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"Salir a flote", por Pina Graus

Entra Martina y se derrumba en el sofá murmurando: "Mi vida es un conjunto vacío. ¿Soy yo o se está quemando algo?". Abro la puerta del horno. Mientras raspamos lo que era un bizcocho, se lamenta...

Una ilustración de Maite Niebla. / maite niebla

Pina Graus
PINA GRAUS

Entra Martina y se derrumba en el sofá murmurando: "Mi vida es un conjunto vacío. ¿Soy yo o se está quemando algo?". Abro la puerta del horno. Mientras raspamos lo que era un bizcocho, se lamenta: "Nunca debí alquilar ese adosado. Echo de menos mi pueblo, estos plum cakes chamuscados, el mugir de las vacas... Me fui sí, pero pensaba volver... ¡Mi casa! ¡Mi casa!", repite con voz extraterrestre.

"Nada es para siempre y los adosados son... ¡Son para el invierno!", contesto fingiendo animación. Y continúo en esa línea: "¿Estás amuermada y a cinco bajo cero? Te pasas a casa del vecino". Resopla y me mira: "¿El vecino? El de la derecha no me saluda. Y a la izquierda no hay nadie. Y enfrente tampoco. Un vacío total. ¿Quién inventó los adosados?". "¿Los romanos?", digo al azar, mirando los restos del bizcocho desollado.

De pronto lo lanza a la basura y suelta su frase favorita: "Contra la melancolía, repostería". Media hora después, otro ejemplar se hornea.

Arrebujada en el sofá, pone la alarma en su móvil y señala el horno: "Ayuda, salvo que los prefieras carbonizados. Por cierto, ¿qué estás viendo?". Enciendo el ordenador y contesto: "¡Una serie extraordinaria! Los Durrell. La descubrí en Filmin. He vuelto a Filmin, nunca debí abandonarles". Martina asiente: "Yo no debí abandonar mi casa. Amaba esa casa ruinosa". Señalando la pantalla, le digo: "La que alquilan ellos también lo está".

Mientras fuera diluvia, nos trasladamos a una decadente villa frente al mar en Corfú, donde una viuda inglesa y su prole intentan salir a flote. Por la ruinosa casa deambulan amigos, parientes, burros, vecinos, perros, pretendientes, lagartos y garzas que cambian de color según ingieran gambas o lubina. Y Spiros, un vecino que lleva un auto destartalado.

Tras varios capítulos, decidimos sacar a los canes. Viruta y Rita desaparecen a toda velocidad. Bufalino continúa impasible a nuestro lado. Volvemos cuando el sol se está poniendo. Martina saca el bizcocho y con voz trágica musita: "Está en su punto. Me voy a mi ciudad dormitorio. Vamos, Viruta". Sale arrastrando los pies y su perro con ella.

Al día siguiente, suena el teléfono. Es ella. Entusiasmada, me dice: "¡Me ha llamado María! El nuevo inquilino dice que lleva tres semanas sin dormir. O María se deshace del gallo o tomará medidas. También le ha dicho que se podrían pescar truchas en el salón; o arregla las goteras o tomará medidas. Ella, le ha dicho que es inútil pretender que el gallo deje de cantar y que lo de ayer fueron cuatro gotas. El hombre se ha indignado y le ha mandado un burofax; y ella le ha mandado a freír puñetas. Vuelvo a mi casa. ¡Quejarse del gallo! Me encanta que cante". La interrumpo: "¿No decías que ibas a ponerle un antifaz?". Ríe: "¿Sí? Habría trasnochado. Lo que habrá que poner son las tejas que se llevó el viento. Te veo luego. ¿Cenamos con los Durrell? ¡Suspiro por Spiro!".

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