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Así ha cambiado el concepto de belleza

Ante el espejo, ante las redes, ante el otro... la imagen de la mujer y el concepto de belleza han transitado de ayer a hoy entre la exigencia reproductiva y el canon de cada época. ¿Seremos dueñas en el futuro de nuestra propio reflejo?

Kim Kardashian. / instagram

Lola Fernández
LOLA FERNÁNDEZ

Como en las buenas novelas de detectives, las pistas están a la vista. Basta con fijarse en las noticias virales. El Dalai Lama confiesa a una periodista que podría sucederle una mujer siempre que fuera atractiva, porque de lo contrario “no tendría utilidad”. Opina que las mujeres “deberían gastar más en maquillaje” para ocultar su fealdad. Billie Eilish, la estrella pop de 17 años que admitió usar ropa ancha para evitar juicios de valor sobre su cuerpo, aparece con una camiseta de tirantes y los comentarios sobre su pecho por poco echan abajo Twitter. Cierra DeepNude, una aplicación que “causa terror entre las mujeres” al servirse de la inteligencia artificial para generar, a partir de cualquier selfie, una imagen realista del cuerpo desnudo. Amaia saca disco y es noticia que aparezca sin nada de ropa en la portada, que no se depile o que no use sujetador.

La evidencia es abrumadora. Y obliga a mirar al futuro con pesimismo: el control de las mujeres a través del mandato de la belleza y la juventud no tiene visos de ceder, sino de recrudecerse. A nadie extrañan los comentarios sobre las hechuras corporales de famosas o desconocidas, una especie de colectivización del cuerpo que resulta extremadamente paradójica en una sociedad individualista como la nuestra. Cualquiera puede calificar y juzgar, con el resultado de miedo interiorizado y precaución extrema ante cualquier transgresión de la norma corporal. Por eso la frase “ me da miedo engordar” desvela mucho más de lo que dice. Claramente, el patético objetivo de los creadores de DeepNude no era simplemente imaginar desnudos de mujeres “reales”. Pretendían activar la vergüenza y el miedo que infiltran nuestra selectiva norma corporal para amedrentarlas. Lo mismo que los que violentan haciendo circular vídeos y fotos obtenidos en confianza. ¿Cómo hemos llegado a convertir el cuerpo de las mujeres en un crimen?

El malestar de las niñas respecto a su físico comienza en torno a los seis años, según la Fundación Imagen y Autoestima.

Tenemos mal cuerpo. Es un mensaje que recibimos desde niñas hasta que nos morimos. Y en vez de aprender a amarlo como la materialización de lo que somos nos enseñan a odiarlo (por estar siempre por debajo de la perfección) y a considerarlo únicamente en su vertiente sexual. La disparatada reducción de todo al sexo y la seducción explica absurdos como que las tenistas no puedan cambiarse de camiseta en la pista. Nuestra cultura le da toda la cancha a los cuerpos hipersexualizados de las jóvenes en los anuncios o los videoclips, pero reacciona con repugnancia cuando el pecho que se expone no es sexy. Increíblemente, la visión de un cuerpo de mujer que no se ofrece para el consumo sexual (por ejemplo, el de una madre que amamanta a su hijo) resulta hoy un escándalo. Rosa Cobo, socióloga y directora del Centro de Estudios de Género de la Universidad de A Coruña, diagnostica una ampliación de la sobrecarga de sexualidad que tiene nuestro cuerpo desde los años 80: “Existe una poderosa presión normativa para que las mujeres hagan de su cuerpo y de su sexualidad el centro de su existencia vital”.

La modelo Claudia Schiffer fue uno de los referentes en cánones de belleza de los años 90. / instagram

Por suerte, lo que muchas generaciones de mujeres han padecido y normalizado se vive hoy con incomodidad y rebeldía. Muchas jóvenes tratan de escapar a este régimen de control como pueden: reapropiándose de su cuerpo y liberándolo del miedo a ser mostrado (como Amaia) o sacándolo del escaparate en el que es expuesto sí o sí (como Billie Eilish). Aun así, es tan prolija la normativa que nos vigila que difícilmente pueden estas rebeldías trascender a lo puntual. La mirada valorativa y sexualizante atrapa tanto a la diputada como a “las kellys” [la asociación de camareras de piso de hotel]. Esa mirada, la conocemos todas, produce la ficción de un juego de poder falso, envuelto en el caramelo de la vanidad. John Berger lo escribió así en “Formas de ver”: “Los hombres examinan a las mujeres antes de tratarlas. En consecuencia, el aspecto o apariencia que tenga una mujer para un hombre puede determinar el modo en que la trate. Para adquirir cierto control sobre este proceso, la mujer debe abarcarlo e interiorizarlo”.

