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¿Quién está matando a las influencers iraquíes?

Con su estilo de vida hedonista y exhibicionista, desafiaban a la represión cultural e institucional en su país. Tara Fares, una exfinalista de Miss Irak con casi tres millones de seguidores en Instagram, ha sido la última fallecida en circunstancias violentas. Para algunos, estas influencers son mártires de la libertad femenina; para otros, jugaron con fuego al acercarse a las mafias peligrosamente.

LOUISE. CALLAGHAN Y SUADAD AL-SALHYTEM

El día en que iba a ser asesinada, Tara Fares se despertó muy tarde. Era mediodía pasado cuando se levantó en casa de su amigo Ahmed al-Shammari’s, en Bagdad, y empezó a maquillarse. Modelo, y ya célebre instagrammer a los 22 años, Tara raramente se ponía en marcha antes de la hora de comer. La noche anterior había salido con Ahmed y habían vuelto a las siete de la mañana. Estuvieron dando vueltas por la parte más moderna de la ciudad, entre las luces de los escaparates y el trap a todo volumen de los coches de lujo.

Durante la noche, Tara había subido varias stories a Snapchat. Siendo una de las influencers más conocidas en Irak, con casi tres millones de seguidores, actualizaba sus perfiles a todas horas: para ella, las stories eran como una extensión de su propia mente. Esa noche había colgado algunos vídeos tomados desde la ventana del coche, la música sonando a todo volumen de fondo. Tara tenía un Porsche blanco, convertible, con los asientos tapizados en cuero rojo, pero en realidad siempre había anhelado un Range Rover.

Ahmed diría después que Tara lo despertó a las cinco de la tarde del día siguiente. Se iba a ver a una amiga común, le dijo. En los últimos días le había cambiado un poco el humor. Incluso había dicho varias veces que presentía que iba a pasarle algo malo. Pero en ese momento parecía animada y alegre. Ahmed la acompañó a la puerta y la vio subirse al Porsche y dar marcha atrás. Nada más entrar en casa, escuchó tres disparos. Miró la pantalla del vídeoportero: en la calle, el coche seguía rodando muy lentamente. Corrió todo lo rápido que pudo y encontró a Tara aún en el asiento del conductor empapado de sangre. Estaba muerta.

Las cámaras de seguridad mostraron luego que el hombre que la asesinó caminó hacia el coche y le disparó a quemarropa a través de la ventana. Una, dos, tres veces. Luego saltó a una moto en marcha en la que le esperaba otra persona y huyó.

El asesinato de Tara, el 27 de septiembre de 2018, causó una ola de indignación en Irak, y las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla. A las pocas horas de su muerte, algunos usuarios ya la estaban insultando; otros, la defendían. Pero para la mayoría no fue una sorpresa. Era la tercera estrella de las redes que moría en menos de 12 meses. Siempre en extrañas circunstancias. Apenas un mes antes, la cirujana plástica e instagrammer Rasha al-Hassan –conocida como “la Barbie iraquí”– había sido encontrada muerta en su casa. Una semana después Rasha, propietaria de un salón de belleza, y también popular en las redes, moría delante su hijo.

Ellas representan la modernidad, el lujo y la libertad a la que aspiran los jóvenes tras décadas de guerra.

Al igual que en Occidente, las influencers en Irak son extraordinariamente famosas, nombres de referencia para los jóvenes y símbolos del lujo, la modernidad y la libertad a la que muchos de ellos aspiran tras tantos años de guerra. El país se encuentra, además, sumido en una grave crisis política tras la derrota del ISIS. Cuando mataron a Tara, tanto la policía como los políticos, incluido el ministro del Interior, se apresuraron a decir que los responsables habían sido extremistas chiíes. Las tres mujeres asesinadas habrían sida elegidas como blancos por su estilo de vida “liberal”, se decía en todas partes.

Al mismo tiempo, otro rumor empezó a correr como la pólvora: que los radicales iban a matar a mujeres todos los jueves (el día en que comienza el fin de semana en el mundo musulmán), como había ocurrido con Rafif, Rasha y Tara, que habían muerto ese día de la semana. Muchos lo creyeron. Las influencers se escondieron, algunas incluso salieron del país. Y cerraron sus cuentas, asustadas, preguntándose quién sería la siguiente víctima.

Delitos y faltas

Pero las mujeres no habían sido asesinadas como parte de un complot extremista, según la policía iraquí. Tras meses de investigación y docenas de entrevistas con sus amigos y seguidores, la conclusión es que la verdad de sus muertes se acerca más a una historia de mafiosos que a una de persecuciones religiosas. Una historia en la que, al parecer, hay involucrados hombres muy poderosos ligados a las milicias, sí, pero también a una serie de actividades criminales.

