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¿Cuándo empieza la libertad?, por Isabel Menéndez

Necesitan las vacaciones como el agua, un tiempo “no productivo” en el que, por fin, haya espacio para el desarrollo emocional y el juego. ¿Por qué nos da tanto miedo su aburrimiento?

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Isabel Menéndez
ISABEL MENÉNDEZ

Se acerca el final de curso, llegan las notas y nuestros hijos celebran el esfuerzo de todo el año con fiestas y acontecimientos escolares. Madres y padres tienen que multiplicarse para asistir a reuniones y después llega la pregunta: ¿qué hacer con ellos hasta que lleguen las vacaciones familiares? ¿Cómo pueden aprovechar mejor ese tiempo?

Preguntémonos qué es más útil para ellos durante el período de vacaciones escolares. Podemos pensar en mantenerlos simplemente ocupados o en darle continuidad al aprendizaje académico. También es posible proporcionarles experiencias fundamentales para su desarrollo. Hay quien piensa que el juego y la diversión son una pérdida de tiempo, pero olvidan la importancia del mundo afectivo, del desarrollo de la autoestima y de la capacidad para relacionarse.

En función de la edad del niño, existen diferentes alternativas para que nuestros hijos puedan disfrutar de todo aquello que durante el curso no han podido hacer. A partir de los ocho años (o antes si tienen hermanos o amigos y desean hacerlo), los campamentos de verano son una opción muy buena para todos los miembros de la familia. Los niños aprenden cosas nuevas y ganan en independencia al estar lejos de sus padres por un tiempo. Los padres, por su parte, están relajados porque saben que están cuidados y a la vez disfrutan de otras actividades.

Ahora bien, después de estar durante muchos meses con todo el tiempo tan reglamentado y en ocasiones demasiado c argados de tareas escolares y extraescolares, los primeros días de vacaciones sería conveniente que tuvieran un tiempo para relajarse y en el que ellos eligieran lo que desean hacer. Vivimos muy deprisa, un ritmo que ellos también soportan. Cuando terminan el curso, están cansados. Por lo general, han hecho un gran esfuerzo y quieren retozar por la casa y disfrutar de su habitación sin horarios ni obligaciones.

Evitar errores:

  • No debemos ponerles demasiadas actividades. El miedo a que se aburran tiene que ver con desconfiar de sus capacidades imaginativas. El aburrimiento puede conducirles a inventarse algún juego o a fijarse en cuestiones en las que no suelen reparar.

  • No hay que suponer que los desacuerdos o fracasos en los juegos con los demás niños son malos para ellos. Así aprenden que no pueden ganar siempre y que hay que aprender de los errores.

  • El padre y la madre deben estar de acuerdo en las actividades. En caso contrario, el hijo recibe mensajes contradictorios y se confunde.

Alejarse de la rigidez

Con la presencia de los niños 24 horas al día, el hogar se altera bastante, pero también se distiende si los adultos somos capaces de aceptar esa falta de rigidez, aunque por supuesto poniéndoles ciertos límites. Es preferible, pues, que se vayan de campamento a partir del mes de julio para que hayan tenido unos días en los que relacionarse con la casa y con la familia de un modo distinto al del resto del año. Después, es el momento de salir de casa o realizar otras actividades elegidas por ellos dentro de la oferta que les hacemos.

Para los que han suspendido asignaturas habrá que negociar un plan de estudios durante el verano. Pero incluso a estos conviene dejarles también unos días de descanso cuando se acaban las clases antes de meternos en materia.

El psicoanalista D. Winnicott desarrolló el concepto “ espacio transicional” para referirse a aquellos momentos y lugares en los que convergen la realidad y la fantasía; el mundo interno y el externo, y en los que se hace posible crear y representar.

Cada niño, en su juego, es un poeta capaz de crear su propio mundo.

Todos nosotros podemos acceder a este espacio transicional mediante el juego, el arte y todo lo que consideramos un producto cultural, por lo cual la actividad lúdica es una actividad fundamental en el desarrollo de la mente. Es por ello que el juego, el ocio y las actividades sin fines productivos aparentes, forman parte de la naturaleza humana. Freud decía que cada niño, en su juego, es un poeta que crea su propio mundo. Así, lejos de ser una pérdida de tiempo, el juego ofrece la posibilidad de construir, de cambiar y de desarrollarse personal y socialmente. No podemos olvidar que, para el desarrollo integral de los niños y las niñas, el juego constituye una actividad fundamental que les permite expresarse, experimentar y aprender de la experiencia, así como desarrollar sus recursos afectivos y su creatividad.

Las claves:

  • Mantener y cuidar sus amistades. El juego con otros niños es la mejor forma de que aprendan solidaridad y camaradería además de enseñarles a organizar lazos afectivos. También hay más tiempo para estar con otros miembros de la familia.

  • El ejercicio físico y el contacto con la naturaleza es muy saludable. Les enseñan a medir sus fuerzas y a cuidar su cuerpo. La naturaleza les muestra aspectos de la vida que no pueden ver en las aulas.

  • Si tienen que estudiar en verano, conviene acordar un plan con ellos. Si se les deja cada poco un tiempo de descanso, según la edad, podrán ponerse a estudiar después con menos rechazo.

Sin embargo, en nuestro afán porque los niños y las niñas no “pierdan su tiempo”, podemos convertir el periodo de vacaciones en una inundación de actividades y talleres que terminen por saturarlos y tengan un efecto contraproducente.

Es importante que los niños participen de algunas actividades, pero también que tengan tiempo para jugar al aire libre y que encuentren en las vacaciones una oportunidad para descubrir y desplegar su potencial para imaginar, crear y construir, muchas veces adormecido por las exigencias de nuestro entorno. En nuestras manos está permitirles aprovechar esta oportunidad que el fin de curso les da para poder jugar y llegar así a dominar mejor su mundo interno.

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