Instaladas en el fetiche, tenemos dificultades para elaborar una autoimagen que esté a la altura de nuestro potencial real. Y a los ojos del que nos mira como tal, nuestro proyecto gira fundamentalmente en torno al cumplimiento de este rol. En “La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres”, Siri Hustsvedt escribe lo siguiente: “Los hombres ignoran o suprimen a todas las mujeres porque la idea de que puedan ser rivales en términos de logros humanos resulta impensable. Verse frente a frente con una mujer, cualquier mujer, es necesariamente castrante”. Es tan antiguo este orden de cosas que no es extraño que haya quien lo asuma como natural. Desde los orígenes griegos del pensamiento occidental, nuestra cultura destina a los hombres (la mente) el reino de lo racional, del pensamiento, de la creación y a las mujeres (el cuerpo) lo emocional, el placer, lo intuitivo, pasivo y engañoso. Por eso nuestro valor, como el de cualquier objeto, reside en su capacidad para seducir al que la mira. Somos, por ello, responsables de las respuestas corporales que provocamos, sean violentas o silentes. Así lo repiten hasta sentencias judiciales.

“La cirugía estética convierte los cuerpos de las mujeres tal y como son en cuerpos hechos por hombres”.

Naomi Wolf

En “ El mito de la belleza”, Naomi Wolf ilumina las implicaciones de este sometimiento con apariencia de frivolidad. “Una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres, está obsesionada con la obediencia de estas –escribe–. La dieta es el sedante político más potente en la historia de las mujeres: una población tranquilamente loca es una población dócil”. En realidad, la atención desmedida que destinamos a la moda, la belleza, las dietas, el fitness y, en general, a gestionar la ansiedad que nos produce no alcanzar la perfección corporal es tiempo que le quitamos a nuestros proyectos de vida. Hemos cambiado unas servidumbres por otras. “La mujer victoriana fue reducida a los ovarios [su función reproductiva], de la misma manera que hoy ha sido reducida a la belleza”, concluye Wolf.

No es una exageración. Un reciente artículo del periódico The Guardian realiza una consistente comparación entre la deseada estética de las Kardashians y la de las mujeres del XIX: el esfuerzo que supone en ambos casos la consecución de encajar en un canon de belleza es un trabajo a plena dedicación. Virginie Gautreau, Madame X en el maravilloso retrato de John Singer Sargent, simulaba la pálida debilidad que se exigía a la feminidad de la época con un complejísimo lacado facial blanco que podía romperse en mil pedazos ante cualquier gesticulación. Incluso se pintaba de azul las venas de brazos y cuello. Kim Kardashian, usuaria habitual de corsés y fajas, también tiene que cubrir gran parte de su cuerpo debido a una psoriasis y, gracias a su última colección de maquillajes para el cuerpo con seductores brillos irisados, también podremos hacerlo todas nosotras. Tengamos psoriasis o no.

CANON MÓVIL. El ideal de belleza femenina no es universal ni eterno: estos cuerpos “canónicos” hablan por sí mismos. Podemos verlo reflejado en 'Las tres gracias', una pintura de Rafael. / d.r.

Lo que nos jugamos en todos estos gestos aparentemente insustanciales es la confianza y, por el camino, nuestro proyecto de vida. Existir para el espejo (o para el selfie). Las investigaciones confirman desde hace décadas que sumergirse en aquellas revistas de moda y redes sociales que sostienen la ficción del cuerpo único solo nos lleva a tener un peor concepto de nosotras mismas. Según datos de la organización británica Social Issues Research Centre, en 1917 la belleza femenina ideal alcanzaba los 64 kilos y medía 1,64 metros. Hace 25 años, las tops pesaban alrededor de un 8% menos que la media. Hoy ya es un 23% menos. Tan solo un 5% de la población femenina posee las condiciones genéticas necesarias para alcanzar tal objetivo. Si sumamos una cara atractiva, probablemente no llegaríamos al 1%. No nos extrañe pues que, como asegura Sara Bujalance, directora de la Fundación Imagen y Autoestima, el malestar de las niñas con su propio cuerpo comience alrededor de los seis años.

La profesora de la Universidad de Londres Rosalind Gill ha detectado la manera en que están evolucionando las estrategias de control sobre nuestros cuerpos gracias a su investigación del fenómeno del “ body positive”, ese mensaje global que nos anima a querernos tal y como somos. Para Gill, esas exhortaciones a la autoconfianza contra viento y marea no solo terminan invalidando nuestros malestares, ansiedades e inseguridades, sino que nos disuade de la tarea de desmontar esa dominación que hemos naturalizado. Y lo que es peor: nos hace creer que somos responsables a título individual de esta insuficiencia perpetua, “exculpando a instancias sociales, políticas, económicas, culturales y corporativas de su papel a la hora de mantener y reproducir la desigualdad y la injusticia”. Únicamente nosotras tenemos, una vez más, la culpa.

No sentirse, ni verse guapa

El 58% de las españolas reconoce que cambiaría algo de su cuerpo (Barómetro de la Autoestima de la Mujer Española, Dove). Según un estudio realizado por Birchbox, el 50% de las mujeres del país solo se siente guapa a veces y las partes del cuerpo que más les gustan son los ojos (62%), los labios (45%) y el cabello (43%). Y según el estudio de Revlon, las jóvenes españolas empiezan a maquillarse a los 16 años, dos años antes que las de los 80, que se iniciaban cuando tenían 18.

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiera. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

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