Mis gatas, que son, como todas, unas adictas a la atención y que no olvidan nunca su condición cuasi divina, han sufrido un berrinche de proporciones felino-épicas cuando han sabido que el último logro del doctor Barbacid se debe a la investigación sobre unos ratones. Barbacid, un referente mundial en investigación oncológica, ha anunciado que él y su equipo, de mayoría femenina, han curado el adenocarcinoma ductal de páncreas: el horrible cáncer de páncreas, que causa una altísima mortalidad.
Pero para lograr esa conquista han contado con unos ayudantes diminutos, en los que han replicado las condiciones de un cuerpo humano afectado por esa dolencia: ratones, ratoncitos blancos y negros, modificados genéticamente y concebidos in vitro, para que la gran ventaja que ofrecen (se reproducen y crecen muy rápidamente) sea aún mayor. Esos ratoncitos fueron mimados y criados en jaulas con condiciones óptimas de luz y de temperatura, para convertirse en pacientes de lujo. Seis de ellos, que tras el experimento seguían libres del cáncer, han despertado la esperanza: el cáncer de páncreas puede vencerse, y ahora falta elaborar la medicación que repita en humanos los logros obtenidos en los seis Mus musculus.
El oncólogo Mariano Barbacid, con su equipo del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), ha eliminado el cáncer de páncreas en ratones, algo que podría traducirse en una cura para humanos en 10 años.
Yo creo que Lady Macbeth, también blanca y negra, piensa que si ella hubiera estado allí habrían durado muy poco los seis ratoncitos y la gloria se la habría llevado ella: pero tengo mis dudas. Esta gata vendría a buscarme a mí para que acabara con los ratones, para no mancharse las zarpitas. Por otro lado, dudo que ni el ratón más contemplado, cuidado y observado viva mejor que cualquiera de mis tres princesas.
Los seres humanos seguimos admirando esos gestos lánguidos de los felinos, esos estiramientos que no conducen a nada sino a la pereza. Por eso les he sugerido que, si desean ser de utilidad a la medicina, se apunten a los programas que permiten a ancianos y a enfermos de Alzheimer y de otras dolencias disfrutar de los beneficios de acariciar y de jugar con un animal peludo y suave. Pero me temo que ellas quieren la gloria sin el esfuerzo, y así no vamos a ninguna parte.
Debemos mucho a los científicos, y conviene insistir en ello en un momento terraplanista en el que se cuestionan temas tan obvios como las vacunas o la medicación preventiva. Y ellos, a su vez, deben muchísimo a esos animalitos de laboratorio que han permitido que la vida avance y la enfermedad retroceda. Nos recuerdan que, en lo que nos forma, en ese mapa del genoma que nos define, no nos diferenciamos en casi nada, salvo en la forma física, en la capacidad de hablar, en el poder que hemos obtenido.
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