraj y Ahlam Seif, pertenecientes a esta minoría religiosa, han montado un restaurante de platos tradicionales acompañados de panes caseros en Oriente Medio.

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Miriam Blanco
MIRIAM BLANCO

Debido al reciente reconocimiento de la soberanía de Israel sobre los Altos del Golán por parte del presidente Trump, la comunidad drusa, legendarios residentes de la zona de origen sirio, vuelven a suscitar atención de la comunidad internacional, generando interrogantes sobre ellos no sólo al hilo de esta noticia, sino sobre el milagro de su coexistencia pacífica en el único Estado Judío del mundo.

Quien sepa algo sobre la comunidad drusa, sabrá que se trata de una minoría religiosa presente fundamentalmente en Líbano, Siria e Israel, y que es una escisión del Islam pero con unas cuantas influencias filosóficas neoplatónicas y gnósticas.

¿Qué sabemos de la sociedad drusa?

Sabrá además que su doctrina es un enigma, y no sólo por el significado en sí del párrafo precedente, sino porque de hecho uno de sus mandamientos consiste en mantener en secreto sus dogmas, e incluso negarlos de cara a la galería si con eso evitan persecuciones y represalias, por lo que nunca podremos saber con certeza en lo que creen y en lo que no.

Lo que sí sabemos es que la sociedad drusa es una sociedad patriarcal con dobles estándares de libertad para hombres y mujeres. Se presupone de ellas que han de ser discretas, modestas, participar lo justo de la esfera pública y no relacionarse con hombres de fuera de la familia si no es estrictamente necesario, y en cuanto a indumentaria, vestir de negro de cuello para abajo y lucir naqab -pañuelo blanco- en la cabeza. Un look que esta minoría considera algo así como un fashion respetable.

Un sueño hecho realidad

Pues en medio de una comunidad así, al norte de Israel, donde se cuentan aproximadamente unos 140 000 drusos, una pareja de hermanas decide cumplir el sueño de su vida y montar un restaurante. Un establecimiento que sólo es viable de puertas para afuera y en el que cierta dimensión pública es indispensable para que funcione el negocio.

Las hermanas Shirin Faraj y Ahlam Seif sirven sus menús caseros con el plus de exotismo de lo supuestamente prohibido. De acuerdo con las declaraciones de Shirin para el periódico israelí Haaretz “Estábamos preocupadas porque siendo observantes, tendríamos un problema con nuestra sociedad, especialmente con la gente religiosa. Nos preocupaba que las personas, especialmente los hombres, no viniesen a un lugar que pertenece a dos mujeres”. Y también les inquietaban cuestiones de índole práctica como el hecho de, como drusas devotas, no poseer carnet de conducir, -algo necesario en hostelería-, pero que afortunadamente con el apoyo del padre de ambas como conductor, fue otro de los obstáculos del que salieron airosas.

Su proyecto de hostelería

En este atípico lugar de la pequeña aldea de Yanuh, sirven unas delicias en platos de esmalte blanco que provocan regocijo entre sus comensales. Religiosos o no, parece que todos los vecinos del pueblo las han apoyado y por el momento no tienen queja. Los hay que almuerzan estos manjares drusos sentados en este comedor sencillo, exento de florituras, donde lo importante es el sabor de las cosas, y los hay que prefieren recoger las viandas recién cocinadas y consumirlas en modo take away.

Y de este modo, lo que parecía una utopía se ha convertido en realidad en forma de platos tradicionales acompañados de panes caseros. Otros protagonistas a la mesa: manakish recién horneado –una especie de mini pizzas muy comunes en todo Oriente-, aceitunas sirias, queso local, ensaladas aderezadas con hojas de menta, y en general sabores locales y elaboraciones de la tradición culinaria turco-siria. Sin duda un destino atípico para aquellos que quieran explorar la gastronomía y otro de los rostros, quizá menos populares, de Oriente Medio.

Pero no toda la miga del asunto se cocina en el horno de Lahm Wa’ajin Baladi, que es el nombre que recibe este inimaginable rincón del planeta. Ejemplo de sororidad, las dos hermanas compran el tradicional pan pita, típico de todo Oriente Medio, a otras mujeresdel pueblo que no pueden trabajar fuera de casa, y de este modo las ayudan económicamente.

Habrá quien opine que la lucha por la igualdad en una comunidad de facto no igualitaria es un ni fu ni fa que no podemos entender como lucha feminista. Y puede de hecho que este humilde mesón sea un lugar de encuentro equidistante entre lo que sería una sociedad religiosa tradicional y una soñada sociedad confesional equitativa y perfecta. Pero este hito no genera interrogantes en esta parte del mundo donde abundan las mezclas culturales, étnicas y religiosas. Esas medias tintas tan ambiguas como pintorescas son las que forjan la idiosincrasia de este lugar. Y es que al margen de cómo se llame el país del que hablamos, y opinemos lo que opinemos al respecto, esta tierra es Tierra Santa.

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