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Horarios escolares: la gran paradoja de la educación

Cada año, nuestros estudiantes de Secundaria pasan 246 horas más en clase que los alumnos finlandeses y 161 horas más que la media de los jóvenes europeos. Pero cantidad no es igual a calidad: el desfase entre las (muchas) horas lectivas y los (decepcionantes) resultados es uno de los problemas de fondo. ¿Qué estamos haciendo mal?

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IXONE DÍAZ LANDALUCE

Ania tiene 14 años y cursa 2º de ESO en un instituto público de Zaragoza. Sus jornadas empiezan a las 8.30 de la mañana, y terminan a las 14.20 h. Entremedias, un recreo de apenas 35 minutos para airearse y engullir, rápidamente, el bocadillo. Por las tardes, después de comer, suele invertir entre tres y cuatro horas en hacer deberes y trabajos o repasar. En total, dedica casi 10 horas diarias al estudio; más que la jornada laboral de un adulto. Las cifras pueden parecer exageradas, pero coinciden con las que ofrece la Federación de Asociaciones de Directivos de Centros Educativos Públicos (FEDADi).

“El año pasado iba a tenis dos días entre semana –dice Andrea, la madre de Ania–, pero lo hemos pasado al domingo para que tenga tiempo para los deberes. Y los fines de semana también se levanta pronto para estudiar. Me parece excesivo. Tienen demasiada presión con las horas de clase, los exámenes, los trabajos... Si mi hija, que es buena estudiante, necesita tantas horas, ¿qué harán otros niños?”. Ania, efectivamente, saca muy buenas notas y es una estudiante responsable y aplicada. Pero muchas veces, más horas lectivas (y extraescolares) no equivalen a buenos resultados.

Es lo que se deduce del último informe de la OCDE, hecho público hace unas semanas, que revela que los alumnos españoles pasan en clase, de media, 130 horas anuales más que los países de la región. En nuestro país, un estudiante de Secundaria (de entre 12 y 16 años) recibe 1.054 horas lectivas al año. En Finlandia, icono de la innovación educativa, 808. En Europa la media es de 893. Y las cifras se vuelven más problemáticas cuando se comparan con los resultados del informe PISA, en el que España no suele destacar y en el que, de hecho, registra resultados inferiores a la media en matemáticas o ciencias. Ese desfase entre horas lectivas y resultados preocupa a los expertos. ¿Cómo se explica? La respuesta corta (y simplista) es que la calidad de la educación en nuestro país es mejorable. La respuesta larga tiene muchos más matices.

Todos los expertos coinciden en el diagnóstico, pero también en identificar al principal culpable: en nuestro país los alumnos de ESO se enfrentan cada curso a una cantidad ingente de contenidos. Y eso hace que sus conocimientos acaben siendo superficiales. De hecho, los analistas de la OCDE recomiendan una reforma profunda de los temarios que pasa por reducirlos. Nuestros adolescentes tocan todo, pero no profundizan en casi nada, y tienen muchos deberes porque en las horas lectivas no les da tiempo a ver todo el programa. “Los chavales están saturados. Tanto por las horas de clase, como por la acumulación de deberes y exámenes”, explica Letizia Cardenal, presidenta de la Confederación Española de Asociaciones Padres y Madres de Alumnos. Maribel Loranca, responsable del sector de la enseñanza de UGT, explica que el profesorado se enfrenta al mismo problema. “Los docentes no tienen tiempo de abordar todo el programa. Por eso, lo primero es ponerse de acuerdo en cuáles deben ser la competencias de los alumnos. Eso obligaría, seguramente, a adelgazar algunas materias”.

Repetir sin profundizar

Para Francisco López Rupérez, director de la Cátedra de Políticas Educativas de la Universidad Camilo José Cela, el sistema educativo español necesita una actualización profunda de su currículum académico; pero también de metodología. “En España, el temario es repetitivo. Nada se da por sabido. Como hay muchas asignaturas, el número de horas que se dedica a cada una es relativamente pequeño. Eso impide los llamados aprendizajes profundos, que implican una comprensión conceptual. Además, el enfoque suele ser memorístico, entre otras cosas porque eso es lo más fácil”, explica. “Por otra parte, no tiene sentido que temas similares se aborden en distintas asignaturas”, apunta Maribel Loranca. La experiencia de Ania refrenda ambos puntos: “En Matemáticas hemos dado cosas que este año vamos a repetir tanto en mates como en Física y Química. Lo mismo pasa con temas de plástica que veremos de nuevo este curso en Tecnología. Hay cosas que ya hemos dado y entendemos, y hay otras que no entendemos, en las que quizá podríamos invertir ese tiempo. O usarlo para aprender cosas nuevas”, dice. Trabajar por proyectos, algo cada vez más habitual, puede ser una solución para evitar duplicidades. Así, cada tema se trabaja de forma más transversal y profunda.

Pero es más fácil decirlo que hacerlo. “La LOMCE tiene un desarrollo curricular complejo –explica Nicolás Fernández Guisado, presidente del sindicato de la enseñanza ANPE–. Los horarios deben dar respuesta a las materias troncales y optativas, pero también a las de libre configuración autonómica. Y eso hace que tengamos un programa muy diverso y poco concreto. Y que pierdan peso materias que, para nosotros, son básicas”.

Profesores sin tiempo

No es el único problema. Por un lado, están los recursos, que, traducidos a número de profesores, afectan a las ratios en las aulas. “No es lo mismo dar clase a 21 alumnos que a 35. Eso influye en la manera de enseñar y también en los resultados”, explica Letizia Cardenal. Los profesores españoles, además, dedican más horas que sus colegas de otros países a la atención directa al alumnado. Y eso tiene consecuencias. “No tienen tiempo para tareas de coordinación o para trabajar en innovación educativa”, recuerda Maribel Loranca, de UGT. Todo cuenta. Incluso el tiempo que el profesor pierde desde que entra en clase y hasta que empieza a impartir su materia. Según Rupérez, uno de los indicadores de PISA, que mide el clima de disciplina en las aulas, suele estar por debajo de la media en nuestro país. Pero también hay cuestiones más de fondo. “ Hemos ido perdiendo la cultura del rigor y del esfuerzo en las aulas y permitimos, por ejemplo, superar cursos con materias suspensas. Eso reduce la eficacia y calidad del sistema”, dice Fernández Guisado.

Hasta la conciliación tiene algo que decir en todo esto. Los horarios escolares influyen de manera decisiva en la manera en la que las familias se organizan. Pero, según los expertos, no debería ser así. “Las políticas de conciliación exceden al ámbito educativo. Se pide a la escuela que supla otras carencias, que no solo se encargue de enseñar, también de estar abiertos de la mañana a la tarde...”, dice Fernández Guisado. Maribel Loranca coincide: “Las políticas de conciliación en España dejan mucho que desear, pero no se le puede pedir a la escuela que también sea responsable de eso”.

Con la ley en la mano

Por último, están las leyes; y la frustración de la comunidad educativa por la ausencia de un pacto de Estado que resuelva, de una vez por todas, las deficiencias del sistema. “El profesorado está cansado de tanta reforma y contrarreforma. La LOMCE está aprobada, pero se paralizaron las reválidas y no hay una ley alternativa. Acabamos de empezar un curso en el que ni siquiera sabemos qué normativa se va a aplicar”, dice Fernández Guisado. La LOMCE, muy controvertida en la comunidad educativa, está en situación precaria desde que en 2016 el Congreso “congeló” las reválidas. En febrero, el Gobierno presentó un proyecto de reforma que, tras las elecciones de mayo, se quedó en el cajón. “ Las soluciones a gran escala pasan por la política –dice Rupérez–. Un centro puede hacer cambios puntuales en los horarios, pero el Estado tiene una misión de liderazgo indiscutible. Y aunque la educación no es una ciencia exacta, las reformas deben basarse en evidencias empíricas, como PISA”.

Tras las elecciones de noviembre, si por fin se forma Gobierno, la educación volverá a ser una de las grandes asignaturas pendientes del curso (y de la legislatura) que comienza.

El eterno dilema: ¿jornada partida o continua?

En España, la mayoría de los alumnos de Secundaria hacen jornada continua y de mañana. El horario partido es una pequeña excentricidad que sobrevive, sobre todo, en centros privados. “Para ellos, esta jornada es una paliza –dice Andrea, la madre de Ania–; por eso siempre he estado a favor del horario partido de mañana y tarde. Pregúntale a cualquier adulto cómo está después de una reunión de trabajo de tres horas... Es una locura”.

Su hija lo corrobora: “A última hora de la mañana, después de cinco horas en la misma aula y casi sin moverte, estamos todos aburridos y agotados. Ya nadie atiende a lo que explica el profesor”. Ania, sin embargo, admite que prefiere el horario continuo porque así tiene tiempo para estudiar por las tardes.

Pero no es solo cuestión de aburrimiento o cansancio. “Existen evidencias empíricas de que un horario partido sería muy beneficioso para el aprendizaje, porque los adolescentes tienen sus ritmos circadianos desplazados hacia las horas de la tarde. Y eso es algo que en España no se toma en consideración. A las ocho de la mañana, los chicos van a clase como zombis y les tenemos sentados en la silla hasta las dos de la tarde. Eso es una barbaridad”, explica Francisco López Rupérez.

No todo el mundo está de acuerdo con esta teoría. “Este tema genera mucha controversia y hay muchos detractores y defensores de los dos formatos –explica Nicolás Fernández Guisado, presidente de ANPE–. Personalmente, creo que la jornada continua tiene más ventajas, aunque muchos padres no están de acuerdo. Te permite tener la tarde libre y conciliar mejor. Al profesorado no le afecta porque tiene que hacer las mismas horas”. Fernández, sin embargo, recomienda que cada centro pueda decidir en función de las necesidades de la comunidad educativa.

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

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