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"Tu madre, esa mujer desconocida", por Isabel Menéndez

La vemos a través de un filtro, el de la mirada de la hija que aspira a que sea como ella desea. Desde la idealización o la rabia, tendemos a negar o exagerar sus defectos. ¿Realmente la conocemos?

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Isabel Menéndez
ISABEL MENÉNDEZ

La madre es un pilar fundamental en la construcción de nuestra identidad. La relación que mantengamos con ella puede ser más o menos buena, pero resulta casi inevitable sufrir algunos desencuentros.

La forma en que vivimos a nuestra madre va cambiando a lo largo de los años. De niñas, creemos que es un ser omnipotente, capaz de resolverlo todo. Esta imagen guarda relación con la dependencia absoluta que tuvimos de ella en la primera etapa de la vida. Pero la madurez varía esa visión. Entonces podemos llegar a conocerla como persona, más allá de las facultades que le atribuíamos como madre.

Ella reeditó sobre nosotras los conflictos inconscientes que sufrió con su propia madre.

Susana esbozaba una sonrisa al pensar en ella. Le estaba escribiendo una carta de agradecimiento que pensaba incluir en el regalo del Día de la Madre. Le había costado tiempo llevarse bien con ella, pero lo había conseguido. Hasta hace unos años, la veía como una mujer fuerte y sobreprotectora, que siempre le decía cómo tenía que hacer las cosas. Su madre la ponía nerviosa y le producía cierta inseguridad. Suponía que la protegía tanto porque no confiaba en ella, así que al final solían acababar discutiendo. Además, cuando hacía algo en contra de la voluntad de su progenitora, se sentía culpable y nunca conseguía disfrutarlo del todo.

Su madre solía decirle que, cuando tuviera sus propios hijos, la entendería. Y era cierto. Ahora que tenía 39 años y un bebé de dos, Susana la entendía mejor. Pero el cambio no solo se había producido por su propia maternidad, sino porque en una psicoterapia a la que había acudido por sus dificultades para establecer una relación sentimental estable modificó la imagen que tenía de su madre como mujer y la de sí misma para llevar a cabo lo que deseaba en la vida. En este proceso terapéutico, Susana tuvo la posibilidad de analizar que la sobreprotección materna era la máscara que ocultaba una gran fragilidad por parte de su progenitora.

Las claves:

  • Hacer las paces con nuestra madre es hacerlo con nosotras mismas. Mientras la culpemos por sus debilidades o fracasos, es evidente que seguimos insistiendo en que debería ser como a nosotras nos gustaría que fuese y eso nos mantiene atadas a ella.

  • La proyección de estos sentimientos lleva a pensar que es ella la que no nos quiere como somos. Mientras sintamos reproches, nos consideraremos también culpables y la incomodidad entre ambas estará servida.

Una demanda infantil

Al poco de nacer Susana, su madre tuvo una larga enfermedad que le impidió cuidarla, por lo que esos primeros años se crió con su abuela. Después, su madre dejó de trabajar porque no pudo compatibilizar su frágil salud con la maternidad y el trabajo. Su tendencia a proteger demasiado a su hija ocultaba la culpa que sentía por no haberla podido cuidar durante los primeros años y por los conflictos que tuvo por seguir con su trabajo. Todas sus frustraciones, incluida la de la mala relación con su pareja, las tapaba creyéndose indispensable para su hija.

Su padre tampoco le sirvió de apoyo, porque siempre estuvo muy ausente. Así que, solo cuando pudo aceptar la gran fragilidad de su madre, Susana dejó de sentirse tan sometida a ella. Su idea sobre la fortaleza materna no había tenido otro objeto que el de cumplir un deseo infantil, pero la realidad era que su madre había sido una mujer con unos conflictos psicológicos que no le dejaban hacerse cargo de su hija de la manera que habría querido.

Al aceptarla con sus carencias y debilidades, lejos de sentirse mal, Susana se sintió más libre tanto para desligarse de ella, como para quererla como era. No había tenido en cuenta su lado de mujer, que era donde su progenitora se sentía más frustrada. Al separarse internamente de ella sin culpa y resolver algunos conflictos inconscientes, pudo formar una familia y comenzar a vivir la maternidad sin las dificultades que había sufrido su progenitora.

La palabra: el continente negro

  • Freud denominó así al vínculo que unía a la niña con la madre, que se caracteriza por un apego intenso entre las dos. Esta dependencia de la hija hacia la madre convive con una gran hostilidad.

  • La dependencia profunda con la que venimos al mundo hace que nuestra madre quede interiorizada como un ser todopoderoso. La niña se siente como si "fuera una con su madre", un cuerpo para dos. Aprender a discriminarse es la aventura de la identidad femenina.

Es habitual que las hijas viertan quejas sobre sus madres y también que después se sientan culpables, a la vez que aliviadas por expresar los sentimientos que las oprimen. Hay algo que duele cuando no hemos conseguido hacer las paces. ¿Sucede porque le pedimos más de lo que nos puede dar? Habría que pensarlo.

Siempre seremos las herederas del amor que nuestra madre nos prodigó, pero también las protagonistas de la lucha por transformar aquello en lo que tuvo dificultades. Ella, como todas las mujeres, reeditó sobre nosotras los conflictos inconscientes que sufrió a la vez con su propia madre. Esta es la razón de que, cuando tenemos hijos, nuestra mirada hacia ella se vuelva más comprensiva o, por el contrario, más crítica.

Las primeras vivencias de satisfacción y de dolor, que dejan una huella muy profunda, las tuvimos con ella. Al principio de la vida la creíamos disponible en todo momento. La demanda infantil es muy fuerte, pero poco a poco la niña descubre que su madre también es una mujer, por lo que tiene deseos diferentes al de cuidarla. Esto le da rabia, porque le lleva a darse cuenta que ella no lo es todo para su madre, con lo que también atenta contra la ilusión de omnipotencia infantil, que es la contrapartida imaginaria de la total dependencia con la que nacemos. Su madre, en alguna medida, la decepciona porque no la ve como un ser autosuficiente, pues tiene otras necesidades, y este descubrimiento también la limita a ella como ser que completa y complace del todo a la madre.

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