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Una mujer de hazañas, por Cristina Morató

La historia de Chus Lago, la alpinista que se convirtió en la tercera mujer (y la primera de nacionalidad española) en coronar el techo del mundo sin oxígeno.

La alpinista Chus Lago. / d.r.

Cristina Morató
CRISTINA MORATÓ

Hay una fotografía que refleja el espíritu indómito de Chus Lago. Fue tomada en 1998, cuando la alpinista gallega afrontaba el mayor desafío de toda su carrera, el ascenso al Everest. Era su segundo intento y la culminación de un sueño de siete años.

En esta foto se la ve ascendiendo lentamente como una trapecista, sin ayuda de cuerda y a más de 7.000 metros de altitud, por la peligrosa arista noreste que conduce a la cima. Un solo paso en falso y la capa de hielo que se encontraba bajo sus pies podría haberse resquebrajado, lanzándola cuesta abajo arrastrada por una avalancha. En aquella ocasión, Chus se quedó a escasos metros de la cumbre pero el Everest se había convertido en una obsesión. Seis meses después, regresaría al mismo lugar y lo conseguiría.

Aquel 26 de mayo de 1999 se convirtió en la tercera mujer (y la primera de nacionalidad española) en coronar el techo del mundo sin oxígeno. Apenas pudo permanecer 20 minutos en la cumbre, los justos para tomarse una foto y contemplar el majestuoso espectáculo a 8.848 metros. Chus Lago, a sus 35 años, había demostrado con su hazaña que una mujer sola, sin necesidad de un ejército de sherpas ni de sofisticados equipos técnicos, podía lograrlo.

Se cumplen ahora 20 años de aquella escalada histórica que la consagró como la única alpinista del mundo que lograba alcanzar la mítica montaña sin oxígeno y vivía para contarlo (hubo otras dos, pero murieron en el intento). Este dato, que haría presumir y sacar pecho a más de un montañista, para Chus solo significa un premio a la constancia y al sacrificio. Desde que tenía 19 años, entrena cinco horas diarias que le permiten soportar largas y penosas ascensiones por encima de los 7.000 metros de altitud, cargando más de 20 kilos a sus espaldas. Los médicos deportivos la califican como la "Induráin" de la escalada. Quizá porque el corazón de Chus late al ritmo de un atleta de élite, pudo permitirse el lujo de hacer cima respirando con sus propios pulmones: "Quería sentir el Everest con los cinco sentidos, sin barreras", afirmó.

Desde ese momento no ha dejado de enfrentarse a nuevos retos. El más extremo fue el que emprendió en 2009, cuando atravesó en solitario la Antártida, una de las regiones más inhóspitas del planeta. Durante 59 días caminó sola, tirando de un trineo de 130 kilos de peso y soportando temperaturas de 50 grados bajo cero. Sobrevivió a las tormentas de nieve, a los vientos huracanados y al infernal e inmenso desierto blanco. Fue la primera persona de nuestro país en alcanzar el Polo Sur en solitario y sin apoyo logístico.

Ahora acaba de completar la última etapa de otra gran aventura, esta vez con el objetivo de alertar sobre el calentamiento global y dar visibilidad a las mujeres en este deporte aún tan machista. Ha organizado la primera expedición polar femenina española y ha recorrido 1.000 kilómetros de hielo en tres años. Desde Laponia hasta el casquete polar de Barnes (en Canadá), pasando por el gran lago Baikal en Siberia; caminando, arrastrando trineos, esquiando y sintiendo la aventura a flor de piel. Mi admiración hacia esta mujer formidable, ejemplo de valor y tesón.

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