actualidad

Luz Gabás: "Con cada pueblo abandonado se pierde el relato de lo que fuimos"

Hace siete años pasó de escritora desconocida a best seller con un libro, Palmeras en la nieve, inspirado en los años que pasó su padre en la Guinea colonial. Su cuarta novela, El latido de la tierra, habla del conflicto entre nuestras raíces y las decisiones que tomamos y constituye una reflexión (con las dosis justas de nostalgia) sobre la España vaciada.

La escritora Luz Gabás, presenta nueva novela: El latido de la tierra. / OLGA MORENO

Beatriz García Manso
BEATRIZ GARCÍA MANSO

Ahí donde la ven, Luz Gabás es hija del rock&roll y adora el heavy metal. Creció en el entorno obrero de Monzón (Huesca), donde el rock puso la banda sonora a su generación. Por eso, cuando la escritora coge el coche para salir del valle de Benasque en el que vive, donde ha escrito sus cuatro novelas, donde cultiva su huerto, desbroza, poda, cría gallinas y donde incluso fue alcaldesa, le da al play para que Deep Purple la acompañe mientras va dejando atrás ese paisaje pirenaico que forma parte indisoluble de su identidad.

Y pone rumbo a Madrid para presentarnos su última novela, El latido de la tierra (Planeta), que evoca a clásicos como Jane Eyre de Charlotte Brönte, El amante de Lady Chatterley o Rebecca. A través de la investigación de un crimen cuya verdad se va desvelando poco a poco, Gabás relata una historia que transita entre la novela de misterio, la novela generacional, una esperanzadora historia de amor otoñal y, en especial, una reflexión sobre la tradición, la herencia, el amor a la tierra y el dolor por su pérdida. En sus páginas, como en la vida de la autora, la música tiene un papel importante. Los títulos de los capítulos remiten a canciones que ilustran la narración y que evolucionan con la acción de la novela. El heavy, dice Gabás, ayuda a expresar los sentimientos –de la ira a la euforia– mejor que ningún otro estilo musical. Es una música que, como los personajes de la novela, tiene una inmensa capacidad de supervivencia y es rebelde, marginal, una música de perdedores que habla de frustración.

  • Mujerhoy Sus novelas suelen partir de un interrogante o de una idea para la reflexión. ¿De qué chispa nació El latido de la tierra? Luz Gabás De cómo nos enfrentamos al pasado y qué peso tiene la memoria en nuestra vida. Mi intención no era reflejar fielmente ese pasado, sino rastrear qué restos nos quedan de él que todavía nos duelen y cómo tenemos que romper con ellos para seguir adelante. Estamos hechos de pasado, pero aferrarse a él no es bueno porque no volverá. Cuando hablamos de despoblación, idealizamos la vuelta a una forma de vida que añoramos. Pero regresar es imposible. El latido de la tierra, al obligarme a reflexionar sobre mi yo, me ha hecho esforzarme en librarme de mucho equipaje emocional. Por eso era necesaria en mi vida.

  • M.H. ¿Tenía vocación de crítica social? L.G. Un poco sí. Tomé de la novela policíaca lo que más me gusta de ella: la intriga y la crítica social. Aquí se plantea la despoblación del mundo rural y cómo recibimos a los que vienen de fuera y no son como nosotros. Aceptamos que vengan extranjeros con dinero, pero los rechazamos si no lo tienen. Y por otra parte está esa nostalgia del pasado. A los escritores de novela histórica nos gusta conocer el pasado para aprender, pero no para volver. Esa es mi crítica social: ni podemos ni debemos hurgar demasiado en ese pasado.

  • M.H. La identidad y la relación con la tierra es una constante en su obra y está muy presente también en este último libro. L.G. En mi tercera novela, Como fuego en el hielo, hice un homenaje a mi tierra, el Pirineo. En esta quería hacérselo al concepto de casa en torno al que giraba la estructura social de los pueblos, y que yo he mamado desde niña. Todos los que somos de pueblo sabemos que la casa es un ser vivo, tiene un alma propia que es la suma de las personas que la habitan y la han habitado. Por eso quería que fuera una de esas casas importantes que hay en muchos pueblos. La mansión Elegía es el símbolo de ese pasado.

  • M.H. ¿Cree en el determinismo? ¿Nuestras raíces nos condicionan? L.G. Sí, el lugar de origen, el entorno y la familia forman parte de ti: no ves igual el mundo quien nace en un valle de montaña que quien lo hace mirando al mar. Sí es verdad que luego uno dispone de sus opciones. Hay un determinismo, pero también la voluntad para hacer su camino. Y en mi generación, afortunadamente, casi todos pudimos estudiar y elegir nuestra vida.

  • M.H. La historia transcurre en un valle de lo que ahora llamamos la España vaciada. ¿Qué siente ante esta situación? L.G. Me entristece muchísimo. Mi provincia, Huesca, tiene el mayor número de pueblos deshabitados de España; hay cientos. Me da mucha pena verlos; no hace tanto estaban llenos de vida y con cada uno se pierde el relato de lo que fuimos. En unas décadas se han borrado siglos de historia. Pero a la vez soy muy consciente de cómo ha pasado esto. Si hubiese vivido en aquel momento en uno de esos pueblos, también me habría marchado: era una vida muy dura, sobre todo si eras mujer. Por eso, mi novela mira al pasado pero sobre todo abre la puerta al futuro.

Estamos hechos de pasado, pero aferrarse a él no es bueno, porque no volverá. Es necesario romper”.