Tara Fares nació en el seno de una familia cristiana en un barrio de mayoría chií. Eran muy pobres. Cuando tenía seis años, la familia acabó convirtiéndose al Islam y sus padres intentaron con insistencia que Tara encajase con los cánones de “una buena chica islámica”. Sin embargo, pronto se hizo evidente que iba a ser una rebelde. Siendo solo una adolescente, empezó a usar tacones y a vestirse a la manera occidental. Ganó un concurso de belleza (llegaría a ser finalista de Miss Irak) y estaba llena de sueños: quería viajar a EE.UU., vivir en Dubái, tener novio. Pero su familia la ató en corto. Cuando cumplió 16 años, la casaron con un hombre que había elegido su padre y tuvo un hijo. Sin embargo, como era de esperar, la historia no salió bien. Años más tarde, cuando Tara ya era famosa, contó cómo había sido su matrimonio a través de Snapchat: describió a su exmarido como “pequeño y malvado” y le acusó de golpearla. Pasó el embarazo en casa de sus padres, y cuando nació el niño, lo dio en adopción. Tara tenía apenas 17 años, pero estaba decidida a empezar de nuevo, así que se fue a Turquía durante una temporada.

Romper con Bagdad

Cuando volvió a Bagdad había cambiado y comenzó a subir fotos a internet. Fotos en los que mostraba un poco de piel, algunos tatuajes o aparecía fumando en narguile. Poco a poco fue ganando seguidores. Es difícil calcular las implicaciones de su conducta. En Irak, el “honor” de una mujer es sagrado. Y cuando se pierde, sobreviene el ayb (la vergüenza).

Pero convertirse en una influencer le dio la oportunidad de hacerse famosa. En 2016, se mudó a Erbil, a 350 km de la capital, en la región autónoma del Kurdistán iraquí. La ciudad tiene una ciudadela de 7.000 años de antigüedad, pero también centros comerciales y, en ciertas zonas, las chicas se pasean con el pelo suelto, y se atreven a llevar camisetas y leggins. No es Ibiza, claro; no deja de ser una ciudad sumamente conservadora, pero hay más relajación en las costumbres que en otras zonas de Irak y si quieres y, sobre todo, si eres rico, puedes pasártelo bien.

Y nadie se lo pasaba mejor que Tara Fares. Se convirtió en una estrella del Instagram subiendo selfies en los que aparecía conduciendo, probándose ropa o jugando con un gato. De vez en cuando, en alguna de sus stories cargaba contra las costumbres más conservadoras de la sociedad iraquí. Luego volvía al tema de sus uñas. A comienzos de 2018, la fórmula había empezado a ser rentable y algunos salones de belleza y una firma de lentillas le pagaban por promocionarlos. Llegó a tener más de dos millones de seguidores en Instagram y Snapchat y, al poco tiempo, ya había ahorrado lo suficiente para comprar el Porsche blanco.

Fue entonces cuando empezó a frecuentar los ambientes más exclusivos de Erbil, a los que solo accedía gente con mucho dinero. De pronto ella también era, o parecía ser, rica. Por su cuenta de Instagram, daba la sensación de que vivía en hoteles de lujo. Parte de ese nivel de vida se lo podía permitir gracias a sus patrocinios, pero también —según fuentes policiales y algunos de sus amigos cercanos— procedía de ciertos hombres. Porque en los últimos años de su corta vida, Tara habría intercambiado sexo por dinero. Podía gastar miles de euros en una sola noche, pero siempre en compañía de tipos mayores y poderosos. Ella conocía el juego. Sabía que podía llamarles en cualquier momento y pedirles dinero si tenía una emergencia o no le llegaba para el alquiler. “Era lista —dice Aza Marani, un exnovio de Tara—. Soñaba con irse a EE.UU., pero no pudo hacerlo. Y aún así, vivía como si estuviera en Beverly Hills. Una vez le pregunté: “¿Por qué haces esto? ¡Estamos en Irak, Tara! ¡No puedes hacer esas cosas aquí!”, pero ella me contestó que le daba igual, que iba a vivir como le diera la gana”.

Selfies y milicias

En septiembre, semanas después de las muertes de Rasha y Rafif, Tara volvió a la capital para “trabajar” con un hombre muy rico. Le había regalado un Rolex y ella esperaba que le comprara el Range Rover que tanto deseaba. Nadie sabía quién era él. Las fuerzas de seguridad iraquíes aseguran que el hombre con el que se reunió era familiar de un poderoso jefe de las milicias. Pese a las advertencias de sus amigos, Tara se encontró con él.

Hoy, Bagdad ya no tiene mucho que ver con la cruenta ciudad en la que creció Tara. La violencia sectaria que siguió a la invasión americana casi ha desaparecido y los atentados suicidas con coches bomba son cosa del pasado. Los extranjeros que llegan al aeropuerto pueden pedir un taxi (y no un coche blindado) para ir a sus hoteles. Pero a pesar de la relativa estabilidad, el poder de las Fuerzas de Movilización Popular (FMP), una especie de coalición de las milicias que controlaban la ciudad, ha ido creciendo cada vez más. La milicias, chiíes en su mayoría, jugaron un papel importante en la lucha contra el ISIS, deteniendo a los yihadistas antes de que entraran en Bagdad. Eran brutales, pero efectivas. Temidas por muchos, reverenciadas por algunos.

