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Una fotógrafa a la sombra, por Cristina Morató

"Han tenido que pasar muchos años para que al fin Gerda Taro ocupe el lugar que le corresponde como la primera fotoperiodista de la historia y la primera corresponsal de guerra muerta en el frente".

Gerda Taro, la primera fotoperiodista de la historia. / getty

Cristina Morató
CRISTINA MORATÓ

Su historia tiene todos los ingredientes de una película de aventuras: amor, drama y, como telón de fondo, el horror de la guerra. Ella era una joven libre e independiente, defensora de las causas perdidas y llena de talento. Él, un brillante y atractivo fotógrafo capaz de jugarse la vida para conseguir la mejor imagen. Los dos eran judíos, huían del nazismo y sus caminos se cruzaron en aquel París mundano de los años 30.

Gerda Taro y Robert Capa parecían dos almas gemelas destinadas a encontrarse. Se enamoraron a primera vista y se volvieron inseparables. De su mano, la joven descubriría su verdadera vocación, la fotografía, y llegaría a ser tan buena como él. Pero su trabajo quedó ensombrecido por el de su pareja. Han tenido que pasar muchos años para que al fin Gerda ocupe el lugar que le corresponde como la primera fotoperiodista de la historia y la primera corresponsal de guerra muerta en el frente. Ella es la autora de algunas de las mejores fotografías de la Guerra Civil española que, poco a poco, han ido saliendo a la luz. Ahora regresa a la actualidad con un documental emitido en La Noche Temática de TVE 2, una película –Esperando a Robert Capa, de Michael Mann, basada en el libro de Susana Fortes– y una novela, La chica de la Leica, de Helena Janeczek, que aporta una nueva mirada sobre su corta e intensa vida.

Su verdadero nombre era Gerda Pohorylle y nació en Alemania en el seno de una familia burguesa de judíos de origen polaco. En pleno auge del nazismo, y tras ser detenida en 1933, huyó a París. Trabajó como camarera, mecanógrafa y secretaria. Entonces conoció al fotógrafo André Friedman, que como ella era un refugiado que soñaba con comerse el mundo. Fue su amante y su mentor, le enseñó a manejar la cámara y comenzaron a colaborar, pero apenas tenían ingresos. Un día decidieron cambiar sus identidades para vender mejor sus fotografías y pasaron a ser Gerda Taro y Robert Capa.

Con nuevos nombres, en el verano de 1936 viajaron a España para cubrir la guerra en primera línea de fuego. Tomaron cientos de fotografías –al firmar juntos, muchas de las que hizo Gerda se le atribuyeron a él– y la fama de Capa se fue acrecentando. De regreso a París le pidió en matrimonio, pero ella aunque le amaba, no aceptó. Soñaba con labrarse un nombre propio como fotógrafa y no quería compromisos.

Taro regresó a España para seguir dando testimonio de la guerra desde las trincheras, pero esta vez lo hizo sola. En junio de 1937 un tanque aplastó el coche en el que viajaba y la arrolló. Murió pocas horas después en un hospital de El Escorial. Tenía 26 años. Capa nunca la olvidó y hasta el final de su vida vivió obsesionado con el recuerdo de la mujer que en la sombra creó su leyenda.

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