  • M.H. Y alguien que le da esa importancia al arraigo, ¿cómo ve el problema de las migraciones? L.G. Quien se va de su hogar por necesidad es porque vive una situación terrible. Todos nuestros antepasados que emigraron narran lo duro que fue. A todo el mundo le duele dejar su tierra por obligación. Pienso que, o se trabaja en el lugar de origen para que las personas tengan opciones allí, o este problema no tendrá fin. Yo crecí en Monzón, un lugar agrícola al que llegaron empresas americanas e invirtieron: soy hija de obrero de fábrica americana en un entorno rural. Pero las fotos de nuestros padres cuando eran niños reflejan una época tan pobre y con tantas necesidades como lo son hoy otros lugares. Sin embargo, las migraciones son un problema muy complejo que a mí se me escapa. No podemos caer tampoco en el paternalismo o el intervencionismo.

  • M.H. Mientras muchos abandonan el campo, usted decidió hace 12 años dejar Zaragoza e instalarse en el pueblo. ¿Por qué? L.G. Las ciudades me agobian. Me sobraban el ruido, que me aturde mucho, y la velocidad del día a día. El pueblo siempre me ha sentado muy bien. Me gusta la tierra, tener un huerto, cuidar de los animales. Tengo gallinas, caballos y el trastero de mi casa es una ferretería. Yo nunca viví en el pueblo, solo iba en las vacaciones y los fines de semana. Pero, para mí, instalarme allí no era partir de cero, era volver a casa. Nunca me he arrepentido, aunque hay cosas que se echan de menos.

  • M.H. La tranquilidad tiene una cara B: el silencio, el aburrimiento… L.G. Puede que en una aldea muy perdida, pero no en un valle turístico como el de Benasque. No me aburro jamás. Con un huertecito, libros y la posibilidad de acercarte a una población más grande es muy difícil aburrirse. Mi concepto de entretenimiento no es irme de tiendas. Sé estar sola, en silencio y leyendo.

  • M.H. El latido de la tierra habla de los jóvenes de una generación, la suya que ahora ronda los 50. ¿Qué queda de la Luz adolescente? L.G. La parte afectivo-sentimental, la voz interior, es la misma. Ahora discierno mejor lo que está bien y mal y lo que yo deseo. Pero es la misma vocecita, que se asombra de cómo el cuerpo envejece mientras dentro soy la misma. Siguen ahí el punto rebelde y cierto desencanto que siempre he tenido, pero que aumenta con un mayor conocimiento. Quizás me he moderado más de lo que pensaba que pasaría.

  • M.H. Alira, la protagonista, se aferra a su primer amor. ¿Recuerda el suyo? L.G. ¡Hombre, claro! El primero, el segundo, el cuarto... Pero siempre digo que el último es el mejor, por eso te quedas con él. Al escribir, he regresado a la adolescencia. Hay de todo, momentos de los que te avergüenzas y otros que te hacen suspirar y ponerte tontorrona. Pero en mi caso está todo muy superado y en su sitio. Para Alira, el primer amor fue un ancla. Yo no, yo siempre digo que para adelante.

Mi voz interior es igual que a los 15 años, y se asombra de cómo envejece el cuerpo mientras, por dentro, soy la misma”.

  • M.H. ¿El amor sigue siendo el objetivo que perseguimos, igual a los 20 que a los 50? L.G. Lo único que nos salva del abismo es el amor, pero no necesariamente el romántico. Los hermanos, los amigos, el amor por lo que haces… El amor con mayúsculas. Si no, la vida es árida. Alira, al enamorarse, se enfrenta a la contradicción entre lo que desea y lo que debe hacer. Cuando escribía, tenía la imagen de una mesa de mezclas en la que iba ecualizando sus sentimientos: iba bajando el amor del pasado mientras subía el interés por alguien muy diferente a ella, por quien nunca habría creído posible sentir algo. Esa evolución es una metáfora de cómo tenemos que cambiar y adaptarnos: o aceptamos que el mundo está lleno de gente diferente, o mal vamos.

  • M.H. ¿Es usted una nostálgica? L.G. Más antes que ahora. Hay personas que con la edad se hacen más nostálgicas y otras que aprenden a desprenderse de la añoranza. Quizás porque piensas que, como queda menos de vida, hay que disfrutarla y eso significa adaptarse al mundo tal cual es. Hay gente mayor que me dice: “Déjate de que el pasado fue mejor. Yo no vivía mejor antes que ahora”. Mantengo la nostalgia a raya y estoy aprendiendo a desprenderme de tanto pasado.

  • M.H. La protagonista ronda los 50 y le da muchas vueltas a la pérdida de la juventud, a los trenes que no volverán a pasar… ¿Y usted? L.G. Estoy agradecida de estar viva. Pero sí, los 50 pesan. Es ya mucho camino recorrido y menos el que queda por recorrer. Hace 200 años, estaríamos enterradas.

  • M.H. ¿Pero cómo se lleva usted con la edad? L.G. Pues no la oculto, pero tampoco me llevo bien con ella. Me da rabia, eso es, me da rabia. Hay tanta vida por vivir que me irrita que el tiempo se acabe. Pero tengo un tío filósofo que dice que la vida es un anillo y que tiene que encajar la infancia con la vejez, si tienes la suerte de vivir para cerrar el círculo. Cada vez pienso más en que ojalá pueda llegar a cerrarlo.

19 de febrero-20 de marzo

Piscis

Como elemento de Agua, los Piscis son soñadores, sensibles y muy empáticos. La amistad con ellos es siempre una conexión profunda que dura toda la vida... Si puedes soportar su carácter pesimista y su tendencia a guardar secretos y a ver siempre el lado negativo de las cosas. Ver más

¿Qué me deparan los astros?