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Lo que sé de Luna, lo que sé de mí, por Caitlin Moran

"Se cumplen dos años desde que acogimos a nuestra perra Luna, algo que solemos celebrar regalándole un pastel de carne y cantando canciones sobre lo maravillosa que es mientras ella nos mira con su expresión habitual de alegría y confusión..."

Caitlin Morán. / MARK HARRISON

Caitlin Moran
CAITLIN MORAN

Se cumplen dos años desde que acogimos a nuestra perra Luna, algo que solemos celebrar regalándole un pastel de carne y cantando canciones sobre lo maravillosa que es mientras ella nos mira con su expresión habitual de alegría y confusión. Si pudiera hablar, el 90 % de sus diálogos serían: "¡Qué pasada! Ehhh ¿pero de qué va esto? Da igual... ¡Hurra!".

Cuando llegó -una bola de pelos del tamaño de un guante- no sabíamos cómo era. Recuerdo que en esos primeros días, cuando lográbamos que hiciera pis en el jardín o saltara sobre un par de calcetines, especulábamos con que iba a ser muy lista. Ya sabéis, el tipo de perra que rescata personas en peligro o sigue rastros, el tipo de perro que salía en las pelis de Disney de los 60. De esos que forman pandilla con otro perro, un ratón y un caballo.

Mientras conjeturábamos sobre su más que probable genialidad, también nos preocupábamos por las secuelas emocionales de que hubiera sido apartada de su madre y hermanos por... bueno, por nosotros. "Será muy lista pero reprimida, como todos esos tíos que fueron a internados -apuntaba yo-. ¡Como Sherlock Holmes!".

hoy, puedo confirmar que mi perra no es un animal inteligente y emocionalmente reprimido. Sus capacidades intelectuales están totalmente desarrolladas y no puedo seguir diciéndole a la gente que "es solo un cachorro" cuando en años humanos debería estar a punto de hacer el bachillerato. Mi hija, que está a punto de hacer el bachillerato, puede sostener largas conversaciones sobre células madre; la perra, tras dos años de duro entrenamiento, se ha quedado estancada en la primera parte del juego de la pelota. Si se la lanzas, sale corriendo, la coge entre sus dientes y -aquí es donde se derrumba todo- se pira tan campante, olvidándose de ti. Y tras 10 minutos de dar vueltas como una cabra mareada, la deja caer entre las ortigas y se te queda mirando como diciendo "¡Cómo mola este juego! ¡Otra vez!".

La parte buena de todo esto es su estabilidad emocional: cualquier trauma que pudiera haberla convertido en un ser frío o distante ha sido completamente enterrado. Si Luna alberga alguna convicción en su oscura y peluda cabecita es que el mundo la necesita. Está admirablemente segura de que lo que todos precisamos para sobrellevar e l día es un pequeño y sonriente perrete enredándose en nuestras piernas todo el tiempo. Y quiero decir todo el tiempo: mientras caminas, duermes o montas en bici. Si un extraterrestre tuviera que ponerle nombre a su especie, probablemente sería "tocapelotas amigable".

La fe ciega de Luna en su propia adorabilidad tiene que ver con los jóvenes, con jóvenes alegres y fotogénicos, para ser más concretos. Si sois una pareja de enamorados o un grupo de hipsters pijos de picnic en el parque, Luna correrá sonriente hacia vosotros y no se irá hasta que os hagáis una foto con ella. En las pocas generaciones de caniches que han existido desde la invención del iPhone, la selección natural ha hecho que sobrevivan los más instagrameables. Las posibilidades de supervivencia de un perro aumentan cada vez que alguien le asigna un #adorable. Y, por supuesto, el deseo innato de los perros de ser amados por las personas lleva directamente a su sed de likes. Ningún perro es feliz con menos de un millón de likes. ¿Qué es una red social sino un montón de gente diciendo "¡Buena chica!" y acariciándote la cabeza?

Amo a mi perra, claro: todo esto de los perros tiene que ver con tener algo a lo que puedas adorar honestamente, ardientemente, sin reservas. Algo que no te avergüence abrazar 400 veces al día. Por eso me resulta satisfactorio todo lo que hace. El ruidito que hace cuando bosteza, lo sorprendida que parece cada vez que se tira un pedo, el olor a barbacoa de su hocico, la forma en que duerme de espaldas, con las patitas abiertas y todo al aire... "¡Mira la pringada! -me digo, mirándola cariñosamente- La cabeza vacía, cero preocupaciones, disfrutando de la vida. Puede que no sea capaz de aprender normas simples, puede que demande atención de forma compulsiva... Pero es la cosita más adorable del mundo".

"¿Te puedo decir algo? -me dijo mi hermana Caz un día, después de que le soltara estas reflexiones en voz alta- Cuando te lanzas a uno de estos monólogos, nunca sé si estás hablando de Luna o de ti misma". Eso me hizo pensar. Le pregunté a mi marido si creía que mi hermana tenía razón. "¿Así que Caz cree que te ves a ti misma en Luna? -preguntó, y ambos nos quedamos mirando a la perra: estaba hecha un ovillo, con la nariz metida entre sus patas traseras y ladrando en sueños. Estaba, literalmente, ladrándole a su propio culo- ¡Todo un cumplido!".

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