Las milicias fueron oficializadas por el Gobierno en un intento de asimilarlas..., pero en la práctica todavía funcionan como un ejército paralelo. Sus representantes, incluso, han logrado escaños en el Parlamento iraquí. En sus oficinas de Bagdad, un miliciano iraquí convertido en político suspira mientras intenta explicar la situación actual: “Muchos de los líderes están muy ocupados con sus propios negocios. Algunos proveen de protección a prostitutas. Otros protegen a traficantes de drogas. Otros están metidos en las apuestas. Nadie se preocupa por proteger a la ciudadanía del crimen organizado. Ni el Estado, ni las fuerzas de seguridad. Pero todos saben que muchas milicias están vinculadas a estas redes criminales”.

“Lo único verdaderamente nuevo del asunto —explica Fadhil al-Gharawi, miembro de la Comisión por los Derechos Humanos iraquí— es que estas organizaciones han comenzado a ir en contra de la sociedad civil. Y toman como pretexto las creencias religiosas para ocultar sus crímenes”.

Tara fue asesinada por sicarios profesionales, pero la policía intentó que su amigo confesara el crimen.

No más de 30 segundos después de oir los disparos, Ahmed corrió hacia el coche de Tara, que aún se movía lentamente por el camino. Las balas impactaron en el pecho y el cuello de la influencer, que falleció al instante. “Vi el cuerpo de Tara rodeado de sangre, muchísima sangre —rememora Ahmed—. Recuerdo haber corrido hacia ella, pero no tenía ni idea de qué hacer”. Aún con el chándal blanco que usaba para dormir, Ahmed ocupó el asiento de conductor y partió a toda prisa en dirección al Hospital Sheikh Zayed. Con el cuerpo de Tara en sus brazos, corrió hasta la entrada de Emergencias, pero no había nada que hacer. Alguien tomó una foto del cadáver enfundado en la bata azul del hospital. Parecía mucho más joven que en sus imágenes de Instagram.

La sombra de la duda

Ahmed fue llevado a la comisaría. Pensaba que solo iban a tomarle declaración, pero fue arrestado. Y, según él, torturado por la policía durante una semana. “Me aplicaron descargas eléctricas —dice—. Intentaban hacerme confesar”.

A pesar de la opacidad de militares, políticos y policías sobre el caso, una cosa está clara: Tara Fares fue ejecutada por sicarios profesionales. Al menos uno de los asesinos aparece en grabaciones de seguridad de la zona cuatro horas antes de disparar, pero tenía muy claro cómo ocultar su rostro. Y había más personas involucradas. Cuando Ahmed llevó a Tara al hospital, otro coche les siguió. La policía deslizó un dato más en esos días: al parecer, Tara estaba embarazada de siete semanas.

A día de hoy, las investigaciones sobre las muertes de Tara, Rafif y Rasha continúan. Según fuentes consultadas, dos jueces fueron obligados a dejar el caso durante las primeras semanas. Exámenes post mortem han desaparecido o han sido ocultados, siguiendo órdenes de los ministerios de Interior y de Salud. El hombre relacionado con las milicias del que Tara esperaba obtener su Range Rover no ha sido arrestado ni interrogado. Muchos aseguran que fue él quien ordenó asesinarla.

La tumba de la influencer está en Najaf, una de las ciudades sagradas para los chiíes. Su lápida blanca destaca entre las demás, con los colores de la bandera de Irak. Tara llevaba una frase árabe tatuada debajo del cuello: “Ma yhizak reeh”, un dicho que habla sobre ser “irrompible”. Así se sentía.

El ocaso de la "barbie" iraquí

El 16 de agosto de 2018, a las cinco de la madrugada dos hombres llevaron a una mujer muerta al Hospital Sheik Zayed, de Bagdad. El personal médico reconoció a “la Barbie iraquí”. La cirujana plástica e influencer Rafif al-Yasiri, de 32 años, era muy conocida por llevar un centro de estética de lujo que habría montado con dinero de las milicias que funcionaban como una red de financiamiento y extorsión. Su propio novio era miembro de ellas. La noche antes de su muerte tuvieron un altercado y él, para castigarla, la entregó a dos de sus guardaespaldas, quienes la violaron y la devolvieron a casa a las cinco de la madrugada. Alli, Rafif habría ingerido una dosis mortal de narcóticos que la mataron.

Una semana después Rasha al-Hassan (dcha.), dueña de un salón de belleza en una de las zonas ricas de Bagdad y también muy popular en redes sociales, se desplomaba misteriosamente delante de su hijo. En su casa, se encontraron enormes cantidades de sedantes. Como Rafif, también había hecho tratos con las milicias. El salón de belleza habría sido una fachada para la venta de drogas, lo que le daba acceso a todo tipo de sustancias.

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

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