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Corazones impresos, por Espido Freire

Médicos del Hospital Gregorio Marañón de Madrid han fabricado, con una impresora 3D, una pieza para sustituir urgentemente una aorta dañada de un paciente que estaba al borde de la muerte.

ILUSTRACIÓN: SEAN MACKAOUI

ESPIDO FREIRE

Cuando Lady Macbeth era una gatita que cabía en una mano, uno de los fenómenos que más le fascinaban era el funcionamiento de la impresora. Sus hermanas preferían el agua que caía del grifo, el día o la noche que se sucedían con un interruptor, pero ella se quedaba inmóvil junto a la máquina que transformaba una imagen en un texto y daba unos suaves toques con la patita a la página que salía por el otro extremo.

Tenía a quién parecerse: cuando las impresoras entraron en mi vida, no podía creerme que la trabajosa labor de redactar a mano una página, o los errores que se repetían por tres en el papel calco de la máquina de escribir, desaparecieran con el ordenador y la impresora. Resulta curioso y perturbador a qué velocidad se desvanece la magia cuando se repite. Sé que la generalización de las impresoras domésticas contribuyó casi tanto como la lectura a que me convirtiera en escritora, a que rectificara y corrigiera, imprimiera y mandara a premios mis obras; pero hoy casi no le dedico un pensamiento. Me preocupa que la tinta sea cara o contaminante. Desapareció el embeleso o la sorpresa.

Y sin embargo, a qué velocidad ha regresado cuando he sabido que la vida de un hombre se ha salvado debido a una aorta impresa en 3D, con el ingenio y la rapidez de reacción del hospital Gregorio Marañón. Diez horas bastaron para que una plantilla surgiera de la nada y para que el tramo de aorta pudiera enlazarse a la carne palpitante, al cuerpo vivo. Si yo hubiera estado allí, quizás hubiera tendido la mano, fascinada, para rozar ese milagro.

Los libros impresos han salvado vidas; lo han logrado con el conocimiento y la esperanza, con las historias que narraban, que rescataron a sus lectores del dolor o la tristeza, o con las instrucciones que divulgaron. Nada como la medicina necesita la ayuda de la educación y de la tecnología. Ahora de una impresora puede brotar otro tipo de vida impresa: una aorta o una prótesis para que un niño al que una mina arrebató una pierna recupere la movilidad. Una cadera frágil, reforzada por el metal. O un corazón. Un corazón impreso, el sueño de un poeta, una manera humilde y rápida de crear un futuro.

Hablamos con desprecio y temor de la ambición humana por crear vida: hace 200 años, una joven llamada Mary sembró la noche de pesadillas con un monstruo creado con partes humanas. Ahora, en cambio, es el momento de alegrarse porque la fantasía y la creatividad de los científicos generen algo con lo que solo se soñaba. Imagino la tensión y la esperanza depositada en esa aorta, mientras se imprimía. En la familia, aún incrédula, en la lucha contra el tiempo; en la plantilla generada capa a capa en la impresora. Hay una enorme poesía en esa creación, un latido que nos devuelve la fascinación infantil ante los prodigios